sábado, 29 de diciembre de 2018

Degustación y siembra de Tupinambos gigantes

Vaya decepción, amigos. Hoy me he levantado a las 6 horas de la madrugada con la ilusión de ir a comprar una encina injertada de la variedad dulce, que venden en unos viveros ubicados en el segundo municipio más populoso de Mallorca, a sesenta kilómetros de mi pueblo. Una panzada de carretera con decenas de cruces y rotondas, por nada. La oferta online de encinas dulces de la web de los viveros no es verídica, o por lo menos no lo es en la actualidad. En cuanto he llegado le he preguntado al que parecía el dueño y me ha dicho que ya no las venden, que el vivero de la península que las producía ya no se las sirve. Así que, ya que estaba allí y para justificar el viaje, me he dado una vuelta por el vivero y me he marchado a los veinte minutos sin comprar nada. Había castaños muy hermosos a 24 euros, pero mi frustrante experiencia con ellos y, peor todavía, con los dos injertos de castaño sobre encina que me agarraron y al cabo de unos años se murieron, me ha quitado las ganas de volverlo a intentar. Los castaños siempre se me acaban muriendo con las raíces quemadas por la cal de la tierra mallorquina, y los injertos tampoco prosperan y se secan tras un vigoroso crecimiento inicial. Ya no estoy para más frustraciones. Paso de malos rollos.

 Y ya que estaba fuera del Valle de los Naranjos, circulando por la arteria principal de la isla, me ha venido a la cabeza ir a Palma a comprar Kiwanos del Kalahari en el Mercado del Olivar. Tampoco los he encontrado en una de las paradas especializada en frutas y verduras exóticas, en la que se pueden encontrar verdaderas rarezas ultramarinas. El dueño me ha dicho que los ha pedido como cada año, pero no se los han servido. ¡Vaya m..., —me he dicho— hoy no es mi día!

De pronto mis ojos se han fijado en una cestita llena a rebosar de grandes tupinambos redondos y hermosos, de la variedad gigante "albus". Estaban a 9'50 € el kilo. Nunca los había visto a la venta. Sólo conocía los normales, pequeños, alargados y rojizos. Así que he comprado ocho para probarlos este mediodía. Han pesado 605 gramos y me han costado 5'75 €.

 La pulpa es extraordinaria, jugosa y maciza a la vez, de un blanco inmaculado.

He hervido cuatro tupinambos en agua con sal.
Tras retirarles la piel, que una vez hervidos se pela con facilidad, los he preparado aliñados con una sencilla salsa de tomate con un ajo, aceite de oliva y sal. ¡DELICIOSOS! La pulpa es tan tierna que se derrite en la boca.

 Y tras el sencillo almuerzo vegetariano, acompañado de una mandarina y un té (sigo con el régimen de adelgazamiento), he plantado los cuatro tupinambos restantes en un macetón con tierra vegetal.

 En el macetón de la izquierda se ve el vigoroso plantel de Allium triquetrum, que sembré de semillas hace unos meses. No tardarán en abrir sus primeras flores. Con ellas me prepararé ensaladas deliciosas con un sutil sabor y aroma a ajo. Ya os hablé de este allium silvestre hace unos años.

 He cubierto los cuatro tupinambos con cinco centímetros de tierra vegetal, sin regarlos. No hace falta. Estarán hibernando hasta la primavera.

La red de plástico verde evitará que los mirlos escarben en la tierra y desentierren los tubérculos.

Os mantendré informados.

sábado, 22 de diciembre de 2018

La estructura en pata de garza de la base del tronco da estabilidad al imponente árbol Mundani

Dentro de dos meses el árbol más espectacular del jardín cumplirá treinta y dos años. Nació en febrero de 1987 de una semilla procedente de un árbol que embellecía una avenida de la ciudad de Nairobi (Kenia). Su madre keniata vivía (o vive todavía) a 1.795 m.s.n.m. en plena línea del ecuador africano. 

 Base del mundani, Acrocarpus fraxinifolius, en septiembre de 2005. Tenía entonces dieciocho años y siete meses. Llevaba catorce años sembrado en el huerto a unos 70 m.s.n.m. y medía ya unos diez metros.

 El mundani, lazcar o cedro rosado es una leguminosa arbórea originaria del Asia ecuatorial (India, Malasia, Indonesia, Birmania), donde forma parte, junto con otros árboles, de las exuberantes selvas tropicales del sur de Asia. Su abuela, pues, era asiática, su madre africana y él es mallorquín.

 Misma base seis años después, en noviembre de 2011. El mundani había alcanzado ya casi un cuarto de siglo de vida.

Un año después, diciembre de 2012, los cambios en la base son mínimos, salvo un ligero engrosamiento del tronco.

 A pesar de estar adaptado a vivir en selvas tropicales permanentemente cálidas y húmedas, mi árbol mundani ha aprendido a tolerar el frío y la sequía sin apenas inmutarse. Si llueve poco crece poco, si llueve mucho crece mucho. En los inviernos especialmente fríos, con temperaturas en ocasiones inferiores a -2º, se comporta como un árbol caduco, tira las hojas y entra en hibernación durante los meses de enero y febrero. (En el Trópico es un árbol perennifolio).

 A finales de noviembre de 2014 las raíces de la base se han engrosado y sobresalen de la tierra en forma de pata de garza para dar estabilidad al altísimo árbol.

Cuando a finales de marzo o principios de abril las temperaturas vuelven a subir, abre en primer lugar sus flores y a las dos semanas brota hojas nuevas de un color rojo intenso, para poder soportar las siempre imprevisibles heladas tardías de primavera.

Cuatro años después, en diciembre de 2018, las raíces sobresalen todavía más y al mismo tiempo la base del tronco va dejando de ser cilíndrica y se engrosa irregularmente formando costillas, tal como crecen los árboles gigantescos más viejos de la Tierra.

 Aquí tenéis varios ejemplos:

Árbol de Júpiter, Lagerstroemia indica, con su espectacular y amplia base que le da estabilidad, embelleciendo el fantástico Jardín Botánico de Sóller. Sólo un violento huracán conseguiría arrancarlo.

Pino carrasco, Pinus halepensis, con un tronco de un metro de diámetro y una amplia base de raíces fírmemente asentadas sobre las rocas y la escasa tierra de este pinar del municipio de Bunyola (Mallorca).

 Este viejo algarrobo, Ceratonia siliqua, varias veces centenario, con su grueso tronco acostillado y su amplia base de sustentación radicular, no le teme a los cálidos vientos que soplan desde el norte de África en el Algarve portugués.
Espectacular base de sustentación de esta Casuarina equisetifolia, originaria de Australia, que crece esplendorosa y feliz en los Jardines de los Reales Alcázares de Sevilla.

Este Ficus elastica no corre ningún peligro de ser arrancado por un huracán. Da sombra a los paseantes en los hermosos jardines del Parque de María Luísa de Sevilla.

Esta vetusta encina centenaria crece esplendorosa en el lecho de un torrente seco del municipio de Escorca, en plena Serra de Tramuntana de Mallorca. Un huracán le podría quebrar las ramas, pero jamás arrancarla de raíz.

Este grueso tronco de un metro y medio de diámetro de Metrosideros excelsa, una mirtácea neozelandesa, se asienta sobre una poderosa base de raíces que le dan estabilidad frente a los vientos atlánticos, que soplan a veces con furia en el bellísimo paseo marítimo de la pequeña y entrañable ciudad de Horta, capital de la isla azoriana de Faial.

Este increible tronco de haya negra, Fagus sylvatica atropurpurea, con su amplia base de sustentación da estabilidad a uno de los árboles urbanos más espectaculares de la ciudad de París. Su corteza es muy lisa y suave al tacto. Su negritud, al igual que la de las ramas, las raíces, las hojas y los frutos, se debe a una curiosa mutación que le hace sintetizar cantidades ingentes de antocianos granates, tan concentrados en sus tejidos que le confieren este fantástico color negro.

Espero vivir lo suficiente para ver mi querido mundani convertido en un coloso de varios cientos de toneladas y una altura superior a treinta metros. Este año la primavera, el verano y el otoño han sido muy cálidos y lluviosos, y el árbol ha alargado sus ramas hacia arriba y hacia los lados alrededor de un metro. A finales de diciembre conserva todas sus hojas y está magnífico. Calculo que en la actualidad debe rondar los veinte metros de altura.

En los próximos años os mantendré informados de su evolución.

Y para acabar aquí tenéis un video casero que he grabado este mañana:

 Disculpad la mala calidad y el ligero temblor de mis manos.

martes, 11 de diciembre de 2018

SUPERMERCADO ONLINE PARA BRUJAS

Pasen ustedes, diabólicas señoras. Será un placer atenderlas. Tenemos un gran surtido en escobas. Nuestros encantadores y seductores azafatos, adiestrados en dar solaz a nuestras clientas, tras valorar sus necesidades en la intimidad de nuestros probadores, las ayudarán a encontrar el modelo que más se adapte a su delicada anatomía perineal. Con nuestras potentes máquinas de última generación, fabricadas en aromática madera de enebro, enriquecida con esencias de mandrágora, beleño y estramonio, les garantizamos unos aquelarres memorables. Y si no quedan satisfechas, cosa que dudamos, les reintegraremos el dinero en sus Tarjetas Black del Banco del Averno.

Y ahora en serio, amigos...

ESCOBAS CAUSADAS POR PHYTOPLASMAS

1- CANDIDATUS PHYTOPLASMA PINI

a- SOBRE PINUS HALEPENSIS

Escoba o Injerto de Brujas sobre una rama de Pinus halepensis en el municipio gaditano de Jimena de la Frontera.

Misma escoba de brujas anterior vista de cerca.

 
En esta imagen se aprecia la enmarañada y tupida estructura de sus ramas enanizadas.

Injerto de brujas en el fantástico Parque Regional El Valle y Carrascoy situado en la provincia de Murcia.

Escoba de brujas en un pinar de Pinus halepensis del predio de Castellitx en el centro de Mallorca

Escoba de brujas completamente esférica creciendo en el extremo de una larga rama en el mismo pinar de Castellitx.

Misma escoba de brujas anterior que con su color verde intenso parece gozar de una excelente salud. En su interior tiene abundantes piñas enanas con piñones pequeñitos perfectamente viables. Son muy buscados por los viveristas y coleccionistas de coníferas "raras", ya que de ellos nacen pinos enanos muy compactos que se venden a precios elevados.

b- SOBRE PINUS CANARIENSIS

 Escoba o injerto de brujas en un pinar de Pinus canariensis en el municipio de Santiago del Teide situado en la falda sur del imponente volcán tinerfeño. Los altísimos pinos crecen sobre la lava volcánica tostada bajo el intenso y cegador sol canario.

 Escoba de brujas sobre un Pinus canariensis en el maravilloso Parque nacional de la Caldera de Taburiente, situado en la Isla de La Palma.

Misma escoba de brujas anterior. A los pinos canarios les encanta crecer sobre la nutritiva y porosa lava volcánica, que tiene la facultad de absorber la humedad de la brisa marina para transferirla a las sedientas raíces de los pinos.

c- SOBRE PICEA ABIES

En una rama de esta majestuosa Picea abies, plantada en un huerto de naranjos, que un día, hace unos cuarenta años, adornó y alegró la Navidad en el interior del hogar de una familia de Sóller (Mallorca), crece un escoba de brujas.

Aquí la podemos ver a la izquierda de la imagen.

Típicos conos péndulos de la Picea abies.

Como se puede apreciar en esta imagen hecha con zoom, la parasitación ya está curada o en vías de curación. Hace un par de años las acículas de la escoba se veían bien verdes. ¿Ha sintetizado la Picea fito-anticuerpos contra el Phytoplasma para eliminar la rama infectada? Todo apunta a que sí.

2-CANDIDATUS PHYTOPLASMA PHOENICIUM

SOBRE JUNIPERUS OXYCEDRUS SUBSP. MACROCARPA


Escoba de brujas sobre un enebro mediterráneo, Juniperus oxycedrus subsp. macrocarpa, de unos veinticinco años de edad.

Visión cercana de la escoba de brujas anterior.

Su tamaño en comparación con mi mano.

Punto de inserción de la escoba de brujas sobre la rama sana. Como se puede apreciar el peso de la tupida maraña de ramillas le ha hecho adoptar un hábito péndulo.
 
3-CANDIDATUS PHYTOPLASMA LENTISCUM

SOBRE PISTACIA LENTISCUS
 
 
Rarísima escoba de brujas sobre lentisco, fotografiada por el arborista Thomas Debionne en el municipio mallorquín de Costitx el día 11 de noviembre de 2024. ¡Muchas gracias, Thomas!
 
ESCOBAS CAUSADAS POR HONGOS

TAPHRYNA KRUCHII

SOBRE QUERCUS ILEX SUBSP. ILEX

Escoba o injerto de brujas sobre una encina, Quercus ilex subp. ilex, del predio de Monnàber, situado en la Serra de Tramuntana de Mallorca.

Visión cercana de la escoba anterior, causada por la infección por el hongo enanizante Taphryna kruchii.

Las hojas de la escoba sufren de clorosis, como se puede apreciar comparándolas con las hojas sanas de la misma encina. El hongo no sólo enaniza su crecimiento sino que además dificulta la síntesis de clorofila.

Escoba de brujas sobre otra encina del inmenso e interminable encinar de Monnàber.

Interior de la escoba anterior con sus ramillas péndulas muy imbricadas.

Las bellotas que producen las escobas de bruja son también pequeñas y las que consiguen madurar son perfectamente viables, pero las encinas infestadas que surgen de esas bellotas, al nacer enanas, débiles y cloróticas, dificilmente logran llegar a adultas.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Las especies alóctonas, mutantes, híbridas, es decir, las más adaptables, ¿son el futuro?

 ¿Las autóctonas y especialmente las endémicas están condenadas a la extinción?

Sé que este tema crea mucha polémica. Es una herejía para el ecologismo más ortodoxo, pero és una verdad real y tangible, no solamente ahora con la globalización de la flora y la fauna a nivel mundial causada por el hombre (invasoras, introducidas, asilvestradas, aclimatadas, transgénicas, hibridadas, alóctonas de jardín, frutales, forestales, hortalizas, etc...), sino que en realidad, aunque de una forma mucho más lenta (miles de años, millones de años...), ha sido una constante de la evolución de los seres vivos que habitan en cada uno de los rincones de nuestro planeta.

 Tupido bosque de gigantescos ejemplares de Cryptomeria japonica, perfectamente adaptadas, asilvestradas y naturalizadas en las Islas Azores. Fueron introducidas por los portugueses como árbol maderero, sustituyendo el ancestral bosque de Laurisilva macaronésica, que fue arrasado. Este bellísimo árbol japonés se sintió tan a gusto en su nuevo hogar, que en pocas décadas se asilvestró y cubrió de un nuevo verdor las montañas volcánicas azorianas.

Sotobosque de las cryptomerias azorianas con una gruesa capa de hojarasca  rica en resinas, tóxicas para las plantas autóctonas de estas paradisíacas islas atlánticas, salvo para los helechos azorianos, que viven encantados y crecen bien lozanos sobre este mantillo en descomposición extremadamente ácido.

La diferencia actual es la velocidad con que se produce la transformación de la naturaleza. El hombre, visto desde el punto de vista extríctamente animal, es una de las plagas mas destrutivas que ha existido jamás. No sólo es una plaga en si mismo, sino que con su actividad invasora-explotadora de la naturaleza provoca que otros seres vivos se transformen a su vez en plagas. Y al mismo tiempo que unas especies son transformadas en plagas, otras más débiles o demasiado adaptadas a unas condiciones muy concretas ven acelerada su extinción.

 Bellísimo y vigoroso ejemplar del mítico helecho antediluviano Asplenium anceps, fotografiado en la cima del Monte Poíso de la Isla de Madeira, que sobrevive a duras penas bajo las copas de los tupidos bosques monoespecíficos de pinos alóctonos, introducidos como árboles madereros en la pequeña isla portuguesa.

Todos sabemos que en la naturaleza lo normal es la extinción y lo excepcional es la supervivencia. Basta con preguntar a los paleontólogos. Ellos más que nadie, con el estudio de los fósiles, nos pueden explicar este axioma. La historia de la vida es una sucesión constante de extinciones. Cada extinción, sin embargo, siempre deja unos pocos seres vivos que perpetúan la vida en la Tierra. Son los más fuertes, los más adaptables, los más agresivos, los mutantes, los híbridos. Tenemos el ejemplo de las aves que, según los paleornitólogos y genetistas, son las descendientes actuales miniaturizadas de los dinosaurios. Las mutaciones que calentaron su sangre y transformaron las duras escamas de su piel reptiliana, deshilachándolas en forma de suaves y cálidas plumas, les permitieron sobrevivir a los períodos fríos que siguieron a la extinción de los grandes dinosaurios. 

 Joven ejemplar de Ginkgo biloba con su bellísimas hojas otoñales, viviendo feliz en la isla de Mallorca, muy lejos de su Japón ancestral.

En el mundo vegetal tenemos verdaderos fósiles vivientes como el Ginkgo biloba, que lleva millones de años sobre la Tierra sin cambiar prácticamente en nada. Es tan fuerte, tan adaptable, tiene una combinación genética tan perfecta, un ADN tan estable y resistente a los efectos mutágenos de la radiactividad, que ni las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki lo pudieron matar, ni siquiera alterar mínimamente su genoma. Muy cerca del epicentro donde cayeron las bombas, donde todos los seres vivos habían muerto fulminados por la radiación y/o quemados por las altas temperaturas, había unos ginkgos centenarios que aparentemente también habían muerto. La gran sorpresa fue que en la primavera siguiente, bajo la corteza chamuscada de su tronco y ramas principales, se formaron nuevas yemas meristemáticas a partir del cambium subcortical y brotaron de nuevo como si nada o casi nada hubiera pasado. ¿A cuántas extinciones masivas habrán conseguido sobrevivir a lo largo de millones de años? 

 Las hojas del ginkgo són únicas, extrañas, bellísimas. Con su forma en abanico Pay-pay recuerdan a las frondes de los helechos de la familia de las Adiantaceae. ¿Son sus descendientes evolutivos?

Sorprende el extraordinario parecido de las hojas de los ginkgos con las pinnas abanicadas del helecho Adiantum capillus-veneris.

¿La flora y la fauna actuales de las Islas Baleares, por ejemplo, son las mismas de hace 5.000 años? Es evidente que no. Ya no existe el mítico antilope enano Myotragus balearicus ni los lirones gigantes Hypnomys morphaeus e Hypnomys mahonensis ni las musarañas baleares Nesiotites hidalgo. 

Impresionante esqueleto completo de Myotragus balearicus, expuesto en el fantástico Museu Balear de Ciències Naturals de Sóller (Mallorca).

 Con sus dos incisivos inferiores de rata y sus potentes mandíbulas ramoneó durante milenios en completa paz las correosas hierbas y arbustos, que vestían de verde las entonces paradisíacas islas de Mallorca y Menorca. Unas pocas décadas bastaron para acabar, hace unos 3.000 ó 4.000 años,  con todos los ejemplares de este extraordinario antílope enano, a manos de los nuevos invasores humanos, mis talayóticos antepasados alóctonos.

Los pocos tejos que sobreviven en la actualidad en las cimas más inaccesibles de la Serra de Tramuntana son un triste espectro de las extensas y bellísimas tejedas, que un día cubrieron nuestras montañas mallorquinas de un maravilloso manto verde. 

 El dulce arilo rojo de los frutos de los tejos hembra sirvieron de alimento a las pequeñas y abundantes aves frugívoras, que entonces llenaban de alegría con sus bellísimos gorjeos aquellos parajes de ensueño que bullían de vida.

Las ginetas y las comadrejas, consideradas como bien nuestras y bien integradas en nuestro ecosistema natural, en realidad fueron introducidas, después asilvestradas y finalmente naturalizadas. Hace 5.000 años en las Islas Baleares tampoco había algarrobos, higueras, almendros ni albaricoqueros, y en la actualidad a nadie se le ocurriría erradicarlos de nuestras tierras de secano por ser alóctonos. Forman parte inseparable del alma de las islas y de todo el Mediterráneo.

 Algarrobo centenario en un campo de secano del centro de la Isla de Mallorca. Lo sembró mi tatarabuelo hacia el año 1850. El algarrobo, Ceratonia siliqua, es originario de Oriente próximo. Es, pues, una especie alóctona que ha sido introducida con éxito en todas las regiones de clima mediterráneo de la Tierra.

Otro algarrobo centenario dando sombra a un tramo de este camino rural del municipio portugués de Moncarapacho, situado en el Algarve.

Imponente tronco del algarrobo algarvense anterior de un metro de diámetro.

 Terreno aterrazado con una cuidada plantación de almendros en la ladera de una montaña del municipio alicantino de Tárbena. El almendro es un frutal alóctono, originario del Asia Central.

En Mallorca los campos de almendros floridos, que con sus flores intensamente blancas parecen cubiertos de nieve, forman parte de las postales más bonitas y entrañables de la isla. ¿Quien se atrevería a negarles la existencia por ser alóctonos? Los mallorquines consideramos los almendros tan nuestros, que a Mallorca sin ellos parecería faltarle el alma.

Y qué decir de las higueras, tan mediterráneas, tan nuestras, tan entrañables y queridas. Gracias a sus deliciosos y nutritivos frutos pudieron sobrevivir a las terribles y mortíferas sequías, que asolan de tanto en cuanto las islas, desde nuestros antepasados fenicios que hace varios milenios trajeron en sus barcos mercantes las primeras higueras, pasando por nuestros otros antepasados andalusíes, que adoraban a las higueras y expandieron sus cultivo por todo el Mediterráneo, hasta los nuevos repobladores catalano-aragoneses, que hace 800 años mezclaron su sangre con los andalusíes isleños supervivientes del genocidio y continuaron con la adoración de la higuera como un árbol totémico que da identidad e idiosincrasia a las islas. 

Pulpa dulce y jugosa de los higos de la imagen anterior. Pertenecen a la variedad bereber norteafricana "Argelina", muy cultivada desde la antigüedad en todo el Magreb, las Islas Baleares y las Canarias. Hace veinticinco años me traje un par de ramitas del Pico del Teide, que enraizaron enseguida, y ahora tengo varias higueras de esta antiquísima variedad africana. 

Y el albaricoque, otro tesoro delicioso, tan nuestro que hasta tiene unas cuantas variedades baleares, seleccionadas por los tenaces, sufridos y avispados payeses isleños. Como la mayoría de frutales cultivados es alóctono. Lo dice su nombre científico, Prunus armeniaca, es decir, ciruelo de Armenia.

 Y no nos olvidemos de nosotros mismos, los humanos. Hace 590.000 años en Eurasia no había ningún animal del género Homo. Entonces salieron de África los primeros humanos erguidos, que posteriormente evolucionaron hacia la especie Homo neanderthalensis y poblaron toda Europa y Asia, mientras en África continuaban evolucionando otras especies Homo con no pocas extinciones, es decir, ensayos de supervivencia a través de continuas mutaciones adaptativas, unas exitosas y otras nefastas. Varios cientos de miles de años después hubo una nueva salida de humanos africanos hacia Eurasia, esta vez del evolucionado Homo sapiens, de piel, cabellos y ojos oscuros, adaptado a la intensa insolación y al clima tropical del continente africano. En su expansión, en primer lugar hacia Oriente próximo y posteriormente hacia Europa y el resto de Asia, se encontraron con ejemplares de Homo neanderthalensis y se hibridaron con ellos. Los genes de los neandertales, con su piel blanca, sus ojos verdes, azules o grises y su cabello rubio o pelirrojo, adaptados a la escasa insolación y al gélido clima de Eurasia, quedaron integrados en el nuevo genoma híbrido de los descendientes de aquella coyunda interespecífica y les permitieron soportar las espantosas y con frecuencia letales glaciaciones, que se fueron sucediendo a lo largo de los siguientes milenios. Nosotros, pues, los actuales humanos europeos y asiáticos, junto con los indios americanos, a excepción de los africanos del centro y sur del continente negro que no se hibridaron, llevamos genes neandertales en nuestro genoma. No somos, por tanto, Homo sapiens puros, como sí lo siguen siendo los africanos, sino híbridos, mestizos, mulatos interpecíficos, una mezcolanza genética extraordinaria, que nos ha permitido poblar hasta el último rincón de la Tierra y adaptarnos a todos los climas. Somos, pues, una hibridación exitosa, tanto que en sólo un milenio nos hemos convertido en una plaga infernal para las demás especies y corremos el peligro de autodestruirnos en nuestro irrefrenable afan por progresar sin límites, consumiendo los escasos y limitados recursos del planeta Tierra, el único hogar que tenemos.

Entonces me vuelvo a hacer la misma pregunta inicial: ¿La naturaleza es estática o dinámica? ¿És correcto demonizar todo lo que no sea extríctamente autóctono? Ninguno de nosotros, a excepción de los africanos que continuan habitando en su continente ancestral, lo somos, aunque nos cueste aceptarlo o reconocerlo, dado nuestro orgullo y prepotencia de especie dominante. Sí, efectivamente, somos una especie alóctona, invasora, extranjera, inmigrante, abocada a la extinción por nuestra codicia e insensatez. 

Y hablando de extinciones, ¿no es cierto que muchas especies, consideradas actualmente como alóctonas, hace miles o millones de años formaban parte de nuestra flora y fauna autóctonas? 

 Bellísimo ejemplar del gigantesco helecho Woodwardia radicans, creciendo en un claro de un bosque en las afueras de la ciudad de Funchal de la Isla de Madeira.

Un ejemplo son los bosques relictos de laurisilva subtropical, que perviven a duras penas en el sur de la Península Ibérica y en la costa cantábrica, con los bellísimos helechos, algunos gigantescos, Woodwardia radicans, Diplazium caudatum y Osmunda regalis, el helecho cosmopolita tropical Christella dentata, que fue salvado de la extinción en Andalucía cultivando las esporas que quedaban en la tierra donde antes había vivido y luego fue reintroducido en su antiguo hábitat, los helechos macaronésicos Davallia canariensis y Asplenium hemionitis, etc..


Christella dentata rodeada de Tradescantia fluminensis, creciendo juntas en las laderas del Monte Carneiro de la Isla de Faial del Archipiélago de las Azores. Ambas especies, tanto el helecho como la planta rastrera, son alóctonas invasoras, introducidas con inusitado éxito por el hombre en las islas azorianas.

Todos esos helechos, hace miles de años, cuando Europa gozaba de un clima subtropical, poblaban las vastas tierras, entonces vírgenes, del sur de Europa, la Cuenca Mediterránea y el Norte de Africa. Ahora, si alguien los introdujese en los hábitats que antes fueron bien suyos, el acto sería considerado imperdonable, una blasfemia ecológica, un grave delito perseguido y duramente castigado por la ley.

¿Qué derecho tenemos los humanos, al fin y al cabo una especie animal más, a decidir lo que debe sobrevivir y lo que debe ser eliminado, cuando los máximos responsables (culpables) de la introducción de especies exóticas invasoras somos precisamente nosotros mismos? 

¿Servirán realmente los esfuerzos de los naturalistas, que tanto amamos la vida silvestre, para evitar la extinción de nuestros más preciados y escasos endemismos? ¿Es su destino inexorable la extinción?
 
Diminuta Naufraga balearica, una plantita endémica de Mallorca que corre un gravísimo peligro de extinción.

 Otro endémica diminuta, la tirrénica Arenaria balearica, tan menuda como bonita.

Es tan pequeñita y frágil que mueve a la ternura. En su indefensión, con su inmaculada florecita blanca que se abre sobre un tallito de no más de dos centímetros, parece mirarnos temblorosa, como si para ella fuéramos despiadados gigantes sin corazón: "¡Déjeme vivir, señor ogro. Se lo suplico, no me pisotee, no destruya mi hogar. Yo soy muy buena y no le hago daño a nadie. Soy una hierbita tan vulnerable y ocupo tan poco espacio...!" —nos ruega, como pidiéndonos clemencia, con su inaudible y dulce vocecita llena de inocencia.

¿Qué opinais sobre todo eso?