domingo, 29 de abril de 2012

Helicodiceros muscivorus, el timador de las moscas

La planta Helicodiceros muscivorus es una campeona de la supervivencia. Durante millones de años sufrió mutaciones adaptativas que iban transformando su aspecto hasta lograr la perfección actual. Pertenece a la família de las Araceae. Recibe también los nombres de Dracunculus muscivorus y Arum muscivorum. Es una reliquia del Mioceno que en la actualidad puebla las costas rocosas de las islas e islotes que hace unos 6 millones de años conformaban la región Tirrénica: las Islas Baleares, Córcega y Cerdeña, siempre cerca de las colonias de gaviotas.

Helicodiceros muscivorus en plena floración a finales de abril, fotografiado en el Cap de Formentor de la Isla de Mallorca. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click para apreciar mejor los detalles.

Ejemplar joven de Helicodiceros muscivorus con sus típicas hojas carnosas provistas de un pecíolo alado y una lámina con un largo lóbulo anterior y dos lóbulos posteriores. La planta surge de un tubérculo globoso de hasta 14 centímetros de longitud y 6´5 centímetros de anchura, profundamente enterrado entre las grietas de las rocas calcáreas litorales. Además de producir semillas, también se reproduce generando pequeños tubérculos alrededor del tubérculo principal.

La inflorescencia se asienta sobre un largo pedúnculo parcialmente enterrado de hasta 16 centímetros. La espata por su cara externa tiene un bonito color verde con manchas que recuerdan la piel de una serpiente y por su cara interna un llamativo color púrpura pálido imitando la carne con abundantes pelos purpúreos. La parte inferior de la espata está enrollada en forma de tubo y alberga las flores masculinas y femeninas situadas en la parte inferior del espádice. Éste mide entre 13 y 40 centímetros de longitud. Su extremo distal sobresale fuera del tubo y está cubierto por largos pelos de color púrpura oscuro.

La flor del Helicodiceros muscivorus, que en realidad es una inflorescencia con numerosas flores masculinas y femeninas en el interior del tubo de la espata, engaña a las moscas por la vista y el olfato. La superficie peluda color carne de la espata imita a un animal muerto en descomposición y el extremo de la espádice se parece a la cola peluda de una rata con sus tricomas purpúreos muy oscuros dispuestos en escobillón. La flor emite un intenso hedor a carne putrefacta que atrae a las escasas moscas carroñeras que sobreviven en las costas rocosas alimentándose de los cadáveres de las gaviotas, las ratas y las cabras asilvestradas.

Mosca carroñera sobre el espádice. La inflorescencia dura un solo día y tiene una fase femenina y una masculina perfectamente separadas para evitar la autopolinización.

Misma mosca anterior tanteando el terreno. Las moscas que son atraídas por el olor a carne putrefacta del Helicodiceros muscivorus pertenecen a los géneros Calliphora y Lucilia. La de la foto pertenece a la especie Calliphora sp. Robineau-Desvoidy, 1830.

La polinización por moscas es muy típica de las plantas de la família de las Araceae. El espádice y la espata de todas ellas tienen una estructura muy parecida y todas emiten un fuerte olor a carroña. Cuando una mosca percibe el hedor en el aire, se acerca volando y se posa sobre la espata o el espádice. Intenta sorber los jugos de la falsa carroña, pero no encuentra nada. Entonces nota que del fondo del tubo de la espata sube un hedor todavía más intenso y cree que allí si encontrará algo para comer. La espata está cubierta de pelos dispuestos en sentido descendente que le facilitan el descenso hacia el fondo del tubo donde están las flores femeninas receptivas. Una vez dentro se da cuenta del engaño y quiere salir, pero los pelos descendentes y otros pelos aún mayores dispuestos radialmente llamados pistilodios que forman una barrera entre las flores masculinas y femeninas, se lo impiden. Otras moscas han caído también en la trampa y alguna de ellas ya ha sido engañada previamente por otra flor y lleva polen adherido a su cuerpo. En su desesperación por salir pasa una y otra vez sobre las flores femeninas y las poliniza. Cuando el Helicodiceros muscivorus detecta que sus flores femeninas ya han sido fecundadas, madura rapidamente sus flores masculinas que se cubren de polen. Al mismo tiempo deshidrata los pelos descendentes y los pelos radiales que dejan de hacer de barrera y las moscas ya pueden salir, pero al hacerlo pasan por encima de las flores masculinas y se llevan con ellas el polen que es muy pegajoso. Una vez fuera y desesperadas por el hambre son atraídas con engaño por las inflorescencias de otros Helicodiceros muscivorus y vuelve a empezar el proceso de la polinización.

Llamativo espádice peludo que imita a la perfección la cola de una rata. La superficie color carne de la espata también está cubierta de pelos. Estos detalles nos hablan claramente de cuales han sido los protagonistas de este inteligente proceso evolutivo: las ratas que viven en las rocas litorales de las islas, las moscas que se alimentan de sus cadáveres y el Helicodiceros muscivorus que se adaptó a los únicos polinizadores que habitan las costas rocosas, pues como pude comprobar mientras hacía estas fotos, los únicos insectos que vi fueron las moscas atraidas por las flores de esta arácea. Es evidente que estos dípteros litorales no pueden sobrevivir sólo con los escasos cadáveres de rata que pueda haber en este hábitat tan pobre. Seguramente su principal fuente de alimento sean los cadáveres de las gaviotas y otras aves marinas, así como sus polluelos, sus huevos abandonados y sus excrementos, ya que coincide la floración del Helicodiceros muscivorus con la época de cría de estas aves. Por lógica también cabe pensar que las mismas ratas se alimentan de los cadáveres de las gaviotas, sus polluelos y sus huevos. Todo parece un engranaje perfecto, inteligentemente coordinado por la naturaleza para facilitar la supervivencia no sólo de la planta, sino también de sus moscas polinizadoras y las ratas, omnívoras por excelencia, que limpian las rocas costeras de cadáveres y huevos hueros de las gaviotas, con lo que éstas últimas también sacan provecho al tener su hábitat limpio. Tal vez las múltiples mutaciones experimentales que sufrió esta planta durante millones de años buscando la forma más eficiente de su inflorescencia descartaron la transformación en algo semejante a una gaviota y le resultó más fácil y práctico parecerse al cadáver de una rata. Cabe también la posibilidad de que en el Mioceno tardío, hace unos 6 millones de años, cuando esta planta estaba en plena evolución y poblaba toda la región Tirrénica, existiera en su hábitat un roedor actualmente extinto, tal vez una musaraña, al que la planta intentó parecerse con gran éxito.

Detalle de los pelos de la espádice y la superficie de la espata.

La floración dura aproximadamente 24 horas. Al día siguiente la espata repliega sus bordes sobre el espádice y su extremo se incurva hacia abajo. Dentro del tubo empieza la maduración de los ovarios de las flores femeninas recien fecundadas que darán lugar a frutos carnosos de color anaranjado. 

Frutos todavía inmaduros de Helicodiceros muscivorus. Fotografía cedida por mis amigos Rafael Cladera y Mª Angeles, grandes amantes de la vida y la naturaleza.


En las Islas Baleares estos frutos son un alimento muy apreciado por la lagartija balear Podarcis lilfordi, llamada sargantana, que tras la digestión de la pulpa defeca las semillas ya escarificadas por sus jugos gástricos, las cuales germinan con mucha facilidad abonadas por el nitrógeno de las heces. 


Este detalle ha quedado demostrado por los técnicos de los jardines botánicos al intentar germinar semillas en macetas, pues se ha visto que las que han pasado previamente por el tubo digestivo de las sargantanas tienen un índice de germinación cercano al 100%, mientras que si se siembran los frutos directamente sin retirarles la pulpa no germinan o lo hacen en un bajísimo porcentaje. Retirando la pulpa y sometiendo las semillas a la escarificación química con una solución ácida muy diluída, el porcentaje de éxitos se eleva muchísimo, pero nunca alcanza el 100% de germinación de las semillas comidas por las lagartijas baleares. De ahí que resulte preferible buscar con paciencia sobre las rocas las heces frescas de estos pequeños reptiles durante las semanas que se alimentan de los frutos. Las semillas así recogidas se deben sembrar sin limpiarlas de los restos de excrementos.


sábado, 21 de abril de 2012

Ophrys balearica, vestida de terciopelo negro

La bellísima Ophrys balearica es la única orquídea endémica de las Islas Baleares. Pertenece al grupo de la Ophrys bertolonii y es prima hermana de la Ophrys catalaunica. La negritud y anchura de su labelo aterciopelado, el brillo metalizado de su mácula granate y el ginostemo en forma de cabecita de pájaro son varias de sus características más llamativas.

Flor de Ophrys balearica a principios de abril. Este ejemplar crece en plena Serra de Tramuntana en la falda de una montaña orientada hacia el noroeste. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click para apreciar mejor su belleza.

Como ocurre en todas las orquídeas, sus flores carecen de néctar y atraen a sus polinizadores con dos estrategias de imitación o engaño: una estructural que imita la forma y los colores de una hembra receptiva y una química a través de la emisión de feromonas sexuales prácticamente idénticas a las del insecto hembra. Cada orquídea tiene un polinizador específico, aunque a veces puede tener varios. Hay también polinizadores especializados en el género Ophrys que copulan indistintamente con diferentes especies del mismo género, dando lugar con relativa frecuencia a bellísimos híbridos interespecíficos. El polinizador es siempre un macho. 

Las orquídeas a través de millones de años de evolución, tras el ensayo de numerosas mutaciones experimentales, han logrado imitar con tanta perfección a las hembras de los himenópteros polinizadores, en general abejas y abejorros, que los machos se sienten atraidos de forma irresistible por sus flores y copulan con ellas como si de verdaderas hembras se tratase. Al hacerlo, en el frenesí de la cópula, los dos polínios cargados de polen se pegan a la cabeza o al abdomen del insecto. Una vez acaba la cópula el macho vuela en busca de otra hembra, que lógicamente espera que sea verdadera, pero por el camino se encuentra con el irresistible perfume de las feromonas de otra falsa hembra y vuelve a caer en el engaño. Copula con la segunda falsa hembra y en el frenesí de la cópula los polínios que llevaba pegados procedentes de la primera flor dejan caer el polen o directamente se pegan en la cavidad estigmática del ginostemo y la segunda falsa hembra queda fecundada. El engaño ha sido un éxito y la orquídea ya tiene asegurada la siguiente generación.

Ophrys balearica iniciando la floración a principios de abril. Se ven bien las hojas basales y una hoja caulinar en el tallo.

Hojas basales de la Ophrys balearica anterior.

 Capullo floral abriéndose a principios de abril.

En primavera  suele llover muy poco en las Islas Baleares. Cada cuatro o cinco años se produce una sequía terrible. Deja de llover a finales de enero y no vuelve a caer una lluvia mínimamente aceptable hasta finales de septiembre o principios de octubre. En estas condiciones tan extremas la Ophrys balearica sólo cuenta con las reservas acumuladas en su diminuto tubérculo y para florecer debe reabsorber el agua y los nutrientes de sus hojas basales. En la imagen vemos un ejemplar sin hojas a finales de abril. El tubérculo ha reabsorbido todo el contenido de las hojas y lo ha enviado hacia las flores realizando un esfuerzo titánico para conseguir producir semillas y asegurar así la siguiente generación. 

 Para poner a prueba todavía más a la pobre orquídea la ausencia de lluvias impide que la hierba brote, los conejos y liebres no encuentran nada para comer y entonces se alimentan de las pequeñas hojas basales de las orquídeas, justo en el momento en que el tallo floral debe empezar a crecer. Si la sequía persiste, todo el esfuerzo realizado por nuestra bellísima orquídea balear no sirve para nada y los conejos se comen también las flores. Se pierde así toda una generación de futuras Ophrys balearica. Bajo tierra queda el tubérculo malogrado que se seca y desaparece. 

 Con suerte a veces no se pierde todo, la orquídea recurre al último de sus recursos para sobrevivir y el viejo tubérculo antes de secarse produce uno o dos tubérculos diminutos a su alrededor, que darán flores al cabo de dos años. 

 Sin embargo no acaban aquí las calamidades de nuestra Ophrys balearica, pues a veces incluso sus tubérculos son víctimas de la depredación de las ratas y conejos, que olfatean el suelo y cuando huelen los tubérculos, escarban, los desentierran y se los comen, malogrando de forma definitiva todo el esfuerzo titánico de la orquídea más bonita de las Islas Baleares.

Para poner a prueba todavía más su capacidad de supervivencia todas las orquídeas de las Islas Baleares deben soportar la depredación de las ovejas y en las últimas décadas la infernal plaga de cabras asilvestradas que si no encuentran hierba y brotes tiernos de sus plantas preferidas, recurren a las hojas basales y los tallos florales de las orquídeas, impidiendo que florezcan y produzcan las semillas de la siguiente generación. 

 En las fincas sometidas al pastoreo intensivo de las ovejas es muy difícil encontrar orquídeas. Éstas entonces se ven recluidas en las garrigas y pinares donde las ovejas raramente suelen pastar, pues prefieren alimentarse de la hierba rala que crece en los espacios abiertos con escasa vegetación arbórea y arbustiva. Las cabras, por contra, prefieren ramonear los brotes tiernos de los arbustos de garriga y su voracidad insaciable no respeta los pequeños tallos florales de las orquídeas, acelerando dramáticamente la progresiva desaparición de estas bellísimas plantas, especialmente en las zonas montañosas de Mallorca.

En justicia hay que decir que a la mayoría de orquídeas de los géneros Ophrys, Orchis, Anacamptis, Himantoglossum y Serapias les favorecen un ramoneo y pastoreo ligeros que mantengan abiertos los claros de las garrigas y pinares, pues estas plantas son ávidas de la luz solar, la necesitan para que sus flores sean visibles a los ojos de sus polinizadores. Sin rayos ultravioleta incidiendo sobre las flores éstos no son capaces de verlas, deben orientarse solamente por el perfume de las feromonas que emite la flor y muchas veces la polinización no se produce y los ovarios de las flores se quedan hueros y se secan sin producir semillas. De ahí que el pastoreo moderado desde finales de la primavera hasta principios del otoño no sólo no les perjudica sino que favorece la entrada de los rayos solares y la posterior producción de las semillas de la siguiente generación para perpetuar la especie.

Aunque no llueva en las frescas mañanas de primavera el rocío cubre de humedad las flores de la Ophrys balearica y le ayuda a soportar la sequía extrema de nuestras islas.

Recuerdo la emoción que sentí hace varios años, mientras fotografiaba las flores recien abiertas de una Ophrys balearica en una garriga litoral muy soleada del noroeste de Mallorca, cuando de pronto apareció un ruidoso abejorro negro, tan negro como el labelo de la orquídea, atraido por el irresistible aroma de las falsas feromonas y se abalanzó sobre una flor copulando con ella de una forma frenética. Sabedor del gran valor documental de una fotografía de la cópula del abejorro polinizador con la flor de la Ophrys balearica, le hice cuantas fotos pude en los escasos segundos que duró aquel frenesí, sin percatarme que mi cámara digital no estaba en modo macro. Ya de vuelta a casa, pasé las fotografías al ordenador y mi disgusto fue tremendo al comprobar que todas habían salido borrosas y desenfocadas.

Con tan refrescante baño matutino esta flor parece esperar ansiosa la visita de su amante polinizador negro.

Imagen de una flor de Ophrys balearica con los detalles de su anatomía. La estrategia de engaño es tan perfecta que la flor cuenta con un pequeño apéndice amarillo en el extremo del labelo, llamado apículo, que sirve para que el himenóptero se oriente en la cópula, es decir, que sepa donde tiene el extremo del abdomen la falsa hembra con la abertura para introducir su órgano copulador. La flor también ha desarrollado dos falsos ocelos de hembra, uno a cada lado de la abertura de la cavidad estigmática. De esta manera la orquídea consigue que el macho adopte la postura correcta e introduzca su cabeza con los polínios adheridos a ella en la cavidad estigmática del ginostemo donde están los órganos femeninos receptores del polen.

Frutos de Ophrys balearica en forma de cápsulas erectas y oblongas
 con numerosas semillas diminutas en su interior que son dispersadas por el viento y el agua de lluvia.

Como ocurre en todas las orquídeas, las semillas para germinar deben encontrar un hongo simbionte que alimente la plántula en las primeras etapas de la germinación, pues carecen de reservas de nutrientes, son una simple célula germinal, un óvulo fecundado rodeado por una fina envoltura de células que lo protegen. Si la semilla tiene suerte y cae cerca de una espora recien germinada de su hongo micorriza específico, los filamentos del micelio del hongo la detectan, la rodean como una telaraña en un abrazo de cooperación mutua y estimulan su germinación segregando una hormona que despierta la célula germinal de su letargo. Al carecer de reservas nutricias, el embrión de la orquídea en sus primeras divisiones celulares debe recibir los nutrientes proporcionados por los filamentos del micelio. Sólo así es capaz de seguir con el proceso de la germinación. Cuando la plántula de la orquídea eche sus primeras raíces se formará una unión muy íntima con el micelio, una simbiosis mutualista, un matrimonio de conveniencia que durará toda la vida de la orquídea. Los filamentos del hongo proporcionan agua y minerales a las raíces y éstas le devuelven el favor suministrándole los hidratos de carbono sintetizados por los cloroplastos de las hojas con la fotosíntesis.


sábado, 14 de abril de 2012

Anagallis arvensis, desfile de modelos

La Anagallis arvensis es una hierba de ciclo anual de la família de las Primulaceae relativamente abundante en campos de cultivo, caminos rurales, claros de encinares y pinares, cunetas de las carreteras, márgenes de huertos y jardines y zonas costeras. Aproximadamente el 70% de plantas producen flores de color azul marino y el 30% restante flores rojo-anaranjadas. Sin embargo no es nada difícil encontrar algun ejemplar híbrido o mutante con flores de otros colores: blancas, rosadas, celestes, fuchsias....

 Imagen combinada con flores de seis colores y seis diseños.
(Recomiendo ampliar las fotos con un doble click).

La Anagallis arvensis de flores azules es la más frecuente. 

Las flores de un intenso color azul marino resaltan mucho sobre el verde claro de las hojas.

Cada flor tiene cinco pétalos azules con estriaciones divergentes a modo de pequeños abanicos pay-pay. En el centro adquieren un bonito color fuchsia. Los cinco estambres sobresalen varios milímetros por encima de la flor y acaban en unas llamativas anteras amarillas.

 La Anagallis arvensis es muy resistente a la sequía. Como todos los seres vivos su finalidad en su corta vida es perpetuar la especie. El ejemplar de la imagen, ante la falta de agua en la reseca tierra donde está enraizado, ha reducido sus hojas a simples acículas filiformes con la finalidad de ahorrar agua y destinar la poca que tiene a sus siete magníficas flores, de las que saldrán las semillas de la siguiente generación.

La variedad de flores rojo-anaranjadas es menos abundante.

Al igual que en las flores azules, en las rojo-anaranjadas los pétalos también se vuelven fuchsias en el centro de la flor. Se ven muy bien las cinco anteras amarillas de los estambres.

No es nada difícil encontrar las dos variedades creciendo juntas. A veces están tan entremezcladas que parecen una sola planta con flores de dos colores. Sin embargo, si seguimos cada brote hasta las raíces, veremos que se trata de plantas diferentes. 

Encontrar un ejemplar de flores albinas es toda una sorpresa, un golpe de suerte.

Los pétalos son blancos con un ligero tinte rosado y en el centro de la flor presentan un intenso color azul marino. En la imagen se distingue muy bien el largo pistilo rojo-fuchsia que sobresale ligeramente por encima de las cinco anteras amarillas de los estambres.

Esta Anagallis arvensis tenía flores de distintas tonalidades azul celeste, algunas casi blancas. En el centro presentaban un llamativo color fuchsia.

En esta imagen se puede ver una flor albina con el centro rosado mucho más clara que las anteriores. La flor azul pertenecía a otra planta.

Existe también una variedad de flores de un intenso color rosado con el centro rojo.

Otra flor rosada en la que se pueden ver todos los detalles. Las flores de la Anagallis arvensis crecen sobre un pedicelo cuya longitud oscila entre 8 y 45 milímetros, más largo que la hoja axilante de la que surgen. En la imagen, por detrás de los pétalos, se aprecian los cinco dientes lanceolado-acuminados del cáliz que está profundamente dividido.

Y por último la variedad de flores fuchsias, la más bonita y extraña. Yo me atrevería a decir que es un híbrido intermedio entre la variedad azul-marino y la variedad rojo-anaranjada. Recomiendo ampliar la foto con un doble click para apreciar mejor los detalles.

Varios brotes de la Anagallis arvensis anterior. Los tallos de esta primulacea pueden llegar a medir hasta 70 centímetros. Las hojas son opuestas, sesiles, ovado-oblongas, a veces lanceoladas. En el envés presentan con frecuencia puntos pardo-negruzcos. En la imagen se aprecia muy bien el detalle de los pedicelos de las flores surgiendo de la axila o unión de cada hoja con el tallo.

Las flores de color fuchsia son para mí las más espectaculares.

Los pétalos tienen una tonalidad intermedia entre las dos variedades más abundantes y el centro de la flor adquiere un intenso color rojo-sangre.


viernes, 6 de abril de 2012

Daphne rodriguezii: el camuflaje hecho arte

 Juega al escondite con el viento de Menorca

Este endemismo exclusivo de la Isla de Menorca y la cercana Isla d'en Colom es un verdadero artista de la cripsis o camuflaje. Su pequeño tamaño, su follaje discreto y poco compacto, sus flores de un color blanco apagado o crema, que se mimetizan perfectamente con el suelo arenoso sobre el que vive, y su preferencia por crecer bajo otros arbustos con los que entremezcla sus ramas, le hacen pasar completamente desapercibido. Todos los botánicos que lo han estudiado coinciden en lo fácil que es pasar por su lado y no verlo.

Flores de Daphne rodriguezii a principios de abril. Recomiendo ampliar las fotos con un doble click para apreciar mejor los detalles.

Capullos florales de Daphne rodriguezii que guardan un extraordinario parecido con los del jazmín.

Este endemismo menorquín crece en la maquia litoral de las costas muy ventosas, sobretodo las del este de la isla. La forma de las hojas y su tendencia a crecer casi a ras del suelo bajo otros arbustos, sobretodo Pistacia lentiscus y Phyllirea latifolia var. rodriguezii, con sus ramas entremezcladas con las de éstos, le protegen de los fuertes vientos que suelen azotar el norte y este de Menorca. Vive entre los 5 y los 80 msnm.

Las flores de este pequeño arbusto de la família de las Thymelaeaceae pueden ser blancas o de color crema. En la imagen se puede ver un ejemplar con abundantes flores de color crema.

 El delicado y discreto color de las flores le permite camuflarse perfectamente con el suelo de arena silícea de las zonas costeras de Menorca y la Isla d'en Colom. Esta pequeña isla de sólo 59 hectáreas forma parte del Parque Natural de s'Albufera des Grau. Está separada de la costa nordeste de Menorca por unos 200 metros de mar con un agua limpísima de un bellísimo color azul turquesa, y en ella vive la población más importante de Daphne rodriguezii. (Ver el plano del Parque Natural de s'Albufera des Grau)

Este arbusto raramente supera los 50 centímetros de altura. Sus ramas son cortas e intricadas, las nuevas con pelos adpresos y las viejas glabras. La corteza es grisácea.

La otra variedad tiene las flores de un color blanco apagado que no llaman nada la atención al pasar junto al arbusto.

 Las flores son muy pequeñas. Tienen los sépalos y los pétalos unidos formando un tubo llamado hipanto que suele tener tintes purpúreos y mide entre 7 y 11 milímetros de longitud. Los cuatro sépalos se abren en el extremo de la flor y no superan los 4 milímetros.

Brotación primaveral a principios de abril.

Este endemismo menorquín está catalogado como muy vulnerable y en grave peligro de extinción por ser muy sensible a la alteración de su hábitat. Está incluido en la Lista Roja de la Flora Vascular Española, en la Directiva Hábitat y en el Convenio de Berna.

Las hojas de los brotes nuevos son de suborbiculares a obovadas; las demás de obovadas a elípticas con el ápice redondeado y atenuadas en la base. Todas son persistentes, coriáceas, de color verde oscuro y brillantes por el haz y más pálidas por el envés, con el margen revoluto y provisto de pelos cortos de unos 0'2 milímetros.

Frutos rojo-anaranjados, carnosos y globosos de Daphne rodriguezii, incluidos en el hipanto hasta alcanzar la madurez. Suelen medir unos 5 milímetros. Maduran a principios del verano. Los frutos son comidos por la lagartija balear Podarcis lilfordi, la cual después dispersa las semillas con sus excrementos.

Este endemismo fue encontrado por el prestigioso botánico menorquín Joan Rodríguez Femenías en el año 1866. Para su correcta clasificación le mandó unas muestras a un amigo botánico, Joan Teixidor i Cos, quién con muy poca ética publicó el descubrimiento como propio dos años después en 1868. No obstante hay que decir a su favor que tuvo el detalle de dedicar la nueva planta a su amigo Rodríguez, dándole su nombre a la especie, Daphne rodriguezii. El Dr. Joan Rodríguez Femenías, muy ofendido, un año después intentó registrar la planta con un nuevo nombre, Daphne vellaeoides, pero las normas internacionales de nomenclatura de especies dan prioridad al primer nombre registrado y el nombre que le puso ha quedado como sinónimo.