domingo, 19 de octubre de 2014

Las flores del cambio climático

¿Se alterará también el celo en los animales salvajes?

Las altas temperaturas otoñales, junto con las esperadas lluvias tras la larga sequía veraniega y los soleados días que las siguen, enloquecen y perturban el ciclo vital de las plantas. Los sensores para la temperatura y la luz ubicados en sus yemas se confunden, creen estar en primavera y sintetizan fitohormonas prematuramente acelerando la floración que se adelanta en cinco o seis meses. He aquí algunos ejemplos:

Manzano, Malus pumilla, con una vistosa flor rosada junto a dos magníficas manzanas maduras a principios de otoño.

Detalle de la flor anterior.

Cneoron tricoccon, que suele florecer en primavera, con una magnífica floración otoñal.

Pyrus betulaefolia, el peral silvestre de los bosques templados de China que florece normalmente a principios de la primavera, mostraba ayer a mediados de otoño esta abundante floración.

Otras dos flores otoñales de Pyrus betulaefolia. En China este peral espinoso vive en los bosques de bambú y sus diminutas peras, las más pequeñas del mundo, son una golosina para los osos panda y las aves frugívoras.

 
 Peritas chinas maduras de sólo medio centímetro.

Abundante floración de un peral común, Pyrus communis, a mediados de octubre.

El Linum maritimum suele florecer desde mayo hasta agosto. El de la imagen, ayer día 18 de octubre, mostraba una abundante floración con numerosos capullos florales todavía por abrir.

Aeonium rubrolineatum, una Crassulaceae endémica de la isla canaria de La Palma, cultivada como planta de jardín en una finca de la Serra de Tramuntana de Mallorca, que debería florecer en primavera y lo está haciendo a finales de otoño.

 Inflorescencia del Aeonium anterior.

Detalle de las flores del endemismo palmeño anterior.

 El árbol del coral sudafricano, Erythrina caffra, suele florecer a mediados de mayo. El de la imagen, cultivado en Mallorca, hasta ahora había florecido en primavera, pero este año lo ha hecho a mediados de enero, en pleno invierno.

Curiosamente este año la floración ha sido espectacular, mucho más abundante que otros años.

En los bosques costeros de Sudáfrica sus flores son polinizadas por aves libadoras de néctar. En Mallorca no viven estas aves, sus flores no son polinizadas y caen sin producir semillas. Es lo lógico y natural. Pero, ¿qué va a ocurrir en Sudáfrica con el cambio climático si sus flores florecen cuatro meses antes de lo esperado? ¿Serán igualmente polinizadas? ¿Producirán semillas?


También este endrino, Prunus spinosa, anda loco con sus fitohormonas y ha florecido a finales de otoño.

¿Qué va a ocurrir en toda la Tierra durante las próximas décadas? ¿Comeremos peras y manzanas maduradas en febrero? ¿Producirán semillas viables las flores otoñales e invernales de las plantas silvestres? ¿Dejarán de perder las hojas en otoño los árboles y arbustos de hoja caduca y mantendrán todo su follaje durante todo el año como en los países tropicales? ¿Enjambrarán en pleno invierno las abejas que ayer vi libando con glotonería estas flores otoñales-invernales? Nuestros nietos conocerán las respuestas.



domingo, 12 de octubre de 2014

Ficus drupacea de Palma de Mallorca: su polinizador ¿un reto para los entomólogos?

Sus higos maduran y contienen semillas: ¿vive en Mallorca su avispilla polinizadora asiática Eupristina belgaumensis?

¿Ha sido encontrada y catalogada por los entomólogos de la Universidad de las Islas Baleares?


El Ficus drupacea que embellece los jardines de S'Hort del Rei de Palma de Mallorca, llamado Higuera de Mysore, es un árbol extraordinario por su rareza fuera de los trópicos, ya que procede del sudeste asiático y norte de Australia y en teoría necesita un clima tropical para sobrevivir. Sin embargo, en la capital de Mallorca, muy cerca del mar Mediterráneo, vive muy a gusto y no parece sufrir en absoluto por el frío invernal. 

El Hondero Balear es su fiel guardaespaldas.

La estatua de este mítico y aguerrido defensor de las Islas Baleares, cuya única arma era una simple honda con la que era capaz de perforar el casco de los barcos invasores lanzándoles un canto rodado, lo que provocaba su hundimiento, preside los bellísimos jardines que circundan la Catedral de la ciudad. A los habitantes de las islas contemplar esta estatua nos hace sentir orgullosos de nuestros valientes ancestros. 

Sus grandes hojas de consistencia coriácea como de plástico visten su imponente copa. 

Son muy parecidas a las del Ficus elástica, aunque a diferencia de éste tienen unas marcadas y llamativas nerviaciones.

Una amplia base de poderosas raíces le mantiene en pie permitiéndole soportar vientos huracanados sin peligro de ser derribado. Su corteza es muy lisa y de un bonito color gris plateado. Su tronco se bifurca en varios sub-troncos desde la base. 

Curiosamente en las selvas tropicales del sudeste asiático de donde es originario se comporta como una típica higuera estranguladora. Las aves frugívoras y los monos arborícolas se alimentan de sus higos y posteriormente defecan las semillas sobre las ramas de los árboles de la selva. La humedad permanente de estos hábitats permite germinar a las semillas en el escaso sustrato formado por hojas en descomposición acumulado en las bifurcaciones de las ramas. La higuera recién nacida emite inmediatamente una larga raíz que va descendiendo pegada a la corteza de su árbol-víctima hasta que consigue alcanzar el suelo. Una vez enraizada el crecimiento de la pequeña higuera se acelera de una manera vertiginosa y desde lo alto de la copa de su huesped emite numerosas raíces que rodean el tronco en un abrazo mortal, mientras su copa se ramifica y se viste de hojas hasta cubrir totalmente la de su víctima, sumiéndola en una oscuridad letal que le impide realizar la fotosíntesis. El árbol muere literalmente estrangulado. Y poco a poco sus ramas y su tronco que han sustentado a su asesina se pudren, y la higuera estranguladora ocupa su espacio en la selva. Con el tiempo las raíces descendentes acaban fusionándose y adoptan la forma y consitencia de un verdadero tronco. El Ficus drupacea ha logrado su objetivo: sobrevivir y prosperar en un medio despiadadamente competitivo como son las selvas tropicales.

Sus frutos tienen una forma ovalada con un bonito exocarpio de color rosado intenso con puntitos blancos. En plena maduración adquieren un color morado casi negro con tonalidades azules. Como puede verse en la imagen son un manjar delicioso para los mirlos que viven en este jardín urbano. La pulpa anaranjada es muy jugosa y bastante ácida. Lo sé por propia experiencia, pues llevado por mi irresistible curiosidad por todo lo exótico no dudé en probarla. Os debo confesar que tuve que escupirla. Su acidez no tiene nada que envidiar a la de los limones, pero no cabe duda de que a los mirlos les encanta. Esta riqueza en ácidos la hace muy laxante con la intención de provocar diarrea a las aves y los monos que la consumen en su tierra de origen, aumentando así el número de sus defecaciones y la dispersión de sus semillas en una gran área de la selva.

Y aquí llega la sorpresa. El sicono contiene numerosas semillas aparentemente viables. A excepción de las higueras cultivadas mediterráneas que en su mayoría son partenocárpicas, es decir, capaces de madurar sus higos sin necesidad de ser polinizadas por el polen transportado por la avispilla Blastophaga psenes, aunque ello comporte que no contengan semillas, las demas plantas del género Ficus sólo maduran sus frutos si son visitados por su correspondiente avispilla polinizadora específica. 

Entonces, ¿cómo se entiende que estos higos del Ficus drupacea palmesano estén perfectamente maduros con numerosas semillas rodeadas de una abundante pulpa jugosa? ¿Vino con el árbol cuando fue sembrado su avispilla asiática específica Eupristina belgaumensis?

Otras moráceas cultivadas como árboles ornamentales fuera de su hábitat, como el Ficus macrophylla, a pesar de dar abundantes frutos, no consiguen madurarlos, y caen al suelo resecos sin pulpa y sin semillas. En la imagen se ven cuatro higos hueros de esta especie recogidos bajo un imponente Ficus macrophylla en el Parque de María Luísa de Sevilla. 

En la misma Sevilla, en el Parque de San Sebastián, hay otra morácea que sí consigue madurar sus frutos y producir abundantes semillas, el Ficus microcarpa (sinónimo de Ficus retusa y Ficus nitida). En la imagen se ven higos en distintas fases de maduración. Los probé y su jugosa aunque escasa pulpa blanquecina me supo bastante insípida pero contenían numerosas semillas aparentemente viables. Tienen la forma y el tamaño ideales para ser tragados por las aves frugívoras.

En el centro de la Isla de Mallorca conozco un Ficus microcarpa capaz de soportar heladas de hasta -5ºC que también consigue madurar sus abundantes frutos. Siempre que lo veo no puedo resistir la tentación de comerme unos cuantos de sus diminutos higos aún a sabiendas de que no saben a "nada".

No cabe duda de que su avispilla polinizadora específica Eupristina verticillata, originaria del Asia tropical, vive en Sevilla y en Mallorca. Este insecto himenóptero en la actualidad tiene una distribución cosmopolita, ya que ha acompañado al Ficus microcarpa en su expansión a manos del hombre como árbol ornamental.

Y también en Mallorca, concretamente en mi jardín, tengo un pequeño Ficus rubiginosa de algo más de metro y medio de altura que cada año produce higos diminutos como el de la imagen con bastante pulpa ligeramente dulce y numerosas semillas. Y nuevamente surge la misma pregunta: ¿vive en Mallorca su avispilla polinizadora específicca australiana Pleistodontes imperialis? Todo parece indicar que sí.

Espero que algún entomólogo de la Universidad de las Islas Baleares me confirme la existencia de la avispilla Eupristina belgaumensis en tierras mallorquinas. 


jueves, 9 de octubre de 2014

Pelar un higo chumbo: así lo hacía mi abuelo

Hace muchos años, más o menos medio siglo, cuando yo era un chavalín lleno de vida, inocencia, ilusión y esperanza, ir al campo a visitar a mis abuelos maternos con mi madre y mis hermanas, bien a pie, en bicicleta o montados en el carrito tirado por mi adorada e inolvidable burrita Margarita, era para mí una aventura fascinante que hacía latir con fuerza mi corazoncito y llenaba de endorfinas de felicidad mis jóvenes neuronas ávidas de información. Era como ir a un zoo, había muchos animales y yo no me cansaba de observarlos: tres vacas, un mulo yeguar, un caballo, un verraco descomunal, varias cerdas de cría con lechoncillos, gallinas, palomas, pavos, pintadas, conejos, ovejas, perros y gatos. Ahhh, se me olvidaba, también había tortugas de tierra, alguna casi centenaria, que mi abuelo criaba en un gran corral de chumberas cerrado con una pared de piedra seca. A veces me enseñaba las pequeñitas recién salidas del huevo. Me ponía una en la mano y yo la miraba fascinado y emocionado. ¡Eran tan chiquitinas y tan bonitas!

Aquí me tenéis con un añito recién cumplido en el regazo de mi madre con mi tercera hermana en el carro tirado por Margarita. Era nuestro vehículo familiar. Entonces en el pueblo sólo tenían coche el alcalde, el párroco y algún ricachón.

En el regazo de mi madre en el corral de casa. Nací en la cama de mis padres. Mi madre me parió sola.

Con mi abuelo paterno. Él tenía 67 años y yo tres o cuatro. Fijaos en mis piernitas y mi vientre abultado. Los que sois médicos como yo sabéis lo que significan: raquitismo severo y malnutrición. Sobran los comentarios. Ahora, mirando esta fotografía entrañable, se me parte el alma y no puedo evitar que se me humedezcan los ojos. Sólo comíamos un poco de carne o pescado los domingos al mediodía. ¡Cuanta miseria y cuánta hambre en los años 50 hasta que se inició el boom turístico y las Islas Baleares empezaron a salir del tercer mundo!

 Otra foto entrañable con mi abuelo paterno en el corral de la casa donde nací y me crié. Por curiosidades del destino ambos llevábamos el mismo nombre y los mismos dos apellidos. En la destartalada jaula inclinada que parece la Torre de Pisa mi madre criaba tres o cuatro gallinas para aprovechar los desechos de la cocina, que completaba con un poco de salvado de trigo mojado con agua. Yo tenía tanta hambre que me comía parte del salvado robándoselo a las gallinas. La verdad es que estaba muy bueno.  El arbolito que se ve detrás de mi abuelo era un melocotonero borde nacido de un hueso que alguien tiró a la tierra del pequeño jardín que rodeaba el corral. Daba pequeños melocotones muy aromáticos con un sabor intenso.

Con mi hermana mayor. Ella fue como una segunda madre para mí. Me adoraba. Me cuidaba. Me mimaba. Me quería tanto que cuando yo rompía algo se daba la culpa a si misma para que nuestros padres no me castigasen. Ahora es una feliz madre de siete hijos y abuela de otros tantos nietos. En mi niñez yo tenía el pelo rubio, pero con los años se fue oscureciendo hasta hacerse castaño. Fijaos que tengo un gatito entre las manos. Me crié entre gatos, eran mis juguetes y mis mascotas a la vez.

En mi primera comunión estaba tan delgado que con siete años sólo pesaba 17 kilos. 

 
 Era más grande el traje de marinero que yo mismo. Cabían dos juanes. En mi semblante y en mis ojos podéis adivinar una tristeza sutil, lo que en la actualidad llamaríamos una depresión infantil, que me llevó a perder por completo el poco apetito que siempre había tenido y finalmente, tres años después, me arrastró a las puertas de la muerte. En realidad estaba llorando por dentro. Son cosas muy íntimas que sólo yo entiendo. Mirando fijamente mis propios ojos de niño logro retroceder en el tiempo de mi vida y entrar de nuevo en mi alma infantil. Es como un auto-psicoanálisis que me parte el alma y me hace sentir de nuevo todo el dolor que sentía entonces. Escribo esto con lágrimas en los ojos. 

Tres años después acabé postrado en la cama durante seis meses por una tuberculosis muy avanzada que casi me mata. Tenía el hígado y los pulmones completamente invadidos por el bacilo y no paraba de vomitar. Recuerdo que me miraba en un espejo y me veía más amarillo que los chinos que salían en los tebeos por la ictericia. De hecho el primer día de tratamiento entré en coma, tenía una fiebre altísima, no podía moverme ni hablar y si abría los ojos lo veía todo negro. Mis oídos sin embargo, como les ocurre a todas las personas que entran en coma, estaban bien despiertos. Escuchaba perfectamente todo cuanto hablaban mis padres y el médico del pueblo, que me velaron durante toda la noche. El Dr. Juan Pizá Simonet les decía a mis padres que yo estaba muy grave, que seguramente no llegaría a la madrugada y que se fueran haciendo a la idea de que moriría en cualquier momento. Mi madre no paraba de llorar y mi padre salía de la habitación para que no le vieran. Estaba muy mal visto que los hombres llorasen. Yo quería gritarles que no era verdad, que no me moriría. Al ser monaguillo sabía que sólo se morían los viejos a los que el párroco y yo íbamos a administrar la extremaunción. Los niños no se morían. Y no me morí. Aquí estoy dándoos la tabarra con mis escritos.

 Dos años después, en abril de 1969, recibía un diploma por una redacción que no logro recordar, el día de la romería de la Mare de Déu de la Pau de Castellitx, que cada primavera se celebra desde hace muchos siglos alrededor de una pequeña ermita situada en la antigua alquería mora del mismo nombre, en lo que ochocientos años atrás fue una mezquita musulmana, "conquistada" a lo moros mallorquines por el rey Jaume I de Aragón en el año de 1229. 
(Esta foto es propiedad de la Agrupació fotogràfica d'Algaida.)

Y volviendo a lo que os decía al principio, siempre que íbamos a ver a mis abuelos maternos, que vivían en un pequeño cortijo a tres kilómetros del pueblo, mi abuelo cogía unas tenazas enormes de madera, que él mismo había fabricado, recolectaba con ellas un cubo lleno de higos chumbos del corral de las tortugas y luego nos llamaba diciendo: "Voleu pegar una panxada de figues de moro?" (¿Queréis daros un atracón  de higos chumbos?) "¡Siii!", le contestábamos sus nietos, y sobre un bloque de arenisca iba pelando los higos chumbos uno a uno sin temor a pincharse, pues tenía las manos muy callosas por su duro trabajo de campesino. ¡Qué ricos! Nos sabían a gloria. Comíamos hasta hartarnos y, aunque fuera con los frutos de un cactus mexicano, lográbamos llenar nuestro siempre famélico estómago de niños de posguerra.

Pelar higos chumbos es muy sencillo. Tras meterlos en un cubo lleno de agua y removerlos con un palo para que se desprendan las espinas y se reblandezcan las que no se desprendan, se les hace un corte en cada extremo y otro a lo largo.

Luego se despega la piel de la pulpa.

Y ya está pelado. Sólo falta coger la pulpa con la mano y comérsela a mordiscos. 

Tiene una consistencia crujiente y un sabor dulce, afrutado y refrescante.

Se come todo, semillas incluidas.

Higo chumbo de una variedad de frutos morados.

 Tanto su piel como su pulpa contienen una gran cantidad de pigmentos antocianos, los mismos que dan color a la uva negra, las moras de la zarzamora, las fresas, las frambuesas y los arándanos.

Y como el ave fénix, tras curarme completamente de la tuberculosis, reviví del infierno de mi tristeza de niño y tuve una adolescencia llena de salud.  Aquí me veis con 16 años con una gran cabellera que a los 30 años desapareció de mi cuero cabelludo y me dejó más calvo que una bola de billar. Cosas de la testosterona y de los genes, mi padre y mis dos abuelos eran calvos. 

Y aquí a mis 23 años en una fiesta de disfraces con otros estudiantes, acabando ya la carrera de medicina. ¡Qué maravilla de dentadura tenía entonces!, ¿verdad?



domingo, 5 de octubre de 2014

Myrcianthes pungens, el mirto del Amazonas

Los indios guaraníes lo llaman ivá viyú. En Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay recibe el nombre de guabiyú, guaviyú, guabijú o guavijú y en lenguaje científico internacional Myrcianthes pungens. Otros nombres secundarios considerados sinónimos son Acreugenia pungens, Eugenia pungens, Eugenia ybaviyu y Luma pungens.


Se trata de un arbusto o pequeño árbol forestal de no más de 12 metros de altura que crece en los claros más iluminados de la región tropical más sureña de la cuenca del Amazonas, llegando hasta el norte subtropical de Argentina y Uruguay. Al igual que nuestro mirto mediterráneo, con el que guarda un gran parecido, pertenece a la familia de las Myrtaceae.

Hace unos siete años mi cyber-amigo portugués Sérgio Duarte, profesor de Sistemas de Computación de la Facultad de Informática de la Universidad Nova de Lisboa, gran aficionado a los frutales tropicales, me mandó una pequeña colección de arbustos brasileños de unos dos años entre los que había dos Myrcianthes pungens. Ambos llevan seis años sembrados en mi jardín. El más vigoroso y mejor adaptado es el que se ve en la imagen. Está magnífico. Ya mide más de dos metros de altura y este año ha florecido y fructificado por primera vez. El otro parece sufrir con el clima de Mallorca y no acaba de arrancar.

Primeras flores dia 21 de junio de este año. Son extraordinariamente parecidas a las de nuestro Myrtus communis.

Más flores de Guabijú, que desprenden un delicado aroma.

Los numerosos y llamativos estambres de sus flores son una característica compartida por todas las Myrtaceae.

 Hojas lustrosas de Myrcianthes pungens. Si son machacadas despiden una resina volátil que ahuyenta las moscas y otros insectos, por lo que pueden utilizarse como repelente doméstico. Tomadas en infusión tienen un efecto astringente y antiséptico que facilita la resolución de los cuadros diarréicos.

Fruto maduro de Guabijú. Es muy llamativo su color granate casi negro y la abundante pilosidad que recubre su exocarpio.

Mismo fruto anterior en detalle. Resulta llamativa la clorosis ferropénica de las hojas, que no parece afectar a la buena salud del arbusto. Esta myrtácea sudamericana está tan adaptada a vivir sobre el sustrado ácido de la hojarasca de la selva  que al sembrarla en tierra caliza y ligeramente  alcalina sus raíces no logran absorber el hierro y sufren de clorosis, como se puede ver en las manchas blancas de las hojas.

 Tamaño real de un fruto de Guabijú.

 Un puñado de murtones de Guabijú fotografiados el día 26 de octubre de 2017.

La pulpa tiene un vivo color anaranjado y rodea una única semilla que debe sembrarse inmediatamente, pues como ocurre con muchos otros frutales tropicales y subtropicales pierde rápidamente la capacidad de germinación.

La pulpa tiene un exótico sabor tropical parecido al de la Cereza del Surinam. Es muy rica en vitaminas y antioxidantes. La piel o exocarpio es bastante gruesa y pilosa, por lo que conviene pelar el fruto antes de consumirlo.

La semilla es muy pequeña y tiene una forma arriñonada.