Acababa de llegar a la ciudad portuguesa de Faro, capital del Algarve. Eran las 16´30h de la tarde. Tras registrarme en la recepción del hotel y dejar la maleta en la habitación me apeteció conocer aquella población costera que iba a ser mi ciudad durante una semana y salí a dar una vuelta. Quería ver el Océano Atlántico y pensé que yendo cuesta abajo acabaría en el mar. Como nativo de una isla del Mediterráneo sabía que así ocurre cuando uno está cerca de la costa. A los 15 minutos de caminar por las concurridas calles de Faro siempre cuesta abajo empecé a oler el inconfundible y maravilloso aroma del mar. Seguí el rastro como un sabueso y ante mí tras una verja interminable apareció el inmenso océano.
Hacia la derecha la verja no parecía tener fin, hacia la izquierda se veia a lo lejos un grupo de edificios, así que me encaminé hacia allí. Era la estación del ferrocarril del Algarve que discurre a lo largo de la costa. Entré en el edificio y vi que tenía una salida hacia el otro lado. Atravesé las vías del tren por una especie de pasarela de tablones de madera interpuestos entre los raíles y al otro lado estaba por fin el Atlántico. ¡Qué bien olía!, ¡cómo me gusta el olor a mar!. Aspiré profundamente para empapar mi rinencéfalo de aquel maravilloso aroma que me hacía sentir bien y de pronto tuve una necesidad imperiosa de tocar el agua. ¡Uhmm, qué calentita y qué limpia!
Me encontraba muy cerca de la desembocadura de un pequeño torrente. En la orilla había una gran variedad de plantas halófilas con sus raíces fijadas sobre la arena empapada de agua marina. Me llamaron enseguida la atención estas luminosas flores amarillas que nunca antes habia visto. Deduje que era una planta parásita de la família de las Orobanchaceae, pero hasta que no llegué al hotel y pude buscar información en internet no supe que se trataba de la Cistanche phelypaea. La víctima, el huesped parasitado, era una Salicornia ramosissima.
Varias Cistanche phelypaea parasitando otra Salicornia ramosissima. Cada dia, con la subida de la marea, estas plantas quedan total o parcialmente sumergidas bajo el agua del mar. Se ven restos de algas sobre los tallos de la Salicornia y las inflorescencias de la Cistanche.
Dos de las Cistanche phelypaea anteriores con los restos de algas.
Tallos carnosos de la Salicornia ramosissima, adaptada a vivir enraizada en la arena salobre.
Detalle de los tallos carnosos de la Salicornia ramosissima.
Unos dias después hice una excursión por el espectacular Parque Natural da Ria Formosa en una barquita de la empresa Formosamar, cuyo guía llamado Pedro Malaia me mostró este fantástico lugar, una de las siete maravillas naturales de Portugal. En la imagen se ve muy pequeñita una Cistanche phelypaea señalada con una flecha roja. Al final de este post hay el enlace al artículo de la Ria Formosa.
Tallos carnosos de la Salicornia ramosissima, adaptada a vivir enraizada en la arena salobre.
Detalle de los tallos carnosos de la Salicornia ramosissima.
Unos dias después hice una excursión por el espectacular Parque Natural da Ria Formosa en una barquita de la empresa Formosamar, cuyo guía llamado Pedro Malaia me mostró este fantástico lugar, una de las siete maravillas naturales de Portugal. En la imagen se ve muy pequeñita una Cistanche phelypaea señalada con una flecha roja. Al final de este post hay el enlace al artículo de la Ria Formosa.
La Cistanche phelypaea tiene hojas rudimentarias sin clorófila incapaces de realizar la fotosíntesis. En realidad son restos atróficos en regresión evolutiva de cuando esta planta todavía no habia aprendido a parasitar las chenopodiáceas y vivía por sus propios medios como cualquier otra planta. Cuando forzada por cambios climáticos y/o medioambientales bruscos y extremos, ya fuera por sequías persistentes o por la inundación de su medio por agua marina, para no morir por la falta de agua o por la salinidad del suelo una de sus raíces logró penetrar en la raiz de una planta cercana de la família de las Chenopodiaceae mucho mejor adaptadas a las condiciones de salinidad y sequía extremas y pudo así absorber agua dulce y nutrientes ya procesados por la víctima y entonces empezó su aventura parasitaria. Las raíces de sus descendientes heredaron la tendencia a penetrar en las raíces de las chenopodiáceas cercanas y poco a poco fueron perdiendo los cloroplastos y la capacidad de realizar la fotosíntesis, atrofiándose sus hojas hasta convertirse en pequeños muñones sin ninguna función. En la actualidad las raíces de todas las Orobanchaceae se han transformado en unos órganos llamados haustorios especializados en penetrar en el floema de las raíces de sus huéspedes, absorbiendo así la savia de la víctima con sus nutrientes ya procesados y su agua dulce exenta de sales tóxicas.
Inflorescencia de Cistanche phelypaea iniciando la floración a mediados de mayo.
Esta bellísima planta florece desde finales de febrero hasta finales de mayo, dependiendo del lugar más o menos cálido donde crecen las plantas de la família de las Chenopodiaceae que són sus huéspedes: Salicornia, Suaeda, Salsola, Arthrocnemum, Hammada, Anabasis, etc... Puele vivir en la costa sobre suelos salobres en márgenes de marismas y albuferas y en el interior sobre suelos margoso-yesosos. Dependiendo del tipo de suelo y de la especie parasitada el color de sus flores puede variar desde casi blanco hasta amarillo más o menos intenso, como las de estas fotos y a veces pueden adquirir un ligero tinte violáceo.
Flores de la Cistanche phelypaea anterior.
Mismas flores vistas desde arriba.
Visión cercana de las flores que impresionan por su belleza, su diseño y su textura.
Tanta belleza para lograr ésto: unas feas cápsulas negruzcas repletas de semillas, sus futuros hijos.
Cápsula y semillas de Cistanche phelypaea
Diminutas semillas con muy pocas reservas de nutrientes en su interior cuya pequeñísima raiz al germinar debe penetrar rápidamente en la raiz de su huesped o de lo contrario muere de inanición en pocos días. Tras realizar estas fotos lancé las semillas sobre una Salicornia ramosissima no parasitada para que tuvieran la oportunidad de sobrevivir y sus luminosas flores de oro siguieran embelleciendo la fantástica Ria Formosa del Algarve.