Y aquí tenéis la deliciosa cena que me zampé ayer noche. Los ingredientes ya no pueden ser más sencillos y saludables: una granada, queso de oveja, una rebanada de pan moreno y un vaso de agua. Un mordisquito de cada y un puñado de arilos mezclados en la boca se convierten en una explosión alucinante de sabores agridulces deliciosos.
Uhmmmm, con razón los egípcios, los hebreos, los árabes, los bereberes, los hindúes y mis antepasados fenicios procedentes de Babilonia consideraban la granada como una delicatessen, un manjar de reyes.
El granado es originario de la región asiática que va desde Irán hasta la India. Se ignora dónde empezó exactamente su domesticación por el hombre a partir de su ancestro silvestre. Por restos arqueológicos se sabe que empezó a cultivarse hace aproximadamente unos 5.000 años.
Los caldeos que habitaban la fértil Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, lo cultivaron por orden del rey Nabuconodosor II en los míticos Jardines colgantes de Babilonia como uno de los frutales más apreciados, junto a la higuera, la palmera datilera, la vid, el albaricoquero, la morera, el almendro... El granado ya llevaba varios milenios siendo mejorado por selección de mutantes cada vez más dulces por los hábiles agricultores sumerios, acadios, caldeos, hindúes y egipcios.
Fueron los fenicios, grandes navegantes y comerciantes, que surcaban las aguas del Mediterráneo con sus fantásticas naves intercambiando bienes y fundando ciudades en el norte de África y el sur de Europa, quienes llevaron la granada como una maravillosa fruta exótica a la Roma Imperial desde la africana Cartago, una de las ciudades fenicias más famosas y poderosas. Los restos arqueológicos de este mítico asentamiento fenicio se encuentran a 17 kms. de la actual ciudad de Túnez. Nuestras ciudades de Cádiz, Málaga, Cartagena, Ibiza y Medina Sidonia también fueron fundadas por fenicios.
Así pues, cuando los ciudadanos de Roma vieron y probaron por primera vez una granada, le dieron el nombre de "punica", que quiere decir fenicia, pues así llamaban los romanos a los fenicios. De ahí que cuando Linneo le quiso dar un nombre científico al árbol del granado lo llamó Punica granatum.
Sin embargo quienes realmente introdujeron el cultivo del granado en Europa fueron los bereberes norteafricanos durante la dominación musulmana de la península Ibérica. Desde allí, desde el Al-Ándalus, su cultivo se fue extendiendo por el sur de Europa en todas las regiones con un clima templado-mediterráneo ideal para este frutal, que ama los veranos cálidos y secos y los inviernos fríos y lluviosos.
Parecen rubíes, ¿verdad?
Los jugosos arilos están formados por enormes células repletas de agua, azúcares, vitaminas y antioxidantes rojos, que rodean la semilla y explotan dentro de nuestra boca cuando las aplastamos entre la lengua y el paladar, inundando nuestro cerebro de aromas y sabores maravillosos. Es como un pequeño orgasmo olfativo-gustativo, un chute de placer que nos hace segregar endorfinas y nos alegra la vida.
El
granado de tonto no tiene nada. Sabe que sus arilos gustan a rabiar a
las aves y los mamíferos frugívoros, entre los que se encuentra el
hombre. También sabe que nuestro tubo digestivo sólo va a digerir los
jugos deliciosos que envuelven las semillas. Y sabe por fin que tras ser
escarificadas por los ácidos, las enzimas y las bacterias de nuestra
flora intestinal, las semillas, sus hijas, acabarán siendo defecadas
lejos de ella, de su madre, logrando así conquistar nuevos territorios y
perpetuar con gran éxito la especie.
El granado ha utilizado al hombre durante milenios en su propio beneficio. "Yo te doy mis deliciosos frutos a cambio de que tu me cultives y extiendas mis hijos, mi descendencia, por todo el Mundo".
Y así ha ocurrido. Actualmente el granado se cultiva con gran éxito en todos los continentes. A los musulmanes andalusíes les gustaba tanto esta fruta roja que dieron su nombre a la ciudad de Granada (غرﻧﺎﻃﺔ ġarnāṭah). Y sus descendientes, fruto de una esquizofrénica hibridación entre los cristianos viejos y los moriscos conversos andalusíes, heredaron esa querencia por el granado y pusieron su fruto, una granada de oro abierta mostrando sus arilos rojos, en el escudo de Granada y en el Escudo Nacional de España. Y tras la conquista-genocidio de América, los españoles contagiaron el amor por este fantástico fruto mesopotámico a los indios americanos y a sus descendientes mestizos, y pusieron su imagen en el Escudo Nacional de Colombia y en el escudo de la ciudad peruana de San Pedro de Tacna.
La estrategia de supervivencia le ha salido bordada al granado. En cinco milenios ha pasado de ser un simple arbusto espinoso de frutos extremadamente ácidos perdido en los resecos matorrales de Irán e Indostán, a convertirse en uno de los frutales más apreciados y cosmopolitas de la Tierra.
¡Inteligencia vegetal en estado puro!