Una simbiosis vital para su supervivencia
Cuando sembramos una bellota, ya sea de roble o de encina, si lo hacemos en tierra vegetal comercial que carece de hongos micorrizas, la germinación se produce sin problemas y el nuevo arbolito se desarrolla bien durante el primer año gracias a las reservas nutricias de los cotiledones de la bellota, pero en cuanto estas se acaban, deja de crecer y languidece poco a poco hasta morir de ¡inanición! Sin los nutrientes que el micelio de la micorriza absorbe del sustrato y posteriormente transfiere a las raíces de la pequeña fagácea a través de pequeñas anastomosis micelio-raíz, el joven árbol no puede alimentarse y muere literalmente de hambre.
Joven encina de tres años sembrada de bellota en una maceta con tierra vegetal comercial, pero regada con agua de manantial de montaña cargada de esporas de micorriza de las encinas que crecen alrededor de la surgencia de la fuente, cuyas raíces estan profusamente micorrizadas por el micelio blanco del hongo.
Alcornocal virgen todavía no hollado por el hombre en el municipio gaditano de Jimena de la Frontera. El sustrato bulle de vida con toneladas y toneladas de micelio micorriza rodeando las raíces, no sólo de los alcornoques sino también de todos los arbustos que visten el sotobosque, cada uno de ellos con su micorriza simbionte específica.
Imponente roble andaluz, Quercus canariensis, en un bosque de cuento de hadas del gaditano Parque Natural de Sierra de Grazalema.
Nada más caer al suelo numerosos animalillos del bosque se las comen o bien las esconden en despensas improvisadas para su posterior consumo. Las bellotas necesitan luz para germinar, por lo que las que caen bajo la tupida sombra de su madre no suelen prosperar. Así pues, bien por haber caído lejos de su madre o bien por haber sido escondidas en pequeños hoyos del suelo por las aves y los ratones de campo, las bellotas suertudas germinan y en sus primeros meses de vida se alimentan de los nutrientes acumulados en los cotiledones de la bellota.
Cuando a finales de agosto las pozas se sequen, éstas bellísimas raíces rojas también se secarán. Habrán servido, no obstante, para que la vieja encina haya saciado su sed y haya acumulado el máximo de agua en sus gruesas raíces para aguantar estoicamente en estivación forzosa hasta las primeras lluvias del otoño.
¡BENDITA Y MARAVILLOSA NATURALEZA QUE SE LAS SABE TODAS PARA PERPETUAR LA VIDA EN ESTE FRAGIL PLANETA A MERCED DE LA CODÍCIA DESTRUCTIVA DEL HOMBRE!