sábado, 31 de diciembre de 2011

Christella dentata: nacida para sobrevivir

Mientras se extingue en España, invade nuevos territorios.

El helecho Christella dentata, también llamado Cyclosorus dentatus, Cyclosorus nymphalis y Thelypteris dentata, tiene una amplia distribución tropical y subtropical, especialmente en Australia, Nueva Zelanda, Polinesia, África subsahariana, Madagascar, llegando en su límite más septentrional a las Islas de la Macaronesia (Azores, Canarias, Madeira, Cabo Verde), sur de la Península Ibérica, sur de Italia y Creta. 

La facilidad de su cultivo como planta de jardín le ha permitido dispersar sus esporas y asilvestrarse en nuevos territorios con un clima favorable, especialmente en América. En Hawai fue introducida en 1887 y en pocos años se asilvestró con tanto éxito que ahora es uno de los helechos más abundantes en aquellas islas. Allí se hibrida con relativa facilidad con la endémica Christella cyatheoides, dando lugar a un híbrido triploide estéril.

  Christella dentata creciendo en un barranco húmedo y sombrío en la cara norte del Monte Carneiro situado en la Isla de Faial del Archipiélago de las Azores. A su alrededor se puede ver una alfombra de hojas de la alóctona asilvestrada americana Tradescandia fluminensis, llamada vulgarmente amor de hombre.

En el año 2002 se dió por extinguida la única población conocida de Christella dentata en la Península Ibérica, concretamente en el Parque Natural de Los Alcornocales de Cádiz, muy cerca del Estrecho de Gibraltar. Los técnicos de la Consejería de Medio Ambiente de Andalucía sabían que los últimos ejemplares conocidos estaban en muy mal estado, muy debilitados, sin brotar apenas frondes nuevas y con las frondes viejas muy deterioradas. Al ser un helecho con un rizoma rastrero muy resistente, que rebrota con facilidad tras perder las frondes cuando las condiciones de humedad y temperatura vuelven a ser favorables, confiaban en que así ocurriera, pero aquel año 2002 cuando fueron a comprobar su estado ya no encontraron ningún ejemplar. Sus frondes y rizomas se habían descompuesto y habían desaparecido entre la hojarasca del sotobosque.

La Christella dentata se originó como especie en el Terciario. Su máxima expansión tuvo lugar cuando Europa disfrutaba de un clima tropical cálido y húmedo con selvas exuberantes. El posterior enfriamiento progresivo del clima europeo fue extinguiendo a la Christella dentata del norte hacia el sur y la obligó a recluirse en los bosques de laurisilva de la provincia de Cádiz, semejantes a los de la Macaronesia, con un clima subtropical permanentemente húmedo. 

Unos años antes ya se había dado por extinguida en Galicia la otra población peninsular conocida de Christella dentata, que crecía junto a surgencias termales sobre muros de granito en la província de Orense. El agua caliente termal le había permitido sobrevivir casi milagrosamente durante millones de años, mientras a su alrededor sus congéneres desaparecían fulminados por el frío y la sequía. 

Así pues la Christella dentata ibérica ya no existía, se había extinguido irremediablemente. Sin embargo, tras la decepción inicial, los técnicos andaluces reaccionaron, no se dieron por vencidos y quisieron probar un último y desesperado recurso. En noviembre del año 2002 recogieron el sustrato superficial del terreno donde había vivido la última población gaditana y lo llevaron al Laboratorio de Propagación Vegetal del Vivero de San Jerónimo, cuyos técnicos, asesorados por científicos de la Universidad de Valencia, sembraron aquel sustrato en un medio y unas condiciones de temperatura y humedad ideales para la germinación de las hipotéticas esporas de Christella dentata que pudiera haber todavía viables.

La perspicacia de los técnicos andaluces dió sus frutos y al cabo de dos años, en septiembre del año 2004, se produjo el ansiado milagro. Unas diminutas Christellas brotaron entre la maraña de hongos, musgos, algas y otros helechos surgidos de las numerosas y variadas esporas contenidas en el sustrato. Eran tan pequeñas que tuvieron que esperar siete meses a que crecieran para coger unas muestras de sus frondes y analizarlas para confirmar su identidad. 

Joven Christella dentata cultivada en el Jardín botánico del Aljibe situado en el municipio de Alcalá de los Gazules en la província de Cádiz.

Cuando alcanzaron la madurez, los técnicos cultivaron sus primeras esporas y obtuvieron numerosos ejemplares, de manera que en abril del año 2006 pudieron sembrar en su antiguo hábitat las diez primeras Christella dentata salvadas de la extinción. La repoblación fue un éxito rotundo. Actualmente los ejemplares sembrados suman varias docenas y para proteger tan preciado tesoro la ubicación exacta se mantiene en secreto. Se encuentran en una propiedad privada cuyo propietario colabora activamente en su conservación.

Una vez asegurada una población estable en su medio natural, el Gobierno andaluz procedió a mandar varios ejemplares de Christella dentata a todos los jardines botánicos de Andalucía, para que los cultivasen y guardasen las esporas en sus bancos de germoplasma, garantizando así aún más su supervivencia.

Fronde tierna de la Christella dentata anterior. Llama la atención su intenso color verde claro que es más oscuro en los ejemplares adultos.

En la parte baja de esta imagen se ve una Christella dentata adulta parcialmente cubierta por un Athyrium filix-femina. La foto fué tomada en el Monte Carneiro situado en la Isla de Faial del Archipiélago de las Azores. Junto a los dos helechos se puede ver una especie invasora, Hedychium gardnerianum, una planta de jardín originaria del Himalaya, que en las Azores se ha asilvestrado con tanto éxito que, al igual que en Nueva Zelanda y Hawai, ha acabado convertida en una incontrolable plaga vegetal.

Misma Christella dentata anterior vista de cerca. En la fronde se puede ver el detalle de las dos pinnas basales cuyos ápices se dirigen hacia arriba dibujando una V ancha, mientras que las demás pinnas están en un mismo plano horizontal. Llama también la atención la punta acuminada o caudada de la lámina, la cual se estrecha bruscamente y acaba en un largo y puntiagudo ápice. Las pinnas laterales también tienen el ápice acuminado o caudado. Otro detalle llamativo es el  mayor tamaño de las pinnas centrales respecto a las basales. En las frondes de los ejemplares jóvenes estos detalles no están tan definidos.

Fronde de una joven Christella dentata de un vivo color verde claro. Llama la atención el raquis gris de la lámina que es verde en el ápice y se va oscureciendo progresivamente a medida que se acerca al pecíolo, el cual es casi negro. Se ven las dos pinnas basales más pequeñas y dispuestas en forma de V ancha. Las frondes pueden superar los 70 centímetros de longitud.

Raquis de color gris muy oscuro casi negro que se continúa con el pecíolo del mismo color. Como el resto de la fronde está cubierto de pelos o tricomas.

Pinnas linear-lanceoladas y acuminadas de Christella dentata. El margen está hendido de modo que las divisiones llegan a la mitad del semilimbo (pinnatífidas) o bien profundizan un poco más sin llegar al raquis (pinnatipartidas). Las pínnulas están dispuestas oblícuamente sobre el raquis de la pinna y tienen el ápice redondeado.

Fronde nueva de Christella dentata a principios de mayo.

Soros inmaduros a finales de octubre.

Detalle de los soros inmaduros anteriores cubiertos por un indusio reniforme.

Soros maduros a finales de diciembre.

Los soros de Christella dentata son orbiculares y están situados sobre los nervios de las pínnulas, equidistantes del margen y del nervio medio. El indusio está cubierto por microscópicos pelos rigidos. En la foto no se ve el indusio, pues ya se ha levantado para permitir que los esporangios se desplieguen y dispersen las esporas.

Soros anteriores en los que se ve el indusio ya seco y retraído y los llamativos esporangios como pequeñas bolitas negras. Se ven muy bien los pelos o tricomas, sobretodo sobre el raquis de la pinna y los nervios de las pínnulas.

Microfotografía de un soro maduro con los esporangios en plena dispersión de las esporas.

Esporangio de Christella dentata visto al microscopio a 400 aumentos. La bolsa transparente ya desgarrada todavía contiene las esporas.

Otro esporangio de Christella dentata con la bolsa transparente ya completamente desgarrada y vacía.

Los pelos o tricomas que cubren la lámina en toda su superficie pueden ser cortos y largos. En la foto se ve un tricoma largo visto al microscopio a 400 aumentos.

Tricoma corto de Christella dentata con una espora.

Esporas papilosas de Christella dentata medidas en micras.





sábado, 24 de diciembre de 2011

Pteris incompleta: un helecho espectacular

Está en peligro de extinción

La ví por primera vez en un barranco muy húmedo y sombrío bajo las tupidas copas de un bosque de laurisilva, situado en la falda norte del Monte Carneiro de la pequeña isla azoriana de Faial. Era un viejo ejemplar gigantesco con largas frondes de negros pecíolos extendidas hacia la escasa luz que se filtraba entre el dosel de hojas, que cubría como un immenso manto verde aquel bosque de ensueño. El ambiente era muy húmedo, olía a tierra buena, y la exuberante vegetación me transportaba a tiempos pasados, cuando la naturaleza era todavía un paraíso.

Majestuosa Pteris incompleta en la Isla de Faial. Sus frondes superaban los 150 cms. de longitud. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click.

Bajando por el sendero de las Vueltas de Taganana en pleno Parque Rural de Anaga situado en el extremo norte de la Isla de Tenerife me encontré con esta hermosa Pteris incompleta llena de vida, brotando vigorosamente frondes nuevas a principios de mayo.

La Pteris incompleta pertenece a la família de las Pteridaceae y vive en toda la Macaronesia (Canarias, Azores y Madeira, excepto Cabo Verde), en el norte de Marruecos (Tánger) y en dos localidades de la Península Ibérica (Parque natural de los Alcornocales en la provincia española de Cádiz y Sierra de Sintra en Portugal cerca de Lisboa). Es un helecho muy escaso y está catalogado en peligro de extinción en la Lista Roja de la Flora Vascular Española.

Imagen cercana de las grandes frondes de la Pteris incompleta anterior. El ápice de la lámina y de las pinnas es caudado o acuminado, es decir, alargado y estrecho en forma de cola o cauda. La lámina tiene las pinnas pinnatisectas en el ápice, bipinnatisectas en la parte media y tripinnatisectas en la base. El raquis es verde. El pecíolo tiene un bonito color negro azabache y es más corto que la lámina.

En esta imagen se ven bien los negros pecíolos de las frondes. Esta joven Pteris incompleta fué fotografiada en el Vulcao dos Capelinhos situado en el extremo norte de la Isla de Faial del Archipiélago de las Azores, donde se produjo la última erupción volcánica en territorio portugués en 1957.


Colada de lava del Vulcao dos Capelinhos, que ganó cientos de metros al océano Atlántico.

Pinnas linear-lanceoladas que se insertan oblícuamente en el raquis de la lámina en forma alterna o subopuesta.

Las pínnulas son ligeramente falcadas y no pecioluladas y se insertan con una amplia base en forma oblícua en el raquis de la pinna.

Los soros son tal vez la parte más bonita e identificativa de la Pteris incompleta. Están situados en el borde de las pínnulas, siendo mayor el soro del margen basal. Su nombre "incompleta" se debe a que, a diferencia de la mayoría de Pteridaceae, los soros de la Pteris incompleta no ocupan todo el borde de la pínnula, sino solamente entre 1/5 y 2/3 del mismo. Cada soro está cubierto por un pseudoindusio entero, escarioso y persistente de un color blanco-grisáceo. En la imagen se ven los esporangios maduros asomándose por debajo del pseudoindusio tras desplegarse explosivamente para dispersar las esporas. Recomiendo ampliar la foto con un doble click.

Esporangio de Pteris incompleta ya desplegado tras la dispersión de las esporas. Se ve la membrana desgarrada de la bolsa donde se han formado las esporas, que han sido alimentadas por el anillo de células de un bonito color rojo fuego que hace la función de placenta.

Esporas de Pteris incompleta medidas en micras. Son tetraédricas y muricadas, es decir, con la superficie llena de pinchos o aguijones.



sábado, 17 de diciembre de 2011

Nephrolepis exaltata var. bostoniensis

Una hermosa invasora americana

La Nephrolepis exaltata es uno de los helechos de jardín más cultivados en todas las regiones de la Tierra con climas subtropicales, mediterráneos y templados exentos de heladas. Su hábitat natural son los bosques húmedos y los pantanos. Tiene una gran facilidad para reproducirse vegetativamente a través de la emisión de raíces exploradoras, lo cual le confiere un carácter invasor que llega a convertirla en una verdadera plaga cuando el clima y el hábitat le son favorables. Al igual que la Nephrolepis cordifolia pertenece a la família de las Oleandraceae.

Nephrolepis exaltata de la variedad bostoniensis, cultivada en la terraza de un hotel de la ciudad de Funchal en la Isla de Madeira. Sus largas, anchas y erectas frondes la diferencian llamativamente de la especie Nephrolepis cordifolia, cuyas frondes son más estrechas y de menor tamaño. Ampliando la foto con un doble click se puede ver como el rizoma ha emitido largas raíces exploradoras, de las que brotan nuevos helechos, clones idénticos a su madre.

Un hijuelo de raíz de la Nephrolepis exaltata var. bostoniensis anterior a principios de mayo. Se ven las raíces exploradoras que crecen buscando nuevos terrenos y van emitiendo hijuelos.

Las mismas raíces anteriores emitiendo nuevos brotes a más de un metro de distancia de su madre.

Fronde nueva de uno de los hijuelos de raíz de la imagen anterior. Como ocurre con las frondes nuevas de la mayoría de los helechos, la de la imagen sigue la Secuencia matemática de Fibonacci mientras se va desplegando. Llama la atención su tupida pilosidad blanquecina.

La Nephrolepis exaltata es un helecho americano originario de Florida, México, Cuba, República Dominicana, Haití, Jamaica, Puerto Rico, Brasil y Guyana francesa, aunque se ha asilvestrado y naturalizado en otros países americanos con un clima cálido sin heladas, así como también en otros muchos países de África, Ásia y la Polinesia. En las Islas de la Macaronesia, especialmente en Canarias, también se ha asilvestrado pero todavía no se ha convertido en una plaga preocupante. A través del cultivo se han seleccionado muchas variedades o cultivares: Bostoniensis, Aurea, Chidsii, Elegantissima, Hillii, Mini Ruffle, Silver Balls, Green Fantasy, Montana, Teddy Junior, Todeoides, Whitmanii Improved, Rooseveltii, etc...La variedad Bostoniensis es el cultivar más ampliamente cultivado. Esta hermosa mutación fue descubierta en un cargamento de Nephrolepis exaltata con destino a Boston procedente de Filadelfia en 1894.

Como ya he señalado al principio de este artículo, todas las Nephrolepis tienen una fuerte tendencia invasora, tanto a través de esporas como a través de hijuelos de raíz. En la imagen se ve el tronco de una palmera canaria, Phoenix canariensis, cubierto de hijuelos de Nephrolepis exaltata, surgidos todos a partir de un único ejemplar nacido de una espora asilvestrada procedente de un jardín cercano, creciendo como epifito entre los restos secos de las hojas de la palmera. Todos los hijuelos están unidos por sus raíces, siendo en realidad un solo individuo. La imagen fué tomada en un jardín público de la ciudad tinerfeña de la Orotava.

Fronde nueva de Nephrolepis exaltata var. bostoniensis. Llama la atención la gran anchura de su lámina, detalle que la diferencia de la variedad común de Nephrolepis exaltata, como puede verse en la imagen del helecho epifito anterior, de frondes algo más estrechas y menos vigorosas. En la Nephrolepis cordifolia las frondes son todavía más estrechas y más cortas.

Fronde ya completamente desarrollada de Nephrolepis exaltata var. bostoniensis. Llama la atención el raquis de un brillante color marrón caoba y el borde crenado de sus largas pinnas. Las frondes de este cultivar pueden medir entre 50 y 250 centímetros de longitud y hasta 16 centímetros de anchura. 

Dando la vuelta a la fronde anterior se ven los bellísimos soros redondeados repletos de esporas maduras dispuestos en dos hileras siguiendo el borde de cada pinna. Las pinnas tienen un corto pecíolo y se disponen de forma alterna sobre el raquis. En su base tienen dos aurículas redondeadas que no llegan a abrazar al raquis. Este último detalle la diferencia claramente de la Nephrolepis cordifolia, cuyas pinnas carecen de pecíolo y tienen dos aurículas que abrazan al raquis.

 Detalle de las aurículas basales de las pinnas de Nephrolepis cordifolia, que abrazan al raquis y carecen de pecíolo. Esta diferencia tan llamativa sirve para identificar correctamente las dos Nephrolepis más cultivadas en el Mundo.

Soros maduros justo antes de iniciar la dispersión de las esporas. Cada soro está cubierto por un indusio reniforme o redondeado-reniforme unido a la pinna por su parte central a modo de paraguas que se abre hacia fuera para permitir que los esporangios se desplieguen y dispersen las esporas. Este indusio arriñonado le da el nombre al género: la palabra griega Nephro significa riñón y la palabra Lepis escama, es decir, escama en forma de riñón, por la forma reniforme del indusio que cubre los esporangios.

Imagen cercana de los soros de Nephrolepis exaltata var. bostoniensis con el detalle del indusio reniforme o redondeado-reniforme a modo de paraguas que cubre cada soro y se abre hacia afuera. Ampliando la imagen con un doble click se ven muy bien los esporangios marrones que se despliegan explosivamente y dispersan las esporas lo más lejos posible de su madre. Sobre la pinna se ven diminutos puntitos marrones que son esporas recien dispersadas.

Bellísimo esporangio de Nephrolepis exaltata var. bostoniensis con un corto esporangióforo en su parte inferior que está pegado a la superficie inferior de la pinna y recibe de ella el agua y los nutrientes para alimentar las esporas en formación, las cuales crecen dentro de la bolsa transparente abrazada por el anillo de células, que tiene una función parecida a la placenta del útero de los mamíferos.

Esporas de Nephrolepis exaltata var. bostoniensis. Su pequeño tamaño inferior a 39 micras indica que se trata de un helecho diploide.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Geranium maderense: su belleza enamora a los jardineros

Su vida es corta, entre dos y cuatro años, pero tras su muerte deja miles de semillas que germinan alrededor del cadaver de su madre y llenan de color y vida los sotobosques parcialmente sombreados que son su hábitat preferido. El Geranium maderense, que como su nombre indica es endémico de la Isla de Madeira, ha enamorado a los aficionados a la jardinería de todas las regiones del Mundo con un clima semejante al de su isla original, es decir, subtropical húmedo y mediterráneo costero sin heladas. 

 Flores y frutos de Geranium maderense cultivado en el Jardín botánico de Funchal de la Isla de Madeira.

En las zonas costeras de California se ha asilvestrado y cubre grandes superficies con una floración espectacular. Está tan adaptado a vivir sobre la hojarasca de los sotobosques que incluso coloniza el suelo ácido y tóxico de las grandes plantaciones forestales de eucalyptus, donde muy pocas plantas consiguen sobrevivir a la toxicidad de los aceites y esencias de sus hojas en descomposición.

 Magnífico ejemplar de Geranium maderense de casi dos metros de altura creciendo a la semisombra de varias palmeras en el Jardín botánico de Funchal. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click.

En estado silvestre es una planta relativamente escasa. En mi viaje a Madeira no conseguí verla creciendo en su hábitat natural, solamente en el Jardín botánico de Funchal y en algún jardín particular. Lo he visto también en el Jardín botánico do Faial en el Archipiélago de las Azores, en el Jardín botánico de la Orotava en el Isla de Tenerife, en el Jardín botánico de Lisboa y en el Jardín botánico de Sóller en la Isla de Mallorca, donde lo cultivan con mucho éxito en el sotobosque de un pequeño bosquete de plantas de Laurisilva macaronésica. Desde que sembraron el primer ejemplar hace más de 10 años se ha ido reproduciendo por si mismo a través de sus propias semillas a medida que morían los ejemplares más viejos. 

Grupo de Geranium maderense en plena floración a mediados de mayo. Sus luminosas flores llenan de color el sotobosque de palmeras y árboles de Laurisilva del Jardín botánico de Funchal.

Hojas de un ejemplar joven de Geranium maderense cultivado en el Jardín botánico de Sóller.

Luminosa flor de Geranium maderense con un fruto inmaduro a su lado, fotografiados en el Jardín botánico de Lisboa a principios de mayo.

Su éxito es tan grande que se vende en multitud de viveros de jardinería de todo el Mundo y sus semillas se pueden comprar fácilmente por internet con la Visa sin necesidad de salir de casa. Incluso ya se comercializan cultivares mutantes con flores blancas y granates. 

Otra flor de Geranium maderense. Ampliando la foto se puede apreciar el detalle de la abundante pilosidad glandulosa que cubre los tallos de esta Geraniaceae.

Dentro de unos años es posible que se logren cultivares mutantes resistentes al frío que puedan sobrevivir a las heladas e incluso que consigan sobrepasar el límite máximo de cuatro años de vida y se conviertan en perennes. Cuanto más se cultiva una planta más posibilidades existen de que se aislen ejemplares con mutaciones interesantes. El tiempo lo dirá.

De momento esta planta macaronésica ha cautivado a los jardineros por su belleza y desde su diminuta isla atlántica ha conseguido extender su población de una manera exponencial a prácticamente todas las regiones atemperadas y subtropicales de la Tierra. Muchas plantas como este geranio que en su región de origen son escasas o incluso están en peligro de extinción cuando se cultivan tienen un éxito espectacular.


domingo, 4 de diciembre de 2011

Adoran al dios Sol

Saben que les da la vida

Cada amanecer le esperan ansiosas, hambrientas de luz. Como antenas parabólicas especialmente diseñadas para captar el máximo de rayos solares, las plantas dirigen las hojas y las flores hacia su dios sol, el que les da la vida, y le siguen en su movimiento hasta el atardecer, siempre mirándolo de cara.

 Tal vez el mejor ejemplo sería un campo de girasoles. La belleza de estas plantas en plena floración es extraordinaria. Todas las flores miran a su dios con veneración, con humildad, con respeto, ligeramente inclinadas, pero sin perderlo de vista ni un momento. Sus tallos se retuercen para seguirlo desde que se asoma en el horizonte por el este, hasta que se pone también en el horizonte por el oeste. Las hojas están dispuestas en un plano ligeramente inclinado de norte a sur y giran al mismo ritmo que las flores, de manera que consiguen captar los rayos solares con una eficiencia imposible de superar.

Os preguntaréis a qué viene que las flores tengan tanta avidez por el sol si no realizan la fotosíntesis. La respuesta la tenéis en esta inflorescencia de girasol. Arriba a la izquierda está el motivo de su exagerada heliofilia, una abeja polinizadora libando el néctar de las flores recién abiertas y polinizándolas con el polen pegado a su cuerpo procedente de otras flores. Las abejas y los demás insectos que se alimentan de néctar tienen una visión muy especial, son capaces de ver los colores, pero en un espectro cromático diferente al nuestro. Pueden percibir con claridad los colores ultravioletas, invisibles a nuestros ojos. Las plantas lo saben y dirigen las flores hacia la luz del sol, para que los insectos las puedan ver con nitidez. Muchas de ellas tienen marcas especiales en sus pétalos, que nosotros no podemos ver, para indicarles a los polinizadores el lugar exacto donde está el néctar. (Recomiendo ampliar las fotos con un doble click).

Las flores de la Merendera filifolia adoptan la forma de pequeñas antenas parabólicas orientadas hacia el sol. A diferencia de nosotros las abejas no ven su bellísimo color rosado, sino un color ultravioleta que se va aclarando desde el extremo de los pétalos hacia el centro de la flor, donde están los estambres y el pistilo con el néctar como reclamo o recompensa.

 La violeta endémica de Córcega, Viola corsica, tiene unas flores con un diseño muy inteligente cuya finalidad no es precisamente la estética, sino atraer a los insectos hacia el centro de la flor. Para ello tiene dibujadas unas rayas que dirigen a los polinizadores hacia el néctar. Los insectos especializados en polinizar la Viola corsica saben reconocer de una manera instintiva estas rayas y estos gradientes de color. Lo llevan grabado en su genoma. Es una simbiosis perfecta, néctar a cambio de polen.

Este Crocus cambessedesii, endémico de las islas Baleares, crece en la grieta de una roca calcárea orientada hacia el oeste muy cerca del mar. Para conseguir que los insectos vean su única flor ha tenido que gastar mucha energía para sortear la roca que le tapa los rayos solares y, en lugar de crecer erecta hacia arriba, se ha visto obligada a crecer hacia abajo y después rotar hacia el suroeste, para lograr que los últimos rayos solares del atardecer iluminen sus pétalos. Solo así puede ser vista por los insectos.

Nunca había visto una Fuchsia creciendo silvestre, siempre en maceta. Hace tres años disfruté de un espectáculo inolvidable. Me encontraba en la isla de Faial del Archipiélago de las Azores. Hacía una hora escasa que había salido el sol y las plantas estaban cubiertas por el rocío de la lluvia horizontal, que se había condensado sobre sus hojas durante la madrugada. Las gotas de agua brillaban como pequeños diamantes iluminadas por los rayos del amanecer. Me hallaba en la falda del Monte Carneiro buscando el mítico helecho endémico Asplenium azoricum. Estaba escaneando con la vista unas rocas orientadas hacia el norte que bordeaban un camino. Había un silencio casi mágico y de pronto escuché a lo lejos el motor de un coche que se acercaba y di media vuelta para verlo. Ante mis ojos, sobre la pared del otro lado del camino, apareció un espectáculo bellísimo. Altísimas fuchsias con sus ramas cargadas de flores y orientadas hacia el sol del amanecer brillaban por las gotas del rocío y se recortaban sobre los campos de labranza. Ni en el más cuidado de los jardines hubiera podido ver unas fuchsias tan hermosas. Supe enseguida que se trataba de la alóctona asilvestrada Fuchsia magellanica de América del Sur, que en las Azores vive muy feliz y llega a alcanzar cerca de los dos metros de altura.

No hace falta preguntarle cuál es su dios, ¿verdad? Este Tragopogon prorrifolius subsp. australis crece sobre la grava volcánica del Puerto de Izaña  en la isla de Tenerife a 2300 msnm.

Esta flor vista de cerca tiene un diseño de una belleza cromática y una estructura tan sofisticadas que parece haber sido diseñada expresamente para agradar al dios que le da la vida.

La amapola blanca de California, de nombre científico Romneya coulteri, es otra adoradora del sol. Su blancura perlada tiene una pureza que impresiona. ¿De qué color la verán las abejas?

Esta diminuta labiada de hábito rastrero, el Teucrium chamaedrys subsp. pinnatifidum, dirige sus bellísimas flores hacia el sol del mediodía. Crece en un brezal situado en la falda de una montaña de la Serra de Tramuntana de Mallorca.

En el mismo brezal se puede ver algún ejemplar de flores albinas, siempre orientadas hacia la luz solar.

Las flores de la jara de Láudano, Cistus ladanifer, tienen una curiosa mancha roja muy oscura en los pétalos, los cuales se tiñen de amarillo entre la mancha y el centro de la flor para dirigir a los polinizadores hacia sus llamativos órganos reproductores. Para que los insectos puedan ver estas manchas la flor debe estar orientada hacia la luz. La belleza de su diseño es insuperable.

Las flores del guayabo del Brasil, Feijoa sellowiana, tienen unos estambres de un vivo color rojo sangre y unos pétalos rosados con el borde revoluto hacia arriba dejando ver su parte inferior blanca. Cuando sale el sol estas flores son un reclamo irresistible para las abejas.


La bellísima Malva hispanica tiene tanta necesidad de sol que sólo crece en lugares bien iluminados. Las rayas rosadas de sus pétalos convergen hacia los órganos sexuales para indicar a los insectos dónde pueden encontrar una gotita de néctar. La fotografié cerca de la ciudad de Faro en el Algarve portugués.


 Las flores de la alcaparrera vistas de cerca son todo un espectáculo de fuegos artificiales. Sus pétalos de un blanco inmaculado brillan con luz propia. Tienen un diseño perfecto para atraer a sus polinizadores: las abejas, abejorros, avispas y otro insectos, que acuden golosos a libar el abundante néctar del fondo de la flor. También ellos son utilizados a cambio de la golosina del néctar. Sin ser conscientes de ello, mientras se dan el atracón, los granos de polen de las anteras de sus largos estambres se pegan a sus cuerpos y son transportados hasta otra flor, donde uno de los granos de polen se pegará al estigma del pistilo y fertilizará al ovario. A la izquierda de la imagen se ve un estigma ya fecundado iniciando el crecimiento del fruto o alcaparrón.

Las flores de Malfurada, Hypericum grandifolium, endemismo macaronésico, tienen un vivo color dorado que resalta sobre el verde intenso de las hojas. La planta de la foto crece en el bosque de laurisilva del Sendero largo del Pijaral en pleno Parque Rural de Anaga en la isla de Tenerife. La numerosas flores amarillas parecen pequeñas estrellas brillando en el firmamento.

Impresionante vista general del extraordinario Jardín Botánico de Funchal de la isla de Madeira. Está inteligentemente situado en la falda de una montaña volcánica orientada hacia el sur. De esta manera las plantas reciben todo el sol del mediodía, el cual, junto con la elevada humedad de esta isla, es el responsable de la exuberancia de la vegetación del jardín. En primer plano se puede ver la bellísima flor de una Strelitzia reginae con su curioso diseño en cresta de gallo. Ampliando la imagen se aprecia como la mayoría de plantas están ligeramente inclinadas hacia el sol, detalle que se aprecia mejor en la palmera del fondo.

Los helechos no tienen flores, pero algunos también presentan una llamativa heliofilia, como este vigoroso híbrido alotetraploide endémico de Mallorca, el Asplenium X tubalense. Para captar el máximo de energía solar extiende sus largas frondes hacia la luz.

También los helechos arbóreos adoran al dios sol. En la imagen vemos varias Cyathea cooperi asilvestradas en un claro de un bosque de cryptomerias de la Caldeira do Faial que es un enorme cráter volcánico situado en el centro de la isla azoriana del mismo nombre. Su diseño en forma de antena parabólica les permite captar el máximo de rayos solares.

Algunas plantas dependen tanto de los rayos ultravioletas que sólo abren las flores si brilla el sol. Los días nublados mantienen cerrados los pétalos y, si persiste el mal tiempo, esperan pacientemente durante días a que mejore. Saben que sin los rayos ultravioleta del sol incidiendo sobre los pétalos de sus flores sus polinizadores no las verán. Estas plantas también suelen cerrar las flores por la noche y las abren de nuevo por la mañana. Es una manera muy inteligente de asegurar la polinización, ya que sus polinizadores son diurnos y no tiene ningún sentido mantener abiertas las flores durante la noche.

 La Gazania splendens es un claro ejemplo. Cada mañana abre sus flores mirando al sol con sus dibujos especiales en los pétalos, para decirles a las abejas dónde pueden encontrar unos sorbitos de rico néctar. Nosotros las vemos con su bellísimo color fuego, pero las abejas son ciegas para el color rojo y las ven en distintas tonalidades ultravioletas. Al atardecer se cierran sus pétalos y se vuelven a abrir con los primeros rayos del amanecer. Sabe que por la noche sus polinizadores no verán sus flores y además, al ser muy sensible al frío, cerrando sus pétalos protege los órganos reproductores de una posible helada nocturna.

La Paeonia cambessedesii es quizás la planta endémica de las islas Baleares con las flores más grandes y más bonitas. Sus pétalos de un luminoso color rosado y una textura de papel de seda aterciopelado, junto con sus llamativos órganos reproductores, le confieren una belleza impactante.  En la imagen vemos como mira hacia la luz del sol para que este escarabajito, un coleóptero de la familia Scarabaeidae de nombre Oxythyrea funesta, que es su polinizador, la pueda ver bien y acuda goloso a libar su néctar. A su lado, arriba a la izquierda, vemos varias flores amarillas de la planta invasora sudafricana Oxalys pes-caprae, que también dirige sus flores hacia el sol que le da la vida.

La diminuta Romulea assumptionis, endémica de las islas Baleares, es otro ejemplo de heliofilia extrema. La polinización de su única flor depende tanto de los insectos diurnos, que sólo abre los pétalos si sus sensores de luz detectan suficientes rayos ultravioleta incidiendo sobre ella. Durante todo el año va acumulando nutrientes y energía en su pequeño bulbo subterráneo, con la única finalidad de producir una sola flor y asegurar así la supervivencia de la especie. No puede malgastar energía inutilmente ni puede poner en peligro a su descendencia. Suele crecer en los claros de las garrigas mediterráneas con su pequeña flor orientada hacia el mediodía. Si cerca de ella crecen pinos carrascos, acebuches o encinas que le hacen sombra durante la mañana, su flor espera pacientemente a los rayos solares del mediodía para abrir sus pétalos. Los días nublados su flor permanece cerrada hasta que mejora el tiempo. Si consigue ser fecundada el primer día, por la tarde se cierra y ya no vuelve a abrirse. En caso contrario, se abre varios días seguidos hasta lograr su objetivo.


Estas dos bellísimas flores de Trichocereus terscheskii están inteligentemente situadas sobre el tallo, para recibir el máximo de luz solar directa durante las horas centrales del dia, o sea, están dirigidas hacia el sureste, sur, suroeste. En la imagen vemos varias abejas volando hacia la zona central de las flores, donde se encuentran los órganos reproductores de la flor con el néctar en el fondo. Las flores de este cactus despiden un delicioso aroma que atrae a las abejas que buscan con la vista la fuente del olor. Se abren por la mañana y se cierran al atardecer durante varios días seguidos. El frío nocturno del desierto donde crecen podría dañar sus delicados órganos reproductores, y no serviría de nada todo el esfuerzo de la planta por asegurar la siguiente generación.

Las estrategias de las plantas para sobrevivir y perpetuar su especie son infinitas. Hoy os he hablado de las adoradoras del dios Sol, pero también las hay que adoran a la diosa Luna. Sus flores se abren al ponerse el sol y se cierran con los primeros rayos del amanecer. De ellas os hablaré en otro artículo.