sábado, 26 de mayo de 2012

El Castillo de Almansa: un cóctel de historia y biodiversidad

Mientras subía la hermosa escalinata del Castillo de Almansa, en mi cerebro retumbaron las palabras que tantas veces escuché de niño en la seseante y melodiosa habla mallorquina: "Fa un sol que crema es cul a ses llebres" (Hace un sol que quema el culo a las liebres). El calor abrasador que notaba en la mejilla derecha, no protegida por mi gorra de calvo, me las trajo a la mente desde el recuerdo y en mi rostro se dibujó una sonrisa. Me ví con medio siglo menos, descalzo, inocente y feliz, jugando en pleno verano por las tranquilas y polvorientas calles de mi pueblo. También entonces, como ahora sobre el Castillo de Almansa, numerosos vencejos sobrevolaban en círculo el campanario de la iglesia. No había coches ni ruido y en mi cerebro quedó grabada para siempre la imagen idílica de calor veraniego, vencejos piando felices en el cielo intensamente azul de Mallorca y paz, sobretodo paz, la misma que se respiraba en aquel edificio medieval. "Me gusta Almansa", pensé, mientras levantaba la vista hacia la torre más alta del castillo.

 Castillo de Almansa situado sobre el Cerro del Águila. Los muros se adaptan inteligentemente a los desniveles rocosos de la cumbre del cerro dando una gran estabilidad al castillo. 
(Recomiendo ampliar las fotos para apreciar mejor los detalles)

En lo alto de esta larga escalinata me encontré con dos portalones negros muy deteriorados y cerrados con cadenas y candados que impedían el acceso al castillo. No ví ningún letrero informativo y con gran frustración dí media vuelta e inicié el descenso cabizbajo. A los seis o siete escalones me topé con un matrimonio de cuarentones que subía muy decidido y se dirigía hacia una puerta lateral muy oscura y estrecha, la que se ve a la izquierda.


 Su determinación me picó la curiosidad y fuí tras ellos. Entré en la estancia y escuché como una señorita les cobraba la entrada al castillo (tres euros cada uno), mientras les daba unos folletos informativos y les explicaba que la visita duraba 45 minutos. Mi frustración se tornó alegría y salí pitando hacia el coche en busca de mi querida Canon, pues a través de los oxidados barrotes de los dos portalones había visto un vergel de plantas rupícolas creciendo lozanas y felices entre las piedras de los altos muros del castillo.

El escudo del Ayuntamiento de Almansa lleva en su mitad izquierda, sobre un campo de azur, un castillo de oro sobre unas peñas con dos brazos de plata alados y armados que lo protegen. El nombre de Almansa procede del árabe al-Manzah, que significa El Mirador, con una clara referencia al Cerro del Águila que domina la ciudad. La fortaleza musulmana fue conquistada por el Rey Jaime I de Aragón, quién después la cedió al Reino de Castilla tras la firma del Tratado de Almizra entre el rey aragonés y el castellano Alfonso X el Sabio.

Para no perderme de vuelta al coche de alquiler, un pequeño descapotable Fiat 500 matrícula alemana, había memorizado concienzudamente el nombre de las calles: Tadeo Pereda, San Luis, Aragón, Federico Garcia Lorca, calle de la Estrella....Tardé más de media hora en ir y volver. Entré por segunda vez en la diminuta Oficina de Turismo de Almansa, pagué la entrada y la señorita me señaló una puertecilla negra tras la que había una escalerita muy angosta que daba acceso al castillo.

 
Un hermoso beleño blanco, Hyoscyamus albus, me dio la bienvenida. Junto a otras muchas plantas silvestres ocupaba un parterre que divide en dos el último tramo de escalera que, tras los portalones, acaba en la base rocosa del castillo. Esta planta, que curiosamente siempre crece cerca de iglesias y viejos edificios, fue considerada demoníaca por la Santa Inquisición, pues con ella y otras seis plantas ricas en alcaloides las brujas preparaban un ungüento afrodisíaco y alucinatorio, que luego se aplicaban en sus partes íntimas en los aquelarres. A los pocos segundos la mucosa vaginal absorbía los alcaloides que pasaban a la sangre y de ahí a su cerebro, provocándoles vívidas fantasías eróticas con hermosos y bien dotados mancebos, alucinaciones visuales y auditivas, una placentera sensación de ingravidez, que las hacía creer que volaban, e intensos orgasmos que las dejaban exhaustas y sumidas en un estado estuporoso hasta el amanecer.

 Siempre que veo esta planta me acuerdo de mi abuelo paterno. Con frecuencia le acompañaba al campo montados los dos en el carro tirado por Margarita, una adorable burrita de raza mallorquina. Por el camino él disfrutaba contándome cosas y una de ellas, que quedó grabada en mi memoria de forma indeleble, hacía referencia al beleño. Mi abuelo padeció mucho dolor de muelas en su juventud. La falta de calcio en la alimentación le hacía arrancar la cal de las paredes para luego comérsela como si fuera una chocolatina. Este déficit alimenticio —era hijo de madre viuda y el cuarto de seis hermanos—, le debilitó la dentadura y le hizo perder todas las piezas dentarias con solo cuarenta años. Un día de paseo, mientras pasábamos por delante de la iglesia de mi pueblo, mi abuelo se fijó en unos hermosos beleños que crecían en la base de sus muros y él, entonces, aprovechó para contarme que cuando de joven tenía dolor de muelas, cogía una hoja, se la ponía en la boca y la masticaba hasta notar que el dolor desaparecía. La lengua y las encías le quedaban insensibles, como anestesiadas durante horas.

Quizás la planta rupícola más abundante del castillo es el Chaenorhinum crassifolium, una pequeña escrofulariácea muy frágil que en mayo se cubre de florecillas con unos colores muy variables, desde casi blancas hasta rosadas e incluso moradas, siempre con una manchita amarilla en el centro.

En esta imagen podemos ver varios Chaenorhinum crassifolium con flores de diferentes colores creciendo en las grietas de estos estratos inclinados de la base rocosa que sustenta el castillo.

La variedad más abundante es la de florecillas blancas, para mí las más bonitas. Las rayas rosadas confieren a estas flores diminutas una belleza exquisita.

Que no se ofendan los almanseños, pero quiero ser sincero y confesar que mi visita a Almansa fue culpa del GPS. Aquella mañana muy temprano había partido hacia el norte desde mi hotel en Elche con la idea de visitar Jumilla, pues había visto en Google-Maps que allí había montañas, la Sierra del Carche, posible hábitat del Asplenium azomanes, un helecho ancestral muy escaso del que sólo se conocen una docena de poblaciones en el Sur de la Península Ibérica, en las Islas Baleares y en el Rif marroquí. Recientemente han sido encontradas nuevas poblaciones en Cádiz y Málaga, donde ya se conocía su existencia. No obstante lo más sorprendente ha sido su hallazgo en Almería y Murcia, dos províncias en las que era desconocido. La distribución de las poblaciones hasta ahora conocidas nos confirma que vive en casi toda la vasta región de lo que hace 6 millones de años fue el Macizo Bético-Rifeño. Falta por encontrar alguna población en el levante peninsular. Así que cada día iba visitando las zonas montañosas con rocas calcáreas de los alrededores del hotel y aquel día había decidido buscar el helecho en las montañas de Jumilla. Los GPS están programados para llevar a la gente lo más rápido posible a su destino y a veces sus "decisiones" te vuelven loco, sobretodo si lo que tu quieres es poder circular sin prisas, sin autopistas, por carreteras secundarias, mirando el paisaje, escaneando las plantas de las cunetas, parando donde quieras. No, no es este el sistema seguido por estos aparatejos. Así que al mio le dije que me llevase a Jumilla y cuando me dí cuenta estaba en Almansa y ¡bendita la hora!.

En la esquina de un patio interior había este Echium vulgare en plena floración.

Aunque muy escaso aquí y allá podía verse algún ejemplar de Ballota hirsuta a punto de iniciar la floración.

Esta flor de Papaver hybridum llamaba la atención entre tanto verde.

En el mismo patio interior crecía esta Lavatera cretica con sus hermosas flores de pétalos rayados. Se la veía bien sana y vigorosa, pero un exámen concienzudo me hizo descubrir que en realidad sobrevivía atormentada por una severa infección fúngica.

 Al dar la vuelta a una de sus hojas aparecieron los teliosoros del hongo Puccinia malvacearum, que provoca la enfermedad vegetal llamada Roya de las malvas y afecta exclusivamente a las especies de la família de las Malvaceae. Los teliosoros miden 1 milímetro. Son circulares, globosos, al principio de color amarillento claro, volviéndose más oscuros al madurar.

 Cuando los teliosoros alcanzan la madurez producen numerosas teleutosporas biceluladas. Este hongo es transmitido por un insecto hemíptero llamado Oxycarenus lavaterae que se reproduce forzosamente sobre las malváceas y, cuando éstas se secan en verano, pasa a vivir sobre los frutales, actuando como un vector para las teleutosporas del hongo.

Siguiendo con el paseo por los patios y las torres del castillo, sobre una roca y rodeada por una Parietaria lusitanica, me llamó la atención esta bellísima flor de Lactuca tenerrima con sus delicados pétalos de un suave color rosado ligeramente celeste.

Detalle de la flor de Lactuca tenerrima.

Ésta fue tal vez la imagen más triste del paseo, un vencejo común, Apus apus, muerto sin ninguna herida aparente. Estaba en el suelo en la parte sureste del castillo. Lo más probable es que muriese de puro viejo tras varios años prácticamente sin tocar el suelo, siempre volando por encima del castillo, limpiando de mosquitos y otros insectos los cielos de Almansa.

 Otro vencejo muerto en la parte noroeste de la gran torre del castillo. Estaba sobre una roca al final del recorrido de la visita. Aunque no se ven en la foto, su cuerpo estaba lleno de hormigas que se alimentaban de los restos de carne que todavía tenía pegados a los huesos. En realidad era una carcasa vacía.

Las hormigas le habían comido el cerebro y los globos oculares. Lo que fueron dos brillantes perlas negras como el azabache, ahora eran dos cuencos huecos que impresionaban por la inmensa tristeza que transmitían.

Cerca del cadáver del segundo vencejo había este hormiguero. Las hormigas pertenecen a la especie Messor barbarus, identificación realizada por el experto en Formicidae José Arturo Pazos http://www.biodiversidadvirtual.org/insectarium/details.php?image_id=346457 .

Me llamaron mucho la tención los distintos tamaños de las hormigas. Los pequeños frutos rojizos que trasportaban parecían de parietaria.

Muy cerca del vencejo muerto y de las hormigas había esta pequeña Calendula arvensis solitaria, cuya florecilla brillaba con luz propia como un pequeño sol y daba un poco de color sobre tanto gris de los muros del castillo.

La torre más alta del Castillo de Almansa se levanta directamente sobre la roca calcárea del cerro cortada a cincel. Entre sus grietas crecen viejos ejemplares de Parietaria judaica con brotes secos de años anteriores y brotes nuevos del año, ya que esta parietaria es una hierba perenne de base leñosa. Como las ratas y las cucarachas, la Parietaria judaica vive siempre en lugares habitados por el hombre, con especial predilección por los muros de iglesias, castillos y otros edificios antiguos con grietas y resquicios donde enraizar.

A diferencia de la Parietaria judaica que es perenne, la Parietaria lusitanica es una hierba de ciclo anual de hojas más pequeñas que prefiere vivir en lugares sombreados. El ejemplar de la foto crecía en la parte baja de un muro rocoso, también cortado a cincel, orientado hacia el norte.

La Parietaria lusitanica presenta flores diminutas con los pétalos blancos muy cortos, que resaltan sobre el rojo intenso del cáliz y los tallos.

Patio interior con los muros asentados directamente sobre las rocas. En las grietas de los muros y los resquicios entre piedras crece una abundante flora rupícola con una clara separación entre plantas heliófilas del lado soleado que mira al sudeste (el de la derecha) y las plantas heliófobas del lado sombreado que mira al noroeste, donde vive la pequeña Parietaria lusitanica de la foto anterior.

 
  A lo largo de todo el recorrido de la visita hay letreros informativos como éste.

La historia del Castillo de Almansa se inició en tiempos de la dominación musulmana. Los almohades construyeron los cimientos de la primitiva fortaleza utilizando la técnica del tapial, que consiste en levantar muros con tierra arcillosa compactada a golpes con un pisón, dándoles forma con un encofrado o molde de madera que después se retiraba. Estos muros de tapial son la parte más antigua del castillo, se asientan directamente sobre la roca calcárea del Cerro del Águila y fueron restaurados en el año 2008.

En este otro muro rocoso que mira hacia el noroeste llama mucho la atención el perfecto corte en cincel de la roca de la cima del cerro, mostrándonos la disposición inclinada de los estratos rocosos fruto de un movimiento tectónico que tuvo lugar hace millones de años. 

En una esquina de uno de los patios interiores del castillo crecía este vigoroso cardo borriquero de más de 2 metros de altura, Onopordum corymbosum, con sus capítulos florales todavía sin abrir. Esta compuesta espinosa no suele crecer tan alta y estilizada. Su gran talla en este caso se debía a la necesidad de luz, pues el muro de la derecha le privaba de los rayos solares del este y sureste.


 Toda la planta esta cubierta de espinas temibles, que crecen sobre las alas espinosas que recorren el tallo principal  y las ramificaciones de todas las especies del género Onopordum. Al fondo se ven las almenas que adornan la parte superior de los muros del castillo.

En el mismo patio crecía este hermoso Tragopogon prorrifolium con sus flores espectaculares dirigidas al sol del mediodía.

La flor del Tragopogon porrifolium vista de cerca tiene un diseño de una gran belleza cromática y una estructura tan sofisticada, que parece haber sido diseñada expresamente para agradar al sol que le da la vida.

El pequeño mundo de estas arañitas rojas almanseñas, Trombidium holosericeum, era esta luminosa flor de Moricandia arvensis. Ellas no saben nada de castillos, ni batallas, ni cerros, ni moros ni cristianos. Su única preocupación es chupar un sorbito de savia de tanto en cuanto, crecer, ponerse bien lozanas, reproducirse y morir.

El Teucrium pseudochamaepitys es una pequeña labiada de flores blancas que forma parte de la abundante flora de los patios interiores y los terrenos que rodean la base del castillo.

Almenas que miran al sur con su cara norte sombreada. Los merlones o almenas son elementos arquitectónicos típicos de la arquitectura militar medieval.

En las grietas de los muros orientados hacia el sol crece la Rubia tinctorum. Acostumbrado a ver las especies mallorquinas de Rubia que son todas muy pequeñas, sobretodo la endémica Rubia angustifolia, me sorprendió mucho esta gigantesca Rubia tinctorum almanseña.

Grandes hojas de la Rubia tinctorum cuyas raíces fueron muy utilizadas en la antiguedad para obtener un tinte rojo para teñir la ropa. También fueron usadas con fines medicinales.

La crasulácea Sedum dasyphyllum forma parte de la flora rupícola del castillo. Es una especie muy variable según el grado de luz y humedad que recibe. El ejemplar de la foto crecía en un muro parcialmente sombreado por lo que iba ligeramente más retrasado en la floración que otros ejemplares más expuestos al calor del sol del mediodía.

Flores de Sedum dasyphyllum de un bonito color blanco perlado ligeramente rosado. Como ocurre con todas las flores de pequeño tamaño, cuando se las mira de cerca sorprenden por la belleza de su diseño.

Tal vez lo que más me impactó fue esta larga y empinada escalera que sube a la torre más alta de la fortaleza. Si os fijais, está ligeramente inclinada hacia el interior del patio, como el mismo muro rocoso, dando la sensación de que va a caerse en cualquier momento. Se ve muy bien la abundante vegetación rupícola que viste de manchas verdes los altos muros de este patio. 

La impresionante escalera está tallada directamente en la roca calcárea del cerro. Una vez arriba se accede a la torre rectangular que corona el castillo con unas vistas espectaculares. En sus paredes interiores me llamaron mucho la atención las miles de inscripciones de los visitantes, algunas de más de 50 años de antigüedad.

Inscripción:  "Aparicio Gómez. Josefa García. César Gómez. 12 de Febrero de 1958. ......" No consigo descifrar las últimas letras. Parece decir algo de Tarzán.

 Inscripción: "Clarinetista. Juan Vivó. En fiestas de Almansa. 6 de mayo, Año 1957. Benaguacil.

 Esta inscripción parece un jeroglifo: "Lunes. Octubre. ES 5 (6) AFA. 1959. (SOLO)".

 Inscripción: "Clarinestista. Ursicinio Martínez. Fiestas Almansa. 1957. Banda Militar."

 Para una persona con vértigo como yo la bajada de la empinada escalera es una experiencia bastante fuerte. Los escalones están divididos en tramos y en alguno de ellos el grado de verticalidad es tan acentuado que parece que los escalones se acaban de pronto a media escalera, tras lo cual está el vacío. No sabéis cómo agradecí la existencia del muro de la izquierda que como si fuera una baranda de piedra me permitió agarrarme y me dio seguridad.

 
 Almansa vista desde lo alto del castillo.

 
 La Iglesia de la Asunción, muy cercana al castillo.

Esta ciudad medieval es un remanso de paz. Hace honor a su nombre: es mansa, queda. Serena el alma. La ausencia de coches en la mayoría de calles céntricas, el cielo intensamente azul, el aire limpio, la luz, el escaso ruido, la tranquilidad de los almanseños, que caminan en vez de correr, todo ello me hizo sentir muy a gusto, casi me atrevería a decir que por un momento rocé la felicidad si es que este concepto filosófico existe realmente. 

Sentado en la terraza del bar que hay ante la fachada de la Casa de Cultura de Almansa, que en siglos pasados fue un depósito de grano, luego sede del ayuntamiento y después una cárcel y una escuela, pensé que me gustaría pasar mis últimos años en una ciudad como ésta. En la entrada había un póster informativo sobre una exposición dedicada a Zenobia Camprubí, la esposa catalana del premio nobel andaluz Juan Ramón Jiménez. En la mesa de al lado unos clientes se estaban poniendo las botas dando cuenta de una apetitosa rebanada de pan con tomate. Después de varias horas recorriendo calles, subiendo escalinatas y paseando por los patios y torres del castillo de aquella ciudad manchega, me había entrado un apetito voraz.

Por suerte enseguida vino la camarera, una muchacha delgadita y morena de pelo corto, que luego me demostró que era una gran profesional, pues supo leer en mis ojos y mis gestos cuáles eran mis deseos y "necesidades" gastronómicas. Con paso firme se acercó y mirándome a los ojos me dijo: "Hola, buenos días, ¿qué le traigo?". Yo dirigí la mirada hacia la mesa de al lado y le respondí: "Algo para comer y un agua sin gas". Con una levísima mueca en los labios que a duras penas dejaba asomar una sonrisa me contestó como ayudándome: "¿Le apetecen dos rebanadas de pan con tomate y jamón?". Seguro que mis ojos se abrieron como platos ante aquella maravillosa oferta y no pude más que contestar un gran SÍ de asentimiento. 

Mientras esperaba que aquella inteligente muchacha volviera con el pedido, me levanté de la mesa, dejé sobre ella mi gorra de calvo y fuí a hacerle una última foto al Castillo de Almansa. En aquella luminosa calle con la Iglesia de la Asunción a la derecha había dos viudas sesentonas todavía de buen ver que estaban discutiendo si era mejor casarse de nuevo o juntarse para no perder la pensión del difunto marido. No se molestaron en bajar la voz cuando yo me paré a su lado para hacer la foto. Debieron pensar que total no era más que un extranjero que no las entendía. 

Ya de vuelta a la mesa me dediqué a observar y a escuchar. La potente voz de una señora que venía por la izquierda me hizo sonreír. Se había encontrado con una amiga en medio de la calle y le acababa de decir con su fuerte acento manchego: "Me voy a la pelu que falta me hace". Mi vista se fijó en su pelo y ella se dio cuenta, pero no se inmutó. Siguió caminando hasta llegar a mi mesa. Entonces se giró y me lanzó una mirada de fuego que sin palabras me dijo: "Calvo imbécil, ¿qué miras?", tras lo cual continuó caminando digna y altiva, arrastrando su pierna artrósica camino de la pelu. Los médicos tenemos la mala costumbre de mirar fijamente a la gente por la calle para descubrir (diagnosticar) sus dolencias. Lo hacemos sin darnos cuenta, sobre todo después de más de 30 años de ejercicio profesional, sin percatarnos de lo mucho que molesta a los demás nuestro entretenimiento.

Por fin apareció la camarera con la bandeja llena de cosas para mí: dos generosas rebanadas de pan con tomate aliñadas con un chorreón de aceite almanseño y por encima lonchitas finas de jamón manchego, todo asadito junto en un horno, que me supo a gloria. Y se lo dije a la camarera cuando me trajo el café muy corto que le había pedido por señas con un gesto de los dedos. Entonces ella volvió a mirarme a los ojos y me regaló una sonrisa. Todo, incluida la sonrisa almanseña, por sólo 3 euros. Por supuesto le dí una generosa propina de agradecimiento.

"Volveré a Almansa", me dije, mientras buscaba la salida de la ciudad conduciendo mi coche de alquiler matrícula alemana.



miércoles, 16 de mayo de 2012

Cyclamen balearicum, reliquia del Mioceno

El Cyclamen balearicum llena de florecillas blancas los bosques y roquedos umbrosos de las Islas Baleares, la província de Gerona y el sur de Francia. Es especialmente abundante en la Serra de Tramuntana de Mallorca donde crece sobre un sustrato calcáreo. Pertenece a la família de las Primulaceae y es el único representante del género Cyclamen en territorio español.


Su distribución actual nos habla claramente de su origen miocénico. Como muchas de las plantas más bonitas de las Islas Baleares, este pequeño cyclamen vino del sur de Europa hace 6 millones de años durante la Gran crisis salina del Messiniense. La desecación del mar Mediterráneo hizo emerger las tierras que separaban las islas mediterráneas de la Península Ibérica, el sur de Francia, la Península Italiana y el norte de África, transformándolas en grandes montañas rodeadas de valles resecos. 


Durante el millón de años que duró aquella desecación, muchas especies de plantas europeas y africanas aprovecharon para expandir sus poblaciones en toda aquella vasta región, saltando de montaña en montaña transportadas por las aves, los mamíferos, los riachuelos temporales que se formaban tras alguna copiosa tormenta ocasional y los vientos huracanados que provocaban espantosas tormentas de arena muy salada al levantar el grueso sedimento del antiguo mar de Tetis. Utilizando cualquiera de estos medios, alguna semilla del Cyclamen balearicum europeo consiguió llegar hasta las entonces montañas baleares, encontrando en sus frescas cimas el clima ideal para su colonización.


Al finalizar el millón de años del Período Messiniense el mar Mediterráneo volvió a llenarse de agua y la población del Cyclamen balearicum quedó fragmentada en dos regiones separadas por el mar: una población continental en el sur de Francia y en la província española de Gerona y una población insular en las Islas Baleares.

 Típica flor de Cyclamen balearicum con su posición ligeramente inclinada como si fuera una farola. Llama la atención el intenso color morado del pedicelo que sostiene la flor.

 
 La flor es muy fragante y tiene cinco pétalos de un intenso color blanco inmaculado, aunque a veces pueden presentar un ligero tinte rosado e incluso estar recorridos por estrías violáceas. A diferencia de las demás primuláceas, los pétalos de los cyclámenes se dirigen hacia atrás adoptando la forma de un gorro de chef de cocina.


Los órganos reproductores de la flor, es decir, los cinco estambres y el pistilo, se encuentran escondidos dentro del tubo formado por los 5 pétalos soldados en su base. La polinización es mirmecófila, es decir, llevada a cabo por las hormigas, las cuales también son las encargadas de la dispersión de las semillas por mirmecocoria. Existe pues una estrecha simbiosis entre el pequeño Cyclamen balearicum y las hormigas. La flor las atrae con su fragancia y les regala una gotita de néctar a cambio de los granos de polen pegados a su cuerpo procedentes de otra flor. Una vez las semillas han madurado las hormigas las recolectan como alimento, pero ocurre que alguna se pierde camino del hormiguero ( por ejemplo si la hormiga es cazada por algún insecto, araña o lagartija) y logra germinar lejos de su madre. Puede ocurrir también que sean tantas las semillas recolectadas que no lleguen a ser consumidas todas y algunas logren germinar. Otra posible forma de dispersión sería la lluvia torrencial que tras desprender las semillas del fruto maduro las llevaría aguas abajo, quedando retenidas entre las grietas de las rocas calcáreas, como veremos más abajo.

 Las hojas del Cyclamen balearicum suelen tener manchas blancas en su cara superior aunque no resulta difícil encontrar alguna planta con las hojas completamente verdes.

Detalle de las hojas anteriores.

En la cara inferior las hojas tienen un llamativo color morado. Este color es una adaptación del Cyclamen balearicum a la escasa luz que llega al sotobosque y a las sombrías grietas rocosas donde crece. Cuando los rayos solares inciden sobre las hojas, penetran en sus tejidos verdes donde están los orgánulos llamados cloroplastos que captan su energía lumínica y realizan la fotosíntesis de los nutrientes que necesita la planta. En las hojas normales los rayos solares que no son captados por los cloroplastos atraviesan las hojas y se pierden. Sin embargo en las hojas del Cyclamen balearicum estos rayos que se iban a perder se encuentran con la capa de células ricas en antocianos morados del envés y son reflejados como si de un espejo se tratase, de manera que pasan nuevamente por los tejidos verdes de la hoja y los cloroplastos los aprovechan para realizar una segunda fotosíntesis. Es una inteligente optimización del proceso.

Curiosa imagen con una hoja adulta a la izquierda junto a numerosas hojas mucho más pequeñas, cada una de las cuales corresponde a un pequeño Cyclamen balearicum recien nacido. Las semillas habrían quedado retenidas en la grieta tras ser arrastradas por la lluvia.

Mismas hojitas anteriores con una forma más redondeada que las adultas. Estos pequeños ejemplares desarrollan un tubérculo subterráneo que va acumulando agua y nutrientes durante varios años.  A finales de la primavera las hojas se secan y el Cyclamen balearicum entra en estivación, esperando pacientemente en forma de tubérculo a que lleguen las primeras lluvias del otoño. Entonces despierta de su letargo y brota hojas nuevas y a finales del invierno o principios de la primavera emite un largo pedicelo de hasta 20 centímetros con una única flor en su extremo.

Envés de una de las hojitas anteriores con su típico color morado. Si nos miramos la yema del dedo índice nos haremos una idea de su diminuto tamaño. Aunque uno podría pensar que se trata de una especie enana diferente, la verdad es que són simplemente ejemplares jóvenes en su primer año de vida procedentes de semillas recien germinadas.