Un recuerdo entrañable de la mili
Hace algo más de ocho años, en mayo de 2005, viajé a Sevilla para calmar mi nostalgia por esta bellísima ciudad de Al-Andalus que llevo en el alma. Allí viví durante doce meses haciendo la mili en el Cuartel de Caballería de Alcalá de Guadaíra, desde marzo de 1981 hasta febrero de 1982. Han pasado ya 31 años y parece que fue ayer. Siempre recordaré con mucho cariño a los compañeros sevillanos.
Hace algo más de ocho años, en mayo de 2005, viajé a Sevilla para calmar mi nostalgia por esta bellísima ciudad de Al-Andalus que llevo en el alma. Allí viví durante doce meses haciendo la mili en el Cuartel de Caballería de Alcalá de Guadaíra, desde marzo de 1981 hasta febrero de 1982. Han pasado ya 31 años y parece que fue ayer. Siempre recordaré con mucho cariño a los compañeros sevillanos.
Justo después de jurar bandera el dia 22 de febrero de 1981.
El primer dia en el cuartel, por la tarde, al terminar la instrucción, me fui solo a la cantina con un susto tremendo en el cuerpo, sin conocer a nadie y con la sensación de estar encerrado en una especie de campo de concentración. Hacía sólo una semana escasa que se había perpetrado el intento de golpe
de Estado del 23 de febrero de 1981. El ambiente militar estaba muy
cargado, tenso, enrabietado, con los sables desenvainados y listos para
la acción. Los nuevos soldados estábamos acojonados.
La mayoría procedíamos de los cuarteles cordobeses de reclutas de Cerro Muriano y Obejo. Habíamos jurado bandera todos juntos el día 22 de febrero en Cerro Muriano, justo la jornada anterior al golpe. Los mandos se mostraban muy duros, casi diría que crueles con los novatos, como si quisieran descargar sobre nosotros toda su frustración. En el cuartel estaba todo preparado para una intervención militar inmediata, con el patio de armas lleno de tanques orientados hacia la salida.
Jurando bandera en el cuartel de Cerro Muriano (Córdoba) después de dos meses de instrucción en el cuartel de reclutas de Obejo.
La mayoría procedíamos de los cuarteles cordobeses de reclutas de Cerro Muriano y Obejo. Habíamos jurado bandera todos juntos el día 22 de febrero en Cerro Muriano, justo la jornada anterior al golpe. Los mandos se mostraban muy duros, casi diría que crueles con los novatos, como si quisieran descargar sobre nosotros toda su frustración. En el cuartel estaba todo preparado para una intervención militar inmediata, con el patio de armas lleno de tanques orientados hacia la salida.
En el cuartel de caballería Sagunto 7, situado en Alcalá de Guadaíra (Sevilla).
En unas maniobras en Huelva, muy cerca de la frontera con Portugal, donde mi capitán, para mofarse de mí, una noche me llevó en un jeep del Ejército a campo a través a toda pastilla con las luces del vehículo apagadas entre jaras, lentiscos y acebuches. Creía que yo era un miedica, que me acojonaría y me mearía en los calzoncillos, y le salió el tiro por la culata, porque no consiguió acojonarme. Estaba rabioso, quería humillarme como fuera pero no podía conmigo. Una tarde, tras unas maniobras de tiro en una plantación de eucaliptos, mientras el sol se iba poniendo a la espera de la cena, me vio a lo lejos y me llamó: "Doctor, vente pacá, quiero que pruebes una cosa muy buena". Yo ya sabía de qué iba la cosa tan buena, y me dije para mí mismo: "Maldito cabrón, te vas a joder". Y se jodió bien jodido, mi capitán, ya lo creo que sí.
La cosa buena era un lagarto ocelado, creo que hembra, Timon lepidus, que él había cazado entre las jaras, y lo estaba asando sin quitarle las tripas sobre unas brasas con la única intención de humillarme.
Para matarlo le había cortado la cabeza con un cuchillo de supervivencia militar. Yo la conservé en alcohol en un bote de pastillas militares para el dolor. Hoy, día 23 de febrero de 2019, sin saber por qué, he encontrado el bote en un cajón de un mueble de la casita del huerto. ¡Después de 38 años! ¡Y sigue intacta! Ahí la tenéis. Lo más curioso es que precisamente hoy se cumplen 38 años del golpe de estado del 23F.
Yo controlé los músculos de mi rostro y sonreí encantado. "¡Uhmmm, qué bien huele, mi capitán!" —exclamé, mientras pelaba la piel chamuscada de los lomos y la cola del lagarto. El cabrón reía a carcajadas acompañado de otros mandos, convencido de que de un momento a otro yo no podría aguantar la repugnancia y empezaría a vomitar.
Me miraba la cara fijamente para detectar en ella algún amago de mueca de asco, pero se jodió, controlé todos mis gestos y fui arrancando la carne del reptil con los dedos y metiéndomela en la boca, haciendo grandes aspavientos de placer: ¡Qué rico está este lagarto, mi capitán. Sabe a pollo. Uhmmm, me encanta!
Sólo dejé los huesos y las tripas, y me guardé la cabeza como recuerdo. Al final el humillado fue él, y ya nunca más volvió a meterse conmigo.
La cosa buena era un lagarto ocelado, creo que hembra, Timon lepidus, que él había cazado entre las jaras, y lo estaba asando sin quitarle las tripas sobre unas brasas con la única intención de humillarme.
Para matarlo le había cortado la cabeza con un cuchillo de supervivencia militar. Yo la conservé en alcohol en un bote de pastillas militares para el dolor. Hoy, día 23 de febrero de 2019, sin saber por qué, he encontrado el bote en un cajón de un mueble de la casita del huerto. ¡Después de 38 años! ¡Y sigue intacta! Ahí la tenéis. Lo más curioso es que precisamente hoy se cumplen 38 años del golpe de estado del 23F.
Yo controlé los músculos de mi rostro y sonreí encantado. "¡Uhmmm, qué bien huele, mi capitán!" —exclamé, mientras pelaba la piel chamuscada de los lomos y la cola del lagarto. El cabrón reía a carcajadas acompañado de otros mandos, convencido de que de un momento a otro yo no podría aguantar la repugnancia y empezaría a vomitar.
Me miraba la cara fijamente para detectar en ella algún amago de mueca de asco, pero se jodió, controlé todos mis gestos y fui arrancando la carne del reptil con los dedos y metiéndomela en la boca, haciendo grandes aspavientos de placer: ¡Qué rico está este lagarto, mi capitán. Sabe a pollo. Uhmmm, me encanta!
Sólo dejé los huesos y las tripas, y me guardé la cabeza como recuerdo. Al final el humillado fue él, y ya nunca más volvió a meterse conmigo.
Con mi amigo madrileño Castillo Calvo con el que compartí las maniobras en Huelva. En la mili me aficioné al tabaco y fumaba un pitillo tras otro de la marca Ducados. Esta foto nos la hizo otro soldado, del que no recuerdo el nombre, en el verano de 1981.
Como os decía al principio, nada más llegar al cuartel de Sevilla, tras la ducha colectiva nos dieron permiso para ir a la cantina hasta la hora de la cena. Yo me quedé parado en la barra. Pedí una caña y me dediqué a observar y a escuchar. Sentía una angustia tan grande que a duras penas podía tragar la cerveza. Se me antojaba exageradamente amarga. Fumaba un pitillo tras otro de una manera compulsiva. Mi soledad y mi miedo eran inconmensurables. Me preguntaba a mi mismo: ¿saldré vivo de aquí?, ¿lo podré soportar?
—¡Quillo! ¿Qué paza? ¿De dónde ere? —me preguntó un soldado con una gran sonrisa, dándome una palmada en el hombro.
—De Mallorca —respondí yo con un hilillo de voz.
—Pué yo zoy de Do Hermana, de aquí cerca. Me llamo Jozé Luí. ¿Y tú?
—Yo Juan.
—¡Quillos, ette é Juan de Palma de Mallorca! —gritó dirigiéndose a sus amigos.
Cuando me di cuenta estaba rodeado de sevillanos, que me saludaban con una afectuosidad espontánea tan sincera que a mí, como mallorquín seco y reservado, me resultaba cuando menos chocante, como si me conocieran de toda la vida. De pronto ya no estaba solo, en menos de tres minutos tenía media docena de amigos, que me invitaron a otra caña, y ésta sí me supo a gloria. Y luego otra y otra...
Llevo este recuerdo tan metido en el alma que siempre que lo rememoro se me humedecen los ojos. Desde aquel momento quedé enamorado de Andalucía y los andaluces. Tienen un carácter maravilloso, y su tierra es un paraíso. Doce meses después ya hablaba sevillano con soltura y al volver a Mallorca tardé bastantes meses en perder el acento andalusí.
Vaya, me he liado contándoos mis batallitas de la mili y me he olvidado de la higuera sevillana del Guadalquivir.
Mirad qué bonitos son los higos de esta higuera andaluza. Parecen llevar pintados los colores de la bandera española: oro y sangre. Como os decía al principio, en el año 2005 visité Sevilla. Cerca de la Torre del Oro pude acercarme hasta el río Guadalquivir. Me apeteció tocar su agua que venia de Córdoba y allí mismo, con sus raíces en remojo, crecía una higuera imponente que no llevaba ningún higo, lo que me hizo suponer que era un cabrahigo, es decir, una higuera silvestre nacida de una semilla defecada allí por un ave. Ahora sé que se trata de un semicabrahigo, hijo de un cabrahigo macho silvestre y una higuera hembra cultivada. No da brevas, de ahí que su madre en mayo no llevase ningún fruto. Sólo da higos tardíos que maduran en la segunda quincena de agosto. Si ampliáis las fotos con un doble click apreciaréis mejor los detalles.
Enseguida pensé que tenía que llevarme una ramita de aquella higuera sevillana como recuerdo. Cogí tres estaquitas, las mojé en el agua del Guadalquivir, las metí en una bolsa de plástico y me las llevé a Mallorca. En cuanto llegué las planté en tres macetas y me agarraron todas. Una de ellas se murió unos meses después. Otra la regalé y no sé cómo sigue. La tercera está plantada en mi jardín. La tierra mallorquina arcillosa y cargada de cal no le acaba de gustar, crece muy poco, pero parece que se va adaptando y cada vez va cogiendo más fuerza. Este año me ha dado un higo, sólo uno, el de la foto.
Enseguida pensé que tenía que llevarme una ramita de aquella higuera sevillana como recuerdo. Cogí tres estaquitas, las mojé en el agua del Guadalquivir, las metí en una bolsa de plástico y me las llevé a Mallorca. En cuanto llegué las planté en tres macetas y me agarraron todas. Una de ellas se murió unos meses después. Otra la regalé y no sé cómo sigue. La tercera está plantada en mi jardín. La tierra mallorquina arcillosa y cargada de cal no le acaba de gustar, crece muy poco, pero parece que se va adaptando y cada vez va cogiendo más fuerza. Este año me ha dado un higo, sólo uno, el de la foto.
La pulpa tiene un color rojo-carne intenso. Es muy jugosa, cremosa y dulce, se disuelve como un bombón en la boca. Me ha sabido a gloria y me ha hecho recordar a aquellos soldados sevillanos y su entrañable ¡Quillo!