Las primeras pitahayas amarillas cultivadas y maduradas con éxito en Mallorca
El sábado mis amigos Jaume y Matilde me invitaron a cenar para
degustar sus primeras pitahayas. Desde que abrieron sus primeras flores
en octubre del año pasado hasta la maduración de sus frutos han pasado
ocho largos meses. Jaume, el artífice de la hazaña, ya no puede estar más
orgulloso de sus cactus trepadores colombianos.
En diciembre del año 2011 compré esta pitahaya amarilla procedente de Colombia en un mercado de Palma. Mi idea era sembrar sus semillas para cultivar este cactus tropical en mi jardín. Hacía bastantes años que ya lo había intentado en mi sencillo invernadero, pero las plantas, tras crecer de forma espectacular y abrir sus primeras flores, fueron atacadas por una plaga de araña roja y murieron fulminadas. Esta vez quería probar de cultivarlas al aire libre, creyendo que soportarían el clima subtropical de mi jardín con inviernos suaves sin heladas y veranos calurosos, pero los pequeños cactus que nacieron de las semillas morían quemados por las bajas temperaturas de principios del 2012 en cuanto los sacaba a la intemperie. Me quedaba sólo una maceta con diminutas pitahayas. Parecían bolitas de algodón depositadas sobre la tierra.
En una de las primeras visitas que mis amigos Jaume y Matilde realizaron a mi jardín les regalé el pequeño plantel de pitahayas amarillas, dado que ellos tienen un gran invernadero moderno donde cultivarlas con garantías de éxito. Y así ha sido.
Mirad qué preciosidad de pitahaya a los cinco años de la siembra. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click.
La plantación al completo. Podéis ver las macetas donde Jaume enraiza trozos de los largos sarmientos del cactus para su multiplicación vegetativa.
Aquí tenéis al artífice, el primer mallorquín en cultivar con éxito este cactus sudamericano.
Las pitahayas, como todos los cactus, realizan la fotosíntesis de una manera muy particular. Recibe el nombre de CAM (metabolismo del ácido crasuláceo) y es una adaptación de los cactus al clima extremadamente caluroso y seco en el que viven. Su finalidad es ahorrar agua.
Durante el día los estomas que se encuentran en la superficie de las tres caras de los largos sarmientos del cactus trepador permanecen cerrados, evitando así la pérdida de agua por evapotranspiración. Por la noche se abren para captar el CO2 del aire y almacenarlo en las vacuolas del interior de sus células. Al hacer mucho frío, como ocurre en los desiertos por la noche, la pérdida de agua por los estomas abiertos es mínima. A la mañana siguiente con la salida del sol los estomas se cierran herméticamente y empieza entonces la captación de la energía solar por los cloroplastos, que a través de diferentes procesos químicos la transfieren a las vacuolas en cuyo interior está almacenado el CO2 captado durante la noche. Allí con la ayuda de la energía solar se combina el dióxido de carbono con el agua y el cactus sintetiza así los azúcares o hidratos de carbono precursores, que los orgánulos del interior de las células cactales utilizan como materia prima para sintetizar a partir de ellos todas las sustancias necesarias para su metabolismo.
Los primeros capullos florales iniciaron su crecimiento en octubre del año pasado.
Capullo floral alargándose en un largo tubo en cuyo extremo se abre la gran flor blanca al cabo de unos días. En la base se encuentra el ovario que se transformará en un fruto carnoso. (Fotografía cedida por Matilde).
Los capullos se van alargando hasta alcanzar una longitud de unos 30 - 40 centímetros. Al principio crecen verticales, pero en cuanto se abre la flor adoptan una posición horizontal.
Flor de pitahaya amarilla abierta manualmente para mostrar los órganos reproductores. La flor, antes de abrirse a últimas horas de la tarde, deja asomar el largo estigma en forma de pulpo verde por la pequeña abertura de los pétalos todavía cerrados. De esta manera los polinizadores, que vienen con el cuerpo cubierto de polen procedente de otras flores, para acceder al interior de la flor donde está el néctar deben pasar rozando el estigma femenino con su cuerpo, pegándose al ramificado órgano femenino los granos de polen de otras flores. Queda así polinizado evitando de esta manera la autopolinización y por ende la endogamia, aunque en el caso de que la flor no quede polinizada con polen ajeno, en último extremo acepta su propio polen, ya que es una planta autofértil.
La flor tiene pues una corta fase femenina de sólo unas horas que se
corresponden con el atardecer, en la que el estigma femenino es
receptivo y los propios estambres permanecen sin madurar, lo que en
botánica recibe el nombre de protoginia. Pasadas estas horas, tanto si
la flor ha sido polinizada con el polen de otras flores como si no, los
estambres maduran sus anteras y empiezan a dispersar el polen, el cual
es capaz de fecundar el estigma de la propia flor, siempre que un
polinizador natural o un agricultor con un pincel o la propia mano
lleven el polen de las anteras de los estambres hasta el estigma. Esta
última técnica es la que utilizan los campesinos sudamericanos de
Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela para polinizar manualmente
las flores de sus grandes plantaciones de pitahaya, tanto amarilla como
roja. Simplemente meten los dedos de una mano dentro de cada flor
removiendo las anteras e impregnándose de polen y así van pasando la mano de flor en
flor realizando una polinización cruzada que facilita el intercambio
genético. Con esta curiosa y sencilla técnica manual consiguen que prácticamente el 100% de
las flores queden polinizadas y obtienen con ello una gran producción de frutos.
En la naturaleza los polinizadores de las pitahayas en las primeras horas del atardecer y durante la noche son polillas o mariposas nocturnas de gran tamaño y murciélagos golosos del abundante y rico néctar que la planta produce como reclamo. Y ya de madrugada con las primeras luces del alba son sustituidos por las abejas melíferas que acuden presurosas a desayunar un sorbito de néctar, llevándose consigo también un par de bolitas de polen de pitahaya en sus patas traseras.
Jaume y Matilde polinizaron las flores de sus pitahayas con la ayuda de un pincelito de acuarela, pues como es lógico en Mallorca no hay ni polillas gigantes ni murciélagos libadores.
El estigma femenino, de un bellísimo color verde pistacho claro, tiene forma de anémona de mar para aumentar al máximo su capacidad de captación del polen. Los estambres son muy numerosos y acaban todos en su extremo en una antera amarilla cargada de polen.
La superficie de los brazos del estigma es velluda y pegajosa, de manera que si se le pega un grano de polen, inmediatamente germina como si de una semilla microscópica se tratase, echando una larga raíz en forma de tubo que penetra en los tejidos del brazo del estigma, llega al largo estilo y continua penetrando hasta alcanzar el ovario en la base de la flor. Entonces transfiere su material genético haploide a un óvulo haploide y se produce la fecundación, dando lugar a una semilla diploide.
La flor de las pitahayas, tanto amarilla como roja, es la más grande de todas las Cactáceas. Sus grandes pétalos blancos rodean los órganos reproductores como una madre acoge a sus hijos en su regazo. Más atrás una corona de sépalos muy largos de color verde-amarillento ayudan a los polinizadores a encontrar la fuente del delicioso perfume que exhala la flor.
La flor se dispone horizontalmente para facilitar la polinización de las polillas nocturnas y los murciélagos, que acuden volando a libar el néctar situado estratégicamente al fondo de la flor, obligándoles a pasar por encima del estigma y las anteras.
En cuanto el espinoso ovario ha sido fecundado, la flor se cierra y se marchita. Sólo ha durado una noche.
Como hacen los agricultores sudamericanos, Jaume corta la flor marchita y deja sólo el ovario, que irá engordando hasta transformarse en un fruto amarillo.
Unos meses después el fruto ha engordado y ya empieza a amarillear. Durante el proceso de maduración las espinas como agujas impiden que los animales frugívoros se coman el fruto.
En cuanto el fruto alcanza el punto óptimo de maduración se vuelve intensamente amarillo y las espinas se desprenden fácilmente, para facilitar así que las aves y murciélagos frugívoros se lo coman y dispersen sus semillas con sus deyecciones lo más lejos posible de la planta madre.
La pulpa es blanco-grisácea y translúcida y contiene numerosas semillas negras.
Corte longitudinal de la pitahaya colombiana de cuyas semillas proceden las plantas de Jaume y Matilde.
La pulpa es dulce y gelatinosa con un sabor muy suave y refrescante.
Todas las pitahayas, de las que existen numerosas especies, son originarias de Centro y Sudamérica. Su cultivo se ha extendido a todas las regiones del mundo con un clima tropical no excesivamente caluroso. En Asia se cultiva principalmente la pitahaya de frutos rojos.
En los mercados de Europa y Norteamérica las pitahayas se cotizan a elevados precios, por lo que es previsible que muchos agricultores americanos, asiáticos y del África tropical se animen a cultivar este delicioso cactus. También en el Mediterráneo se intenta su cultivo en invernaderos, como en Israel, costa tropical andaluza, paises norteafricanos y ahora también en Mallorca, en el fantástico huerto-jardín de Jaume y Matilde.