El Kauri de Nueva Zelanda, Agathis australis, es una conífera gigantesca que apareció sobre la Tierra hace 190 millones de años durante el Cretácico. Desde entonces vive en la isla Norte (Te Ika un Maui en idioma maorí), de donde es endémico. Sus brotes tiernos fueron el alimento de los dinosaurios herbívoros australes cuyos larguísimos cuellos, cual jirafas reptilianas, les permitían alcanzar las elevadas copas de este fantástico árbol que en los ejemplares más longevos llega a superar los 50 metros de altura.
Esta mañana, viendo que mis 14 ocas se han dedicado a picotear las ramillas más bajas del kauri, pasando sus cabezas por los angostos espacios de la tela metálica que lo debía proteger, se me ha ocurrido aprovecharlas para intentar reproducir este árbol tan querido por mí. Si logro que al menos una de ellas eche raíces, será un regalo para mis amigos Jaume y Matilde. Ellos me trajeron el kauri desde Nueva Zelanda. Así tendrán un hijo clónico suyo que embellecerá todavía más su fantástico jardín.
Extremos de las ramillas picoteadas por las ocas.
Tras eliminar las puntas picoteadas, he raspado superficialmente la corteza de la base de cada ramilla con la intención de dejar al descubierto el cambium y facilitar así la emisión de raíces. No les he puesto hormonas de enraizamiento, pero sí he mojado la base de la mitad de los esquejes en un vaso de agua con vitamina B1 (Tiamina), para comprobar si realmente sirve para que echen raíces con más facilidad. Hace años era utilizada por algunos maestros del arte del Bonsai.
Sólo he utilizado una ampolla.
Las botellas de plástico transparente son ideales para fabricar con ellas un mini-invernadero. Tras partirlas por la mitad con unas tijeras sin llegar a cortarlas del todo (dejo sin cortar unos tres centímetros a modo de bisagra), las he rellenado con fibra de coco humedecida.
Con la ayuda de un destornillador he hecho un agujero en la fibra de coco y he sembrado en él una ramilla.
La siembra ha finalizado. Sólo resta volver a pegar las dos partes de la botella con cinta plástica transparente de embalar.
Esta cinta ancha es ideal.
Tras la siembra he humedecido los esquejes con agua, pulverizándola a través de la boca de la botella.
Para finalizar he cerrado cada botella con su respectivo tapón. El esqueje de la imagen es el más sano, el único que no está picoteado por las ocas.
He sembrado también dos estacas de pistacho hembra y una de higuera "Panaché".
Al igual que en los seis esquejes de kauri, he raspado la corteza de la base de las tres estacas para dejar al descubierto el cambium.
Aquí podéis ver los nueve mini-invernaderos con su respectivo esqueje. A continuación, tras hacerles esta foto, los he situado a la semisombra de una imponente encina dulce de 33 años de edad. Reciben mucha luz durante todo el día sin sol directo. Sólo les llegan algunos rayos tamizados que logran filtrarse a través de la tupida copa de la encina.
Así era mi Kauri el día 23 de enero de 2012. Medía unos 30 cms.
Y aquí lo tenéis a día de hoy. Dentro de un mes se cumplirán cinco años de su llegada a Mallorca. Ya ha alcanzado los 2 metros de altura. Crece una media de 34 centímetros por año. Si os apetece conocer su historia, aquí tenéis el enlace a la entrada que escribí sobre él.---> Kauri de Nueva Zelanda: mi tesoro austral y un sueño hecho realidad
Me hace mucha ilusión que agarre alguno de los esquejes.
¡Deseadme suerte, amigos!
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El experimento no funcionó y para colmo mi kauri murió ahogado por una larga raíz de un drago de Canarias que creció hacia sus raíces y las envolvió en un abrazo mortal como si fuera una cabellera, impidiéndole absorber el agua y los alimentos y matándolo literalmente de hambre y sed. No lo supe hasta que lo arranqué ya muerto y me encontré con el asesino invisible. De haber sabido que el drago elimina de esta manera tan cruel todas las plantas de sus alrededores que puedan hacerle la competencia, el asesinado habría sido él.
En fin. Así funciona la naturaleza.