La Doradilla es un pequeño helecho rupícola de nombre científico
Ceterach officinarum subsp. officinarum, sinónimo de Asplenium ceterach subsp. ceterach. Pertenece a la gran familia de las Aspleniaceae y es
quizás uno de los helechos más abundantes y más conocidos por los
amantes de la naturaleza del Mediterráneo Occidental.
Tiene una dotación
genética autotetraploide, es decir, en su núcleo contiene dos genomas
completos e idénticos al de su padre ancestral, el Asplenium javorkeanum, sinónimo de Asplenium ceterach subsp. bivalens, que desde hace millones de años vive confinado en las montañas más frescas
y orientadas hacia el norte de los países Balcánicos, este de la Península
Italiana, Sicilia y Turquía. Crece únicamente sobre suelos ácidos. Su incapacidad para soportar la tierra caliza y los tórridos y resecos veranos mediterráneos le impidió expandirse hacia nuevos territorios.
Doradilla completamente seca, deshidratada hasta límites en apariencia incompatibles con la vida. Crece en la argamasa que une las piedras de una pared de bancal orientada hacia el sudeste en la Serra de Tramuntana de Mallorca. Sus frondes están tan resecas y son tan frágiles, que si se estrujan entre los dedos se deshacen en mil pedazos. A simple vista está muerta. La foto fue tomada en pleno verano, día 1 de septiembre, tras casi cuatro meses sin practicamente una gota de lluvia. (Recomiendo ampliar las fotos con un doble click).
Su padre ancestral, el Asplenium javorkeanum, hace millones de años sufrió una mutación en el gen que codifica la meiosis, llamada apomeiosis o ausencia de meiosis, de manera que no se produjo la normal reducción a la mitad del número de cromosomas, y se generaron esporas diploides, en lugar de haploides, con el genoma completo diploide de su progenitor. Las esporas germinaron y dieron lugar a un gametofito diploide, que produjo gametos diploides (una oósfera femenina y muchos anterozoides masculinos), los cuales, tras la fecundación de la oósfera diploide por un anterozoide diploide, dieron lugar a un helecho autotetraploide con dos genomas completos e idénticos en su núcleo, es decir, como si fuera un Asplenium javorkeanum al cuadrado (2 x 2 = 4 ). En el mundo animal esta mutación sería incompatible con la vida, pero en los helechos y otras plantas es perfectamente viable.
El resultado fue el Ceterach officinarum subsp. officinarum, un helecho robusto y resistente a los suelos calizos y a la sequía extrema, que se expandió con rapidez por todo el Mediterráneo Occidental, pudiendo crecer indistintamente sobre suelos ácidos, sombríos y permanentemente húmedos como su ancestro o bien sobre suelos calcáreos y ambientes extremadamente secos y calurosos como ocurre durante los largos meses del verano mediterráneo. Fue una inteligente estrategia del Asplenium javorkeanum para sobrevivir y expandir sus poblaciones hacia nuevos territorios hasta entonces vetados a su especie.
Misma doradilla anterior día 24 de septiembre, a las 16 horas de la tarde, tras un esperado aunque escaso chubasco de principios de otoño. Se aprecia claramente como algunas frondes empiezan a verdear, hidratadas por la lluvia.
La doble dotación cromosómica también le dotó de la capacidad de morir en verano y resucitar en otoño a través de la estivación, un proceso semejante a la hibernación, en el que el helecho reabsorbe el agua y los nutrientes de las frondes y los concentra en su diminuto rizoma. Esta deshidratación se activa cuando el helecho nota que empieza la sequía, pero sólo si no se producen lluvias veraniegas. En los rarísimos veranos frescos y lluviosos la doradilla permanece bien lozana durante todo el estío.
Misma doradilla a las 13 horas del día siguente, 25 de septiembre, tras un nuevo chubasco.
Las frondes se están hidratando, expandiendo, reverdeciendo a gran velocidad. Las células vuelven a la vida, su citoplasma, antes reseco, se llena de agua, el ADN de su núcleo despierta del largo letargo veraniego y empieza a dar órdenes a los orgánulos citoplasmáticos a través del ARN mensajero, sus cloroplastos vuelven a sintetizar clorófila, se reinicia la fotosíntesis, el metabolismo se normaliza, incluso los esporangios del envés de sus frondes, que habían interrumpido la producción de esporas por la sequía, se despiertan, acaban de madurar las esporas y las dispersan rápidamente, a sabiendas de que encontrarán recovecos entre piedras de bancal perfectamente húmedos y acogedores para perpetuar la especie.
Es la maravilla de la vida que explota ante nuestros ojos en sólo 24 horas. Desde la imagen anterior a ésta han pasado sólo tres horas, tiempo más que suficiente para que las últimas frondes por hidratar y reverdecer ya estén expandidas y tan lozanas como antes del verano, como si nada hubiera ocurrido.
El proceso es tan bonito y tan emocionante que he querido compartirlo con vosotros.