miércoles, 15 de marzo de 2017

Acodo aéreo de Zapote blanco de México

Este mediodía, con un sol radiante de primavera, me ha parecido un buen momento para realizar un acodo aéreo a este largo brote de Zapote blanco de México, Casimiroa edulis, de la familia de las Rutaceae, la misma que los naranjos, los limoneros y la ruda.

 El árbol tiene catorce años y mide unos siete metros de altura. Procede de una semilla que recogí en el suelo bajo la copa de su madre, que crece feliz en el fantástico Jardín botánico de la Orotava de Tenerife. En este enlace encontraréis información sobre este frutal mexicano --->  Blanco, Negro, Amarillo: los Zapotes de México

 Éste es el brote lateral que he acodado.

 Detalle de la zona a acodar. El brote sale de la parte inferior del tronco, casi a la altura del suelo.

 Con un cuchillo de injertar le he hecho dos cortes paralelos separados unos dos centímetros y luego un corte vertical para despegar un anillo de corteza.

 El cambium blanco y jugoso queda a la vista sin la protección de la corteza. La zona descortezada impide que la savia procesada por las hojas del brote baje por la corteza hacia las raíces en su continua circulación hojas-raíces-hojas-raíces..... La savia queda bloqueada en la parte superior del corte y busca desesperada una salida para completar el ciclo circulatorio vegetal. Al no hallar raíces se ve obligada a formarlas a partir del cambium subcortical, que contiene células-madre pluripotenciales.

 Una bolsa transparente es ideal para el acodado de este brote. Se le abre la parte inferior para poderla meter como si fuera un calcetín.

 La bolsa pasando por el ápice del brote.

 Al llegar a la altura del corte se ata fuertemente unos centímetros por debajo del mismo con un trozo de rafia o de cualquier cuerda.

 Luego se rellena la bolsa con tierra vegetal húmeda procurando que el sustrato rodee el corte del brote.

 Una vez rellenada la bolsa se ata por su parte superior.

 A continuación se rodea la bolsa del acodo con rafia apretando fuertemente para que la tierra húmeda contacte íntimamente con la zona descortezada.

 Se rodea con papel de aluminio o con papel de periódico para que no le dé el sol que lo recalentaría, el sustrato entraría en ebullición y quemaría (herviría) la zona a acodar.

 Y finalmente se sujeta el papel de aluminio con varias vueltas de rafia. Cada dos o tres semanas se le deben inyectar varias jeringazos de agua con una jeringuilla intramuscular, hasta que las nuevas raíces se hayan formado y se transparenten a través del plástico, momento en el que se procederá a separar el acodo del árbol-madre. Habremos obtenido así un nuevo zapote blanco que podremos plantar directamente en su lugar definitivo o provisionalmente en una maceta.

Transcurridos 101 días exactos desde el acodado, edito esta entrada el día 24 de junio de 2017 para mostraros el resultado. 

El acodo de Zapote blanco ha emitido numerosas raíces gruesas y vigorosas. Su punta empuja el plástico con la intención de perforarlo en busca de tierra nueva donde enraizar.

 Durante estos 101 días el acodo ha crecido de una manera espectacular desde los 160 cms. que medía el día del acodado (primera foto de esta entrada) hasta los 270 cms. que mide ahora. En la imagen lo podéis ver ya separado del árbol-madre sostenido por Matilde con Jaume a su lado, una pareja de amigos a los que he regalado el acodo.

sábado, 11 de marzo de 2017

Huevo de oca con hojas rehogadas de gamón

 

Hace unos días, mientras escribía el vigésimo primer capítulo de mi nueva novela sobre la hibridación de los Homo sapiens y los Homo neanderthalensis, mi mente retrocedió cincuenta años atrás y me vino de pronto a la memoria lo que me contó mi abuelo paterno sobre el hambre que pasó de niño. Los dos íbamos montados sobre el carrito tirado por la burrita Margarita. Lo recuerdo como si fuera ahora. Veníamos de buscar setas y llevábamos varios kilos de numerosas especies: nízcalos, russulas, pleurotus, negrillas, amanitas, champiñones, rebozuelos, etc... Mi abuelo disfrutaba de enseñarme a distinguir las setas comestibles de las tóxicas. No las he olvidado. Me quedaron grabadas para siempre de forma indeleble en mi memoria. 

 

De camino hacia casa me relataba con todo lujo de detalles sus vivencias de niño en los primeros años del siglo veinte, de como sus hermanos mayores le enterraban hasta el cuello para irse a jugar y no tener que estar pendientes de él, de como su madre se quedó dos veces viuda y tuvo que trabajar sola en el campo de sol a sol para poder alimentar a sus seis hijos, de como él con cuatro o cinco años arrancaba la cal de las paredes de su casa y se la comía como si fuera una chocolatina. Sus huesos estaban creciendo y necesitaban calcio, y de forma instintiva intentaba suplir la carencia con la cal que blanqueaba su hogar. Me explicaba que en aquellos años tan infaustos para su familia comían todo lo que encontraban en el campo: hierbas, frutillas silvestres, tubérculos de gamón y esparraguera, setas, caracoles, pajarillos, palomas torcaces, perdices, erizos, conejos, liebres, todo lo que fuera comestible. Lo de los tubérculos me llamó mucho la atención y quise saber si estaban buenos. Su madre los cocinaba asados sobre las brasas o hervidos con otras verduras como si fueran patatas.

 Huevo de oca. 

Hace cinco años sembré en un macetón semillas de esparraguera de la especie Asparagus horridus, que da espárragos trigueros gruesos y muy sabrosos. Germinaron masivamente, pero crecían muy poco a poco y decidí esperar un par de años para trasplantarlos en el jardín. Cuando al tercer año quise sacarlos del macetón fue casi imposible separar sus enmarañadas raíces, muchas de las cuales, para mi sorpresa, habían engordado y se habían transformado en tubérculos ahusados de color blanquecino. Recogí más de un kilo. También entonces me acordé de mi abuelo y quise probarlos. Los herví en agua y sal mezclados con otras verduras y os aseguro que se me antojaron deliciosos, con una textura mucho más fina que las patatas.


Esta mañana me he desplazado a una zona donde abundan los gamones de la especie Asphodelus aestivus, con la idea de probar las hojas tiernas de esta liliácea. Hace un par de días busqué información en internet sobre esta planta y encontré que en el País Vasco se comen sus hojas tiernas, a las que llaman puerros, cocinadas en un plato ancestral llamado Purrusalda. Tanto las hojas como los tubérculos de gamón contienen Asfodelina, un alcaloide tóxico que acelera el corazón. Por suerte es termolábil y desaparece con la cocción. Esto lo saben bien los vascos más mayores, sobretodo los que viven en el campo. Sus antepasados se alimentaron de gamones durante generaciones. Para ellos los "puerros" de gamón eran una delicatessen. Los estudiosos creen que esta costumbre culinaria les viene de tan atrás en el tiempo como el Neolítico.

 Tras separar las hojas más viejas y los extremos más correosos tienen este curioso aspecto que recuerda a los puerros.

 Los gamones suelen crecer en lugares muy soleados sobre tierras pobres y pedregosas, aunque no desdeñan los campos de labranza abandonados a los que colonizan rápidamente.

 Aquí podéis ver un campo abandonado cubierto de gamones, lo que recibe el nombre de gamonal.

 Los gamones suelen florecer desde finales de febrero hasta principios de junio.

 Sus flores blancas se abren en lo alto de un largo tallo ramificado.

 Tras hervir las hojas más tiernas en agua con sal durante media hora, las he rehogado en una sartén con aceite de oliva y las he acompañado con un huevo de oca. Os aseguro que me han sorprendido por su excelente sabor. Han pasado seis horas y me siento estupendamente. Los gamones pues son perfectamente comestibles, pero siempre cocinados, nunca crudos. Algún día probaré también sus tubérculos y volveré a recordar con cariño las enseñanzas de mi abuelo.