domingo, 30 de octubre de 2016

Ensalada de garbanzos con hojas de rúcula y huevos de codorniz

Hola Amigos: quiero mostraros la deliciosa ensalada de garbanzos que me he preparado este mediodía.

 ¡Qué pinta!, ¿verdad?
(Recomiendo ampliar las fotos con un doble click para ver los detalles.)

 Su elaboración ya no puede ser más rápida y sencilla.

Los ingredientes son:

-Un manojo de hojas tiernas de rúcula, que esta mañana me ha regalado mi amiga Matilde de su huerto de Son Vivot. 
-Un tomate de ramillete.
-Una chalota.
-Un bote de garbanzos.
-Unos huevos de codorniz.
-Pimentón dulce.
-Aceite de oliva.
-Sal y pimienta al gusto.

 Bote de 200 gramos de garbanzos.

 Huevos de codorniz de una granja de Maià de Montcal, situada muy cerca del Pirineo en la provincia de Girona. Los compré ayer en una carnicería.

 Vienen en una huevera especial a medida de los pequeños y frágiles huevos.

 En la naturaleza se confunden perfectamente con el suelo y la vegetación y pasan desapercibidos para los depredadores. Son realmente bonitos.

 Su diseño ha tardado millones de años en lograr la perfección, permitiendo así sobrevivir a la especie.

 Se hierven en agua con un poco de sal durante 5 minutos. Una vez hervidos se sumergen en agua fría unos minutos y luego se pelan con facilidad. La cáscara es tan fina y tan rica en calcio que mucha gente se los come sin pelar.

 Y tras mezclar los ingredientes, partir por la mitad los huevos de codorniz y aliñarlo todo con un chorreón de aceite de oliva, sal y pimienta al gusto y una cucharadita de pimentón dulce esparcido finamente por encima, aquí tenéis la ensalada.

 Las hojas de rúcula están cortadas a trozos de unos dos centímetros.

 La chalota está cortada en rodajitas finas de unos 3 milímetros y el tomate a cuadritos.

¡Qué apetitosa se ve!, ¿verdad?
Os aseguro que me ha sabido a gloria.

¡Buen provecho, amigos!


miércoles, 26 de octubre de 2016

Tortilla de chayote con hojas de llantén menor

El otro día os hablé de las semillas de pulga de tres llantenes: llantén mayor, llantén menor y zaragatona. Este mediodía, paseando por mi huerto-jardín, he visto que tras las primeras lluvias otoñales han brotado miles de plantas de llantén menor y se me ha ocurrido prepararme una tortilla con sus hojas más tiernas para probarlas, ya que los entendidos aseguran que son comestibles como verdura.

 Siempre he sentido curiosidad por probar cosas nuevas y la verdad es que esta vez ha valido la pena. La tortilla ha estado deliciosa.

 Para completar la tortilla, además de hojas tiernas de llantén menor, Plantago lanceolata, le he añadido un chayote de México, Sechium edule, que me regalaron mis amigos Jaume y Matilde, tres patatas, Solanum tuberosum, dos chalotas, Allium ascalonicum, dos ajos, Allium sativum y tres huevos de gallina.

 He troceado el chayote, las patatas y los ajos y los he freído en aceite de oliva. Una vez en su punto los he sacado de la sartén y los he reservado. A continuación en la misma sartén he echado las hojas de llantén menor y las dos chalotas, todo bien troceado y las he freído hasta que se han ablandado sin llegar a estar completamente hechas.

 Lo he mezclado todo con los tres huevos, salpimentándolo al gusto y lo he echado en la misma sartén con un poco de aceite de oliva. Tras darle varias vueltas a la tortilla, aquí tenéis el resultado.

Jugosa, sabrosa, melosa. Os aseguro que me ha sabido a gloria.

¡Buen provecho, amigos!  


domingo, 16 de octubre de 2016

Madre lince abnegada, sabe vencer a la muerte



 Le echó una mano la luna
a la lince sevillana
en aquella noche bruja,
más cruel que la peor suerte,
más fría que la venganza,
más negra que la vil muerte.
Oh, hambre que la torturas,
en esta agreste llanura
con el aroma de jaras
con el perfume de pinos,

sobre esta tierra tan dura
de su lóbrego destino.
 

Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
La piel pegada a los huesos
y el vientre inexistente,
con sus ubres arrugadas,
el desespero en el alma,
la pena en su mirada,
y la angustia en la garganta,
por sus hijos que la esperan,
que sus vientritos ya rugen,
que en ellos no entra nada,
desde hace una semana.


 Le echó una mano la luna
a la lince sevillana
en la negritud espesa
de aquella noche calmada,
con la acariciante brisa,
con el canto de la rana,
con el ulular del oto
y el fulgor de un lucero.
A su delicado olfato
llegó por fin el aroma
de un obsequio inesperado,
oh, liebre, bendita liebre.

 
 
Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
Liebre buscando pareja,
que sus feromonas lanza,
al aire que la rodea.
En su encarnada sangre,
en las venas que la llevan,
hierve, más bien borbotea
el amor de primavera.
La lince madre la huele.
De su alma saca fuerzas 
que no de sus carnes hueras.

 
Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
Su corazón late fuerte,
tal vez por fin esta noche,
sus hijos mamarán leche
de sus ocho ubres secas.
Ya salta sobre la liebre,
ya le hinca uñas y dientes,
ya su pescuezo revienta,
ya su sangre saborea
y su estómago se alegra,
y sus mamas se despiertan.


Le echó una mano la luna
a la lince sevillana.
A la sombra de una encina,
sobre la hojarasca fresca,
sus hijitos ronronean
y sus garritas le clavan
masajeando sus tetas.
Están llenando sus vientres,
con la leche deliciosa
de la sangre de la liebre.
Oh, madre lince valiente,
que no te vence la muerte.


 
Le echó una mano la luna
a la lince sevillana. 
Lincitos que ya retozan
y salen de caza en juegos
con sus vientritos rellenos,
mientras su madre les lame
y mira al cielo aliviada.
Vivirán todos un día,
podrán dormir otra noche,
hasta el hambre de mañana.
La luna le echó una mano
a la lince sevillana. 



sábado, 8 de octubre de 2016

La granada: un zurrón de cuero lleno de rubíes

Joya de los Jardines colgantes de Babilonia.
Fruta predilecta del rey caldeo Nabucodonosor.
Delicatessen para el refinado paladar de los Faraones.
Modelo para la corona de los reyes de Israel.
Ofrenda de los Fenicios a Roma. 
 Árbol del Paraíso del Islam. 
Regalo de los Bereberes a Al-Ándalus.
Símbolo de fertilidad en el mundo antiguo.
Alimento de las caravanas de la Ruta de la Seda.

  La granada, Punica granatum, es una de mis frutas preferidas. No sólo comerla es un placer sino también todo el ritual de abrirla y desgranar sus jugosos arilos en el hueco de una mano. Resulta placentero y relajante a la vez. 

Este año, a pesar de los cuatro largos, tórridos y resecos meses de verano, con más calor que nunca por el cambio climático y sin una gota de lluvia, mis granados, de la variedad Mollar de Elche, han cumplido como campeones y me han regalado grandes y deliciosas granadas como la de la imagen. Nunca me han fallado. Haga el tiempo que haga, dan siempre unas buenas cosechas. Junto con la higuera, el almendro, el olivo, el algarrobo, el albaricoquero, el ciruelo, el cerezo, el acerolo, el serbal, la níspola, la uva, el peral, el nogal, el membrillo y el manzano cubre de frutales las tierras de secano mallorquinas. Todos estos árboles domesticados por el hombre están perfectamente adaptados a nuestro clima duro y traicionero. 

En el momento de la floración, tanto los sépalos del cáliz, entre cinco y ocho, como el mismo número de pétalos de la corola, lucen un vistoso color rojo anaranjado. Los sépalos están soldados entre sí formando una especie de copa que contiene el ovario, los estambres y el pistilo. Los pétalos en cambio están libres, separados entre sí  y sobresalen varios centímetros por encima del cáliz.

En algunas variedades cultivadas la corola puede presentar un número doble de pétalos que además son ondulados, lo cual, junto con su color a veces rosado, blanco-rosado o blanco-anaranjado, les confiere un bonito aspecto de rosa.  En jardinería estas variedades dobles reciben el nombre de "florepleno". Suelen ser híbridos o mutantes autotetraploides con doble genoma en su núcleo y en general estériles.

Esta foto y la anterior fueron tomadas en el Parque de María Luísa de Sevilla.

 Los sépalos soldados del cáliz tienen una curiosa forma de corona real, de ahí que los antiguos hebreos utilizasen la granada como modelo para el diseño de la corona de los reyes de Israel. Posteriormente otras culturas, incluida la cristiana, imitaron el mismo modelo para sus monarcas.


Corte de la "corona" de una granada, en el que se ven los sépalos rodeando los estambres secos y el pistilo que persisten en el extremo del fruto maduro.

La simetría de los sépalos ya no puede ser más perfecta, ¿verdad?

 Nuevamente tenemos un hermoso ejemplo del Número Áureo Phi, un valor matemático que rige todas las estructuras de la naturaleza y les confiere una belleza extraordinaria. Los arquitectos, los escultores y los pintores, desde la antigüedad hasta nuestros días, han seguido escrupulosamente este principio matemático. En la imagen, si dividimos el valor de la línea AB por el valor de la línea CD, nos dará exactamente el Número Áureo Phi:
 φ = AB / CD = 1´61803.

 
Para abrir una granada cortamos la "corona" y unos centímetros de corteza de su alrededor.

Debajo nos encontramos con los arilos carnosos y jugosos agrupados en lóculos y separados por una membrana o endocarpio amarillento llamado pastana.

En esta granada vemos un total de nueve membranas.

 
A continuación procedemos a realizar un corte longitudinal siguiendo cada una de las membranas endocárpicas.

Nueve membranas, nueve cortes.

Abrimos con cuidado la granada y retiramos el tejido central no comestible y las membranas.

Así nos queda perfectamente abierta con los jugosos arilos esperando que los desgranemos con los dedos y los saboreemos.

Otra granada abierta de la misma manera a principios de noviembre.

Y aquí tenéis la deliciosa cena que me zampé ayer noche. Los ingredientes ya no pueden ser más sencillos y saludables: una granada, queso de oveja, una rebanada de pan moreno y un vaso de agua. Un mordisquito de cada y un puñado de arilos mezclados en la boca se convierten en una explosión alucinante de sabores agridulces deliciosos.

Uhmmmm, con razón los egípcios, los hebreos, los árabes, los bereberes, los hindúes y mis antepasados fenicios procedentes de Babilonia consideraban la granada como una delicatessen, un manjar de reyes.

El granado es originario de la región asiática que va desde Irán hasta la India. Se ignora dónde empezó exactamente su domesticación por el hombre a partir de su ancestro silvestre. Por restos arqueológicos se sabe que empezó a cultivarse hace aproximadamente unos 5.000 años. 

Los caldeos que habitaban la fértil Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, lo cultivaron por orden del rey Nabuconodosor II en los míticos Jardines colgantes de Babilonia como uno de los frutales más apreciados, junto a la higuera, la palmera datilera, la vid, el albaricoquero, la morera, el almendro... El granado ya llevaba varios milenios siendo mejorado por selección de mutantes cada vez más dulces por los hábiles agricultores sumerios, acadios, caldeos, hindúes y egipcios.

Fueron los fenicios, grandes navegantes y comerciantes, que surcaban las aguas del Mediterráneo con sus fantásticas naves intercambiando bienes y fundando ciudades en el norte de África y el sur de Europa, quienes llevaron la granada como una maravillosa fruta exótica a la Roma Imperial desde la africana Cartago, una de las ciudades fenicias más famosas y poderosas. Los restos arqueológicos de este mítico asentamiento fenicio se encuentran a 17 kms. de la actual ciudad de Túnez. Nuestras ciudades de Cádiz, Málaga, Cartagena, Ibiza y Medina Sidonia también fueron fundadas por fenicios. 

Así pues, cuando los ciudadanos de Roma vieron y probaron por primera vez una granada, le dieron el nombre de "punica", que quiere decir fenicia, pues así llamaban los romanos a los fenicios. De ahí que cuando Linneo le quiso dar un nombre científico al árbol del granado lo llamó Punica granatum.

Sin embargo quienes realmente introdujeron el cultivo del granado en Europa fueron los bereberes norteafricanos durante la dominación musulmana de la península Ibérica.  Desde allí, desde el Al-Ándalus, su cultivo se fue extendiendo por el sur de Europa en todas las regiones con un clima templado-mediterráneo ideal para este frutal, que ama los veranos cálidos y secos y los inviernos fríos y lluviosos.

 Parecen rubíes, ¿verdad?

Los jugosos arilos están formados por enormes células repletas de agua, azúcares, vitaminas y antioxidantes rojos, que rodean la semilla y explotan dentro de nuestra boca cuando las aplastamos entre la lengua y el paladar, inundando nuestro cerebro de aromas y sabores maravillosos. Es como un pequeño orgasmo olfativo-gustativo, un chute de placer que nos hace segregar endorfinas y nos alegra la vida.

El granado de tonto no tiene nada. Sabe que sus arilos gustan a rabiar a las aves y los mamíferos frugívoros, entre los que se encuentra el hombre. También sabe que nuestro tubo digestivo sólo va a digerir los jugos deliciosos que envuelven las semillas. Y sabe por fin que tras ser escarificadas por los ácidos, las enzimas y las bacterias de nuestra flora intestinal, las semillas, sus hijas, acabarán siendo defecadas lejos de ella, de su madre, logrando así conquistar nuevos territorios y perpetuar con gran éxito la especie. 

El granado ha utilizado al hombre durante milenios en su propio beneficio. "Yo te doy mis deliciosos frutos a cambio de que tu me cultives y extiendas mis hijos, mi descendencia, por todo el Mundo". 

Y así ha ocurrido. Actualmente el granado se cultiva con gran éxito en todos los continentes. A los musulmanes andalusíes les gustaba tanto esta fruta roja que dieron su nombre a la ciudad de Granada (غرﻧﺎﻃﺔ ġarnāṭah). Y sus descendientes, fruto de una esquizofrénica hibridación entre los cristianos viejos y los moriscos conversos andalusíes, heredaron esa querencia por el granado y pusieron su fruto, una granada de oro abierta mostrando sus arilos rojos, en el escudo de Granada y en el Escudo Nacional de España. Y tras la conquista-genocidio de América, los españoles contagiaron el amor por este fantástico fruto mesopotámico a los indios americanos y a sus descendientes mestizos, y pusieron su imagen en el Escudo Nacional de Colombia y en el escudo de la ciudad peruana de San Pedro de Tacna. 

La estrategia de supervivencia le ha salido bordada al granado. En cinco milenios ha pasado de ser un simple arbusto espinoso de frutos extremadamente ácidos perdido en los resecos matorrales de Irán e Indostán, a convertirse en uno de los frutales más apreciados y cosmopolitas de la Tierra.

¡Inteligencia vegetal en estado puro!

sábado, 1 de octubre de 2016

Nelumbo nucifera, la bellísima Flor de Loto

Es la flor sagrada de los faraones, el hinduismo y el budismo.



Nunca antes había visto ni su bellísima flor ni su impactante e insólito fruto en forma de avispero. Hace unos diez años, en una de mis visitas al fantástico Jardín botánico de Sóller, situado en plena Serra de Tramuntana de Mallorca, de pronto apareció ante mis ojos una gran flor a medio abrir que se elevaba altiva y orgullosa hacia el sol mediterráneo, surgiendo, como si de un ave fénix acuática se tratase, directamente de la turbia agua de un estanque. A sus pies, grandes hojas redondeadas de un verde intenso la escoltaban como súbditos a su reina o como sacerdotisas a su diosa.

Era la mítica, sagrada y venerada Flor de Loto, la Rosa del Nilo, el asiento del dios Ganges, el ombligo del dios Vishnú entre cuyos pétalos se esconde Brahma, el dios creador. Representa la pureza divina nacida del pestilente lodo cenagoso. De lo más bajo, repulsivo y despreciable a la belleza absoluta, de las tinieblas a la luz cegadora, de la carnalidad a la divinidad, de la maldad a la bondad infinita, de las cadenas de los deseos mundanos a la paz y el sosiego liberador, del sufrimiento físico y espiritual a la felicidad, de la nada a lo más grande. Sus pétalos se despliegan como lo hace el alma cuando alcanza la perfección. Es la esencia del budismo: convertirse en nada para serlo todo.

En el interior de estos bellísimos pétalos que brillan con luz propia se esconde el alma humana aprisionada por las debilidades, los deseos, las flaquezas, los egoismos, un alma que desea liberarse de la imperfección y alcanzar el nirvana, la perfección y la felicidad absolutas.

Ante la belleza y la pureza de una Flor de Loto a medio abrir a uno le entran ganas de sentarse junto a ella en posición de loto, cerrar los ojos, liberarse del cuerpo hasta alcanzar la relajación total y entonces abrir los pétalos que esclavizan el alma y dejarla volar, sacarla de la prisión de la carne con un largo y profundo Om para que vuele libre y se funda con el Universo entero, con el Todo.


 Planta de Loto en agosto con un capullo elevándose como una flecha hacia el sol que le da la vida. Las hojas más viejas flotan sobre el agua completamente extendidas para captar el máximo de rayos solares y sintetizar los nutrientes que necesita la planta para producir las semillas de la siguiente generación. Miden entre 25 y 100 centímetros de diámetro. Su flotabilidad es debida a que están cubiertas de ceras hidrófobas que repelen el agua. Las hojas más nuevas cercanas a la flor se mantienen sobreelevadas.

Otra planta de Loto con una flor abierta y varios frutos iniciando su maduración.

Otra imagen de la planta anterior en la que se ve la flor, varios capullos y un fruto todavía inmaduro, todos ellos elevados por encima del nivel del agua sobre largos tallos de entre 50 y 70 centímetros. En sus países de origen asiáticos las flores se elevan hasta casi dos metros.

Uno no sabe si es el sol que ilumina la flor o es la flor que brilla con luz propia.

Detalle del aparato reproductor de Nelumbo nucifera. Un gran receptáculo cónico en forma de avispero o alcachofa de regadera contiene los carpelos (entre 12 y 30), cada uno de ellos separado de los demás, con un estigma tubular que se asoma en la superficie plana del receptáculo y se continua hacia dentro con un canal descendente que acaba en el ovario. Alrededor del receptáculo, que representa la parte femenina o gineceo, se encuentra el androceo masculino formado por numerosos estambres, entre 200 y 400, acabados en su extremo por anteras amarillas cargadas de polen.

Tras la polinización de la flor, los pétalos y los estambres caen y el receptáculo con los ovarios fecundados en su interior se inclina hacia un lado y empieza a crecer.

Otra planta de Loto con los frutos casi maduros.

Sorprende el gran parecido del fruto del Loto con un avispero o con la alcachofa cónica de una regadera.

Cada carpelo produce una única semilla que se asoma por el agujero dejado por el tubo del estigma, el cual se va ensanchando a medida que madura como si fuera el cuello del útero de una parturienta, hasta que por fin la semilla logra salir y cae en el agua. Entonces la corriente la lleva flotando lejos de la planta madre hasta encallar en una zona lodosa donde germina y vuelve a empezar el ciclo de su vida..

Semilla de Loto.

Los rizomas, los frutos inmaduros y las semillas son comestibles y se venden en los mercados asiáticos.

Fascinante la Flor de Loto, ¿verdad?