domingo, 22 de mayo de 2016

Kauri de Nueva Zelanda, mi tesoro austral y un sueño hecho realidad

Hace unos 4 años y medio mis amigos Jaume y Matilde se fueron a realizar uno de sus sueños, viajar a Nueva Zelanda, un remoto y mítico país de la Oceanía situado exactamente en la otra cara del Mundo. "¿Qué quieres que te traigamos de allí?" - me preguntaron antes de partir. "Una semilla de Kauri." - les contesté yo casi sin pensármelo. Conseguir un árbol tan fantástico y exótico, una verdadera reliquia viviente de los tiempos de los dinosaurios, era uno de mis sueños desde hacía muchos años. 

Un més después volvieron de su maravilloso viaje con un pequeño tesoro en la maleta para mí: un Kauri de no más de 30 cms. de altura  sembrado en una diminuta maceta. ¡¡¡Uauuu, qué bonito!!!, exclamé emocionado al verlo. ¡¡¡Que alegría, muchísimas gracias!!!

Me lo llevé al huerto y lo trasplanté en una maceta más grande con tierra vegetal tipo Composana. Lo situé a la semisombra de un níspero del Japón y procuré que no se le secase la tierra.

¡¡¡Tenía que sobrevivir, si o si!!!

El Kauri, de nombre científico Agathis australis, es una conífera gigantesca de la familia de las Araucariaceae que apareció sobre la Tierra hace 190 millones de años durante el período Jurásico, cuando el supercontinente Pangea se dividió en dos subcontinentes: Laurasia y Gondwana. Unos millones de años más tarde, durante el Cretácico, de Gondwana se escindieron dos inmensas islas: Australia y Zealandia, que se fueron desplazando hacia el este, mientras hacia el oeste se escindían Sudamérica, África y Madagascar, hacia el norte el subcontinente del Indostán y hacia el sur la gélida Antártida.

La gran isla de Zealandia, en su desplazamiento hacia el este, se fue hundiendo poco a poco bajo el primitivo Océano de Tetis hasta desaparecer bajo las aguas. Unos posteriores movimientos de las placas tectónicas elevaron miles de metros sobre el nivel del mar parte de Zealandia en forma de dos inmensas montañas, las cimas de la cuales serían la isla Norte (Te Ika un Maui en idioma maorí)  y la isla Sur (Te wai pounamu) de la actual Nueva Zelanda. El primitivo Kauri sobrevivió a los cataclismos tectónicos en la paradisíaca isla Norte, de donde es endémico.

Cuatro meses después del trasplante mi bebé de Kauri había brotado vigorosamente. Tres meses atrás, antes de la brotación primaveral, creí perderlo al ver brotar alrededor de su base un extraño hongo en forma de numerosas bolitas anaranjadas. Pensé que sus raíces se estaban pudriendo atacadas por alguna enfermedad fúngica neozelandesa, pero el hongo no lo mató, sino todo lo contrario. Unos días después de aparecer los cuerpos fructíferos de aquella seta austral mi pequeño Kauri brotó con una fuerza inusitada. Supe entonces que lo que yo creía un hongo patógeno era en realidad su hongo simbionte, su micorriza austral, que había viajado con él íntimamente unido a sus raíces para ayudarle a sobrevivir en el otro extremo de la Tierra.

Aquí podéis ver la vigorosa brotación primaveral gracias a los minerales absorbidos y cedidos por su micorriza. Hojas tiernas como éstas fueron el alimento de dinosaurios herbívoros australes, cuyos largos cuellos, cual descomunales jirafas reptilianas, les permitían alcanzar los brotes nuevos de las copas más altas. La extinta y gigantesca ave neozelandesa Moa se paseó y anidó bajo estos árboles durante millones de años. También la extinta Águila de Haast hizo su nido sobre sus ramas y sobrevoló el inmenso mar verde de sus brumosos bosques. En la actualidad otra ave todavía viviente, el Kiwi, escarba en la resinosa hojarasca de los kauris en busca de insectos y gusanillos.

 
 Hace 16 meses, día 1 de enero de 2015, vinieron Jaume y Matilde, acompañados de unos familiares y amigos, a sembrar el bellísimo y antediluviano Kauri que habían traído en su maleta en el largo viaje desde la localidad de Kerikeri situada en la Isla Te Ika un Maui hasta Mallorca. Medía entonces unos 145 cms. de altura.
 (De derecha a izquierda: Llorenç, Matilde, su madre Paqui, Blai, Jaume y un servidor)

Han pasado más de cuatro años desde su llegada a Mallorca y aquí lo tenéis, sano y vigoroso, con una altura de 180 cms. Ha crecido, pues, 150 cms. en cuatro años, una media de 37'5 cms. por año. Me hace mucho ilusión vivir 20 años más para verlo ya grandecito con 9 metros de altura. ¡¡¡Será espectacular!!!.

Vigorosa brotación de este año, tras soportar el siempre traicionero invierno mallorquín. Confío y espero que su genoma contenga los genes necesarios para adaptarse al clima de Mallorca, mucho más seco y caluroso que su Nueva Zelanda natal. No en balde ha sobrevivido a 190 millones de años de cataclismos geológicos y climáticos, habiendo superado sin duda algunos períodos tan tórridos y resecos como los del Mediterráneo actual.

¡¡¡Lo conseguirá!!!

Os mantendré informados de su evolución.

Edito día 22 de mayo de 2017 para mostraros un diminuto kauri recién nacido de una semilla regalada por mis amigos Jaume y Matilde, que compraron por internet a una empresa online de Nueva Zelanda.

 Semillas de Agathis australis.

Algún día, dentro de 80 años, se convertirá en un árbol gigantesco de más de 40 metros de altura. Ojalá las próximas generaciones lo cuiden, respeten y quieran como lo haré yo hasta el fin de mis días.

domingo, 8 de mayo de 2016

MIRAFLORES DE LA SIERRA: un remanso de paz, una bocanada de aire fresco a pocos kilómetros de Madrid

(Texto y Fotografías de Matilde Martínez y Juan Bibiloni. Videos de Matilde Martínez.)


Y el centro La Cristalera, un lugar inmejorable para celebrar la Asamblea anual de la Asociación Fotografía y Biodiversidad, sugerido acertadamente por Teresa Ajenjo, la organizadora del evento. Está enclavado en plena naturaleza, rodeado de montañas, bosques, un riachuelo y silencio, sí, amigos, el preciado silencio tan escaso en nuestras vidas y tan necesario para serenar el alma.

A la "caza" de bichitos por los alrededores de La Cristalera. Este centro pertenece a la Universidad Autónoma de Madrid. Su situación y su arquitectura resultan ideales para realizar cursos de verano, congresos, reuniones, conferencias, asambleas.

En primer plano podemos ver a Jordi Clavell, muy concentrado buscando bichos entre las piedras del edificio y a la derecha Piluca y Nacho haciendo lo mismo sobre un arbusto.

Quim Morató, José Manuel Sesma, Piluca Álvarez, Nacho Cabellos, Pedro Do Rego, Ricardo Laorga y Cesar Lopezosa, posando bajo un chirimiri casi imperceptible que nos refrescaba la cara y a algunos también la calva.

Video grabado por Matilde con un grupo de biodiversos pajareros a la caza de rapaces en el cielo nublado de los alrededores de La Cristalera.

En éste se ve un águila calzada, Hieraaetus pennatus .

 La verdad es que a mí los bichitos y las aves no me atraen demasiado. Mi fuerte son las plantas y entre ellas los helechos, como este Asplenium trichomanes, que fue lo primero que encontré nada más dejar la maleta en mi habitación de La Cristalera y salir volando a ver naturaleza con mi inseparable cámara Canon PowerShot SX200.

Mi amiga Matilde y un servidor nos habíamos levantado a las 5h de la madrugada para coger el avión Palma-Madrid y estábamos muertos de sueño. Tras un largo trayecto en metro desde el aeropuerto llegamos por fin a nuestra primera meta, el Real Jardín Botánico de Madrid. Nos pasamos varias horas disfrutando como enanos de las miles de plantas del jardín, a cual más bonita e interesante. Al salir del botánico estábamos hambrientos. Un perfume embriagador a tapas calentitas nos atrajo como un imán hasta el interior de un céntrico bar cercano a la estación de Atocha. Al ver la oferta de tapas en el mostrador no dudamos ni un segundo y nos pedimos un delicioso bocata de calamares a la romana que nos zampamos en la terraza del bar rodeados de gorriones. Estuvo riquísimo.

  Para digerir los cefalópodos dimos un largo paseo por las calles de Madrid mirando escaparates. Matilde compró un sombrero muy chulo, que por desgracia luego perdió en La Cristalera. Lo encontró Teresa Ajenjo y Matilde, ya en el aeropuerto, le dijo por wassap que se lo quedase. 

A la hora convenida fuimos hacia la esquina donde habíamos quedado con Ricardo Laorga, que tuvo la amabilidad de recogernos y llevarnos en su coche hasta La Cristalera.

 Llegamos sobre las 16'30h a Miraflores de la Sierra. Ricardo quiso mostrarnos el pueblo, aparcó el coche y nos llevó a dar una vuelta a pie por sus calles tranquilas y silenciosas. En wikipedia dice que este pueblo serrano fue fundado en el siglo XIII por pobladores segovianos, que le dieron el nombre de Porquerizas de la Sierra. En 1627 la reina consorte Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, pasó por el pueblo y al ver la abundancia de flores sugirió que le cambiasen el nombre por uno más digno, Miraflores de la Sierra. 

Nos metimos de nuevo en el coche y al rato llegamos a La Cristalera. Todavía había bastante luz. Faltaba más de una hora para la recepción de bienvenida de todos los participantes en la asamblea y yo la aproveché para tener un primer contacto con la flora madrileña.

Este bellísimo Sedum hirsutum, fue una de las primeras plantas que vi entre las grietas de unas rocas graníticas cerca de La Cristalera. Ya lo conocía de los bosques del Parque Natural de Los Alcornocales de Cádiz, pero los ejemplares gaditanos, Sedum hirsutum subsp. baeticum, son mucho más grandes y vigorosos por ser hexaploides, mientras que los madrileños son diploides.

 Sus tallos rastreros tienen una gran facilidad para echar raíces, lo que les permite fijarse firmemente al suelo y al mismo tiempo obtener más agua y nutrientes para la planta.

Visto de cerca es una pasada de bonito, tiene un diseño en espiral  in crescendo que sigue la Secuencia matemática de Fibonaci. Es muy llamativa su característica pilosidad que le da el nombre de hirsutum.

 
 Algunos Narcissus triandrus acompañan al Sedum hirsutum y dan un poco de color y alegría a las oscuras rocas macureñas. 

 
Esta otra crassulácea, un bellísimo y vigoroso Sedum  brevifolium, me alegró la vista. Me gustan las plantas rupícolas, especialmente los sedum. A éste también lo conocía del Parque Natural de los Alcornocales de Cádiz.


Visto de cerca parece una planta mutante, estraña, casi extraterrestre.

Oruguitas a identificar grabadas por Matilde. Según P. Valdés podrían pertenecer a la familia Nymphalidae, géneros Inachis o Vanessa,

 
Nunca había visto tantas agallas como en este viaje-excursión-asamblea-testing. La de la imagen, Andricus quercustozae, es una de las más bonitas y llamativas. Se forma sobre las yemas de los robles, en este caso Quercus pyrenaica. Sorprende por su perfección y sus cuernos, como si quisiera simular una cabeza coronada. La crean las hormonas segregadas por la larva de un himenóptero de la familia Cynipidae.


En esta otra agalla de Andricus quercustozae se ve el agujerito por donde ha salido el insecto parásito tras la metamorfosis.


Estas agallas de Andricus pictus dan verdadero repelús, parecen un bicho de pesadilla, casi da miedo tocarlas, como si al hacerlo corriéramos peligro de que nos picase. Como en las agallas anteriores, también se forman sobre los robles por la parasitación de himenópteros de la familia Cynipidae.


Aquí se ven los agujeritos por donde han salido los insectos parásitos una vez alcanzada la edad adulta.


Pequeña agalla de Cynips quercus, que acostumbra a parasitar el envés de las hojas de los robles.


Otra agalla de Cynips quercus.


Este helecho de la familia de las Athyriaceae, Cystopteris dickieana, era un desconocido para mí. Me alegré mucho al encontrármelo cerca de un riachuelo que pasa junto a la carretera que lleva a La Cristalera.


Bajo los Quercus pyrenaica que forman un espeso bosque alrededor del centro de la UAM vi por primera vez en mi vida una alfombra de la pequeñísima y luminosa Vinca minor.


Sus florecillas y sus hojas son mucho más pequeñas que las de las demás vincas.


Este Asplenium adiantum-nigrum fue el tercero de los cinco helechos que logré encontrar en los alrededores acompañado por Cesar Lopezosa.

La lámina de las frondes alargada y estrecha, las pinnas escasamente caudadas o acuminadas, salvo la apical y los soros dispuestos en la parte central de las pinnas lo identifican como Asplenium adiantum-nigrum.

Estas florecillas intensamente azules, pertenecientes a la especie Viola odorata, iluminaban el sotobosque cerca del mismo riachuelo.


Me gustan los líquenes, me atraen como un imán, aunque no sabría decir porqué. Tal vez sea por mi fascinación por todo lo antediluviano, lo primitivo, lo ancestral. Al fin y al cabo los líquenes fueron los primeros seres vivos que se atrevieron a vivir fuera del agua, mucho antes que los musgos. Hace cientos de millones de años, en un período de sequía extrema, algunas algas unicelulares, para sobrevivir al nuevo reto climático, se asociaron con un hongo acuático, que también bregaba desesperado por sobrevivir en ausencia de agua, entremezclándose íntimamente las células algales en la maraña de los filamentos del micelio fúngico, logrando sobrevivir asociados de esta ingeniosa manera en contacto con el aire reseco y bajo los mortíferos rayos del sol. Nació así un nuevo ser mitad alga, mitad hongo, un campeón de la supervivencia que los científicos denominaron líquen. No en balde son precisamente los líquenes los primeros colonizadores de las nuevas tierras emergidas de las entrañas de la Tierra tras una erupción volcánica.  El de la imagen que fotografié muy cerca de La Cristalera, justo a la vera de la carretera, pertenece a la especie Parmotrema perlatum.


Su envés tiene un color negruzco y está cubierto de rizinas que le permiten fijarse firmemente a las rocas de las que se nutre. Los líquenes son muy longevos. En climas extremos, como por ejemplo en las gélidas rocas árticas o en las resecas y torrefactas rocas de los desiertos, algunas especies de líquenes sólo consiguen crecer un escaso medio milímetro al año. Al alimentarse de las mismas rocas, con el paso de los siglos van creando suelo nuevo, que al depositarse en las grietas de las rocas sirve de sustrato a los musgos que les siguen en la colonización de las tierras vírgenes vomitadas por los volcanes.

Al día siguiente, sábado 16 de abril, por la mañana nos reunimos todos en la sala de actos de La Cristalera donde José Manuel Sesma, el Presi, nos dio la bienvenida. José Pascual nos recordó el acta de la asamblea de Puertollano del año anterior, cuyo texto ya nos había mandado y que dimos por aprobada. Más tarde nos habló de los testings. 

Rosa Angulo, nuestra querida tesorera, nos informó del balance y presupuesto de la asociación BV. Ricardo Laorga nos puso al día sobre las láminas temáticas, tan interesantes, divulgativas y clarificadoras. Jordi Clavell nos explicó la organización cada vez más compleja de la web Biodiversidad Virtual. Y finalmente Nacho Cabellos nos habló sobre el estado y evolución del proyecto Taxofoto.

 
Nacho Cabellos, Ricardo Laorga, José Pascual, José Ramón Correas y José Manuel Sesma.

Tras una pausa, Teresa Ajenjo nos ofreció un resumen de OCB (Observatorios Ciudadanos de la Biodiversidad) y también nos explicó ilusionada cómo se estaba desarrollando el concurso BV Racing. A continuación Sesma? Nacho? nos habló en detalle del proceso que se sigue a la hora de la publicación de los artículos científicos (BVPC). En su elaboración participan con verdadera entrega tanto los autores como los correctores y expertos de cada una de las galerías. 


Rosa Angulo, Antonio Ordoñez, Adrià Miralles y Jesús Dorda.

La  intervención de Antonio Ordóñez, bajo el título "Usar o querer", fue como ya nos viene teniendo acostumbrados, memorable. Removió con cariño conciencias y diseccionó con espíritu entomológico todas y cada una de las especies que formamos parte del hábitat de BV.


Conocedores de mi afición por los helechos, algunos biodiversos quisieron mostrarme estos magníficos ejemplares de Asplenium trichomanes que crecen todos juntos bajo la escalera que lleva a la sala de actos.

Tras tomar unas cervecitas en el bar de La cristalera y el posterior almuerzo en el amplio comedor, donde platicamos amigablemente con viejos y nuevos amigos, volvimos a la sala de actos. Había llegado la hora de las presentaciones científicas.


La primera presentación corrió a cargo de José Ramón Correas, que nos habló sobre la identificación de los Ortópteros. Le pido disculpas por no poner una foto suya. Todas me salieron borrosas y desenfocadas, salvo la de la imagen.


A continuación le tocó el turno a Diego Gil Tapetado, que nos habló de nomenclatura zoológica y sobretodo de agallas, que son su pasión. Me impresionó por sus exhaustivos conocimientos sobre el tema, dada su juventud. Se lo dije al salir de la sala de actos: "Tu vas a llegar muy lejos, tienes un futuro brillante como científico y como comunicador." 


En un receso en la sala de actos. Al fondo a la izquierda Matilde Martínez, en primer plano Diego Gil Tapetado y tras él Fidel Pascual con barba y Florentino Tuya.


Le tocó luego el turno a Marta Goula, profesora titular de la Unidad de Artrópodos de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona. Nos habló sobre un tema muy curioso e interesante: el cuidado maternal en chinches.

Sin salir al estrado, Piluca Álvarez nos contó emocionada su descubrimiento de una nueva especie de mosca, más bien mosquita dadas sus diminutas dimensiones. Para el estudio científico de su anatomía y sus medidas exactas tuvo que matar un ejemplar, lo cual le supuso un trauma emocional que la hizo llorar. Se había encariñado con su mosquita del Guadarrama. Fue el precio que tuvo que pagar para dar seriedad y fiabilidad al descubrimiento. En este enlace podéis leer la noticia:
Paraphamartania guadarramensis


De la mano de Diego Gil Tapetado nos llegó una presentación-sorpresa a cargo del prestigioso profesor universitario de Colombia, Alfonso Villalobos Moreno, que se encuentra en España becado por una empresa de su país para ampliar sus conocimientos en la Universidad Autónoma de Madrid. Nos habló de los insectos de páramo de la localidad colombiana de Santander, de su descubrimiento de una nueva especie de mariposa y de otras muchas cosas interesantes de su país con su gran capacidad docente y su simpatía.

En este video podéis ver la noticia del descubrimiento de la mariposa colombiana.

El día siguiente, domingo 17 de abril, tocaba "excursión-testing". Tras el desayuno nos repartimos en una docena de coches y Antonio Ordoñez nos llevó al Puerto de la Morcuera situado a 1796 msnm.

 
Bellísima estampa del mirador del Puerto de la Morcuera con un mar de nubes al fondo.


Letrero informativo del Puerto de la Morcuera.


Un grupo de biodiversos en el mirador del Puerto de la Morcuera. De izquierda a derecha: Diego Gil Tapetado tomando una foto de postal, José Manuel Sesma siempre con su buen humor y su buen rollo de buena gente, Cesar Lopezosa escuchándole y seguramente riendo con sus ocurrencias y una risueña Matilde Martínez grabando uno de sus excelentes videos. 

Como éste del mirador.


Esta montaña nevada bajo un cielo intensamente azul resultaba impactante por su belleza.

Video de Matilde con los biodiversos caminando hacia un bosque de Pinus sylvestris en dirección a Rascafría.


Muy chulo este letrero en el inicio del término municipal de Rascafría.


Tupido bosque de repoblación de pino albar, pino rojo o pino serrano, Pinus sylvestris.


Interior del pinar con un sotobosque de pequeñas plantas silvestres muy interesante.


La corteza rojiza del pino rojo o bermejo hace honor a su nombre.


Paseando entre los pinos me llamaron la atención estas concreciones de resina que me recordaron a una agalla. Diego estaba por allí cerca y le llamé para preguntárselo. No lo dudó ni un segundo. Se trata de agallas de Retinia resinella, provocadas por las orugas de mariposas nocturnas de la familia Tortricidae.


Otra agalla de Retinia resinella en la base de una piña.


Alfombra de Narcissus bulbocodium a pleno sol, cuyas florecillas de un luminoso amarillo-oro nos alegraron la mañana. Muchos de los biodiversos nos echamos en el suelo para sacarles fotos bonitas. Las mías me salieron regularcillas.

Video de Matilde con los narcisos como protagonistas.


Algunos ejemplares floridos de Narcissus bulbocodium.

Otro video de Matilde donde se ve a la troupe paseando entre Narcissus bulbocodium con la bellísima montaña nevada al fondo.


Otras florecillas también estaban en su apogeo, como las de los numerosos Crocus carpetanus que vestían de color los claros entre pinos.


¡Qué bonita!, ¿verdad?


A diferencia de los Sedum brevifolium de los alrededores de La Cristalera, que tienen un color verde blanquecino y sus tallos son erectos, los que viven en lo alto del Puerto de la Morcuera crecen pegados a las rocas, sin atreverse a levantar los tallos y sintetizan una gran cantidad de antocianos rojos y granates para protegerse del frío intenso de la cumbre donde habitan.

Unos pocos minutos antes de fotografiar el sedum rojo del Puerto de la Corcuera le dije a Rosa Angulo que me iba hasta unas rocas del otro lado de la carretera, unos 50-70 metros más allá, para ver si conseguía encontrar algún helecho entre sus grietas. Tras inspeccionar concienzudamente todos los recovecos de las rocas y tomar unas fotos a los sedum, dirigí la mirada hacia donde estaban aparcados "nuestros" coches y vi con sorpresa y estupefacción como se alejaban en fila, dejándome ahí abandonado y más solo que la una. "¡¡¡Ehhh, no me dejéis!!! -grité levantando las manos y corriendo hacia los coches, pero nadie me vio ni me escuchó. Ufff, qué angustia, con lo miedica que soy yo. ¿Y si no se acuerdan de mí hasta dentro de unas horas? ¿Y si aquí arriba no hay cobertura y no puedo llamarles ni mandarles un wassap? Un sudor frío humedeció todos los poros de mi cuerpo y el corazón se me aceleró al galope.

SOS, escribí al wassap del grupo de la Asamblea Miraflores a las 11'22h, esperando ansioso que salieran las dos rayitas de enviado y entregado. Un minuto después me contestó Jesús Dorda: 

-¿Qué te pasa, Joan? 
-Me habéis dejado. - le contesté yo. 
-Te he llamado. ¿Dónde? - me preguntó Teresa Ajenjo.
-Voy andando hacia allí. - contesté yo, creyendo que me estaban esperando en el mirador.
-Va Jesús a buscarte. - me tranquilizó Teresa.
-OK. - contesté aliviado.
-¡Rescatado! -informó a todos Jesús Dorda unos minutos después. 

Me habían venido a buscar él y otro amigo en el coche de éste último. ¡¡¡MUCHAS GRACIAS A AMBOS!!!

Mientras caminaba hacia el mirador, esperando el rescate, me había llamado Matilde y me había tranquilizado. Ella me conoce bien. Sabe que me angustio con mucha facilidad. Siempre pienso en lo peor.


La siguiente etapa de la excursión-testing fue un espeso bosque de Quercus pyrenaica y Populus nigra en pleno Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.


Allí encontré el cuarto helecho madrileño, una vigorosa Cystopteris fragilis, creciendo en la grieta de unas rocas.


Cerca del helecho anterior había este estraño liquen de la especie Nephroma resupinatum.

 
Apotecios anaranjados del liquen Nephroma resupinatum, que son el sistema reproductor de su mitad fúngica. La otra mitad, la algal, se reproduce por división celular simple.


Arañita diminuta de sólo unos pocos milímetros que fotografió Matilde con mi cámara. La subí a mi galería del Insectarium Virtual para su identificación. Según P. Valdés podría pertenecer al género Pardosa.


Este Sedum forsterianum de hábito pendular se me antojó muy bonito.


Otro Sedum forsterianum en el Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.


Esta mariquita milimétrica ya tiene nombre. La identificó Jose Manuel Sesma como Coccinella septempunctata.


Una agalla-alcachofa, Andricus foecundatrix, formada sobre una yema de Quercus pyrenaica. Al igual que las demás agallas del género Andricus, ésta también está causada por un himenóptero de la familia Cynipidae.

 
Otra agalla de Andricus foecundatrix. Resulta increible de qué manera las hormonas segregadas por la larva del parásito consiguen deformar tan drásticamente la estructura de lo que iban a ser hojas hasta convertirlas en filamentos plumosos. Supongo que la finalidad de esta plumosidad es permitir al parásito soportar el frío invernal, como si de un abrigo se tratase.


Tres agallas de Andricus hispanicus. Éstas son absolutamente redondas. Parecen pelotitas de tenis marrones. Como se ve en la imagen también se forman sobre los robles.


Otras dos agallas de Andricus hispanicus.


Otra arañita diminuta que fotografió Matilde con mi cámara. Espero que el experto en arácnidos del Insectarium Virtual nos sepa dar su nombre.


Esta Bellis sylvestris con su gran inflorescencia y sus numerosos pétalos blancos crecía solitaria a la semisombra de los robles melojos.


Detalle de su inflorescencia.


Matilde fotografió este escarabajito de sólo un par de milímetros con mi cámara. El experto lo puede encontrar en mi galería de insectos para su identificación.


Aquí y allá se podían ver pequeñas alfombras de Lamium purpureum.


Hojas y flores de Lamium purpureum con una hormiga a identificar.

Video grabado por Matilde con varias abejas libando el néctar de una flor. Espero que el experto en estos insectos nos sepa dar su nombre.

Otro video con las mismas abejitas. 

Otro insecto a determinar libando el néctar de la misma flor.


Este niño se paseaba orgulloso con su mascota, un hermoso busardo mixto o aguililla de Harris domesticada, Parabuteo unicinctus.


Volaba de su brazo a las ramas de los melojos, sobrevolando nuestras cabezas hasta casi rozarnos el cabello y haciéndonos reír a carcajadas. Luego se posaba en el suelo y nos permitía acercarnos para tomarle fotos.


¡Qué bonita!, ¿verdad? Parecía un ejemplar relativamente joven.


Agallas en el tronco de un Quercus pyrenaica provocadas por la proteobacteria parásita Agrobacterium tumefaciens. La infección empieza cuando una bacteria arrastrada por el viento logra caer sobre una pequeña herida en la corteza de una planta sensible. Entonces se introduce en el espacio intercelular de las células de la víctima y empieza a reproducirse. 

En el interior de su citoplasma la bacteria parásita contiene un fragmento libre de ADN, un plásmido, que se ubica fuera del núcleo. Cuando la pared celular de un Agrobacterium entra en contacto con la pared celular de la planta, le transfiere el ADN del plásmido, éste se integra en el núcleo de la víctima y, aprovechándose de sus mitocondrias, las obliga a sintetizar sustancias hormonales que modifican el crecimiento de los tejidos de la planta, hasta formar estas enormes tumoraciones que son el hábitat ideal del parásito. Allí dentro el Agrobacterium tumefaciens se alimenta y reproduce y por las grietas del tumor emite bacterias-hijas exploradoras que son arrastradas por el viento en busca de una herida de una nueva víctima. 

La infección también puede propagarse por la picadura de un insecto xilófago, que lleva pegados en su probóscide Agrobacteriums procedentes de otra planta enferma, es atraído irresistiblemente por el aroma que emiten las heridas de sus plantas favoritas, especialmente fenoles, y al picar en la herida transfiere la infección. Parece una película de terror, pero así funciona la naturaleza. 


Si nos remontamos al principio de los principios, resulta que el Agrobacterium tumefaciens, cuyos parientes cercanos son beneficiosas bacterias fijadoras de nitrógeno atmosférico en las raíces de las plantas con las que viven en simbiosis junto a las micorrizas, sufrió la infección de un virus hace millones de años, el cual, en lugar de matar al huesped, se quedó viviendo en su interior en forma de plásmido y lo utilizó como vector para su propia propagación. 

Así, cuando el Agrobacterium transfiere el plásmido al interior de las células de la víctima, hace exactamente lo que le ordena su "amo", cuyo ADN dirige su vida y sus acciones en beneficio propio. Para resumir, tanto el Agrobacterium como el roble son víctimas de un virus antediluviano que se adaptó a vivir dentro de la bacteria como plásmido para sobrevivir parasitándolos a ambos.

Esta capacidad de transferencia de material genético que tienen los plásmidos que parasitan los Agrobacteriums ha sido utilizada exitosamente por los científicos para transferir genes a las plantas y hacerlas así resistentes a las plagas, a los pesticidas, incluso para obligarlas a sintetizar sustancias beneficiosas para el hombre, transfiriéndoles por ejemplo el gen o genes que codifican la síntesis de grasas "buenas" en sus frutos. 

Los plásmidos también se empiezan a utilizar en la novedosa y esperanzadora ingeniería genética humana para curar enfermedades hereditarias, pegando el gen sano a un plásmido e introduciéndolo en el torrente sanguíneo para que, tras su reproducción masiva como si de una infección vírica se tratase, se integre en el núcleo de las células enfermas y éstas empiecen a sinterizar proteínas sanas, curando así enfermedades terribles que matan o destrozan la vida a tanta gente, especialmente niños con enfermedades metabólicas y en un próximo futuro también enfermedades degenerativas. Ojalá funcione y los niños con los huesos de cristal puedan llevar una vida normal, los niños con Distrofia muscular de Duchenne puedan sintetizar distrofina sana y no acaben muriendo en plena adolescencia, .... ¡Ojalá!


Y aquí tenéis al quinto y último helecho que logré encontrar en los bosques de Madrid, un aparentemente inofensivo Pteridium aquilinum, que esconde en sus jugos peligrosos venenos cancerígenos. Para más información---> Mata a los maoríes de Nueva Zelanda.


Detalle de la nueva fronde de Peridium aquilinum que ha brotado con el aumento de las temperaturas primaverales tras la hibernación del rizoma bajo la hojarasca del bosque.


Numerosas agallas  de Rhopalomyia setubalensis parasitando una Santolina rosmarinifolia. Sorprende que la víctima logre sobrevivir a la cruel infestación.


Otras agallas  de Rhopalomyia setubalensis sobre Santolina rosmarinifolia.


Una y otra vez se repite el mismo patrón: las plantas que brotan muy pronto en primavera y las que viven en las cumbres suelen protegerse del frío sintetizando antocianos rojos, granates y/o morados y concentrándolos en los brotes nuevos para evitar que sufran quemaduras por alguna helada tardía. En la imagen podemos ver un ejemplo muy claro: los brotes primaverales de un Quercus pyrenaica.


¡Qué bonitos!, ¿verdad? No sólo se tiñen de rojo sino que además se cubren con un suave y cálido abrigo de pelos. La naturaleza lo tiene todo previsto.


Altísimos y esbeltos chopos lombardos de porte piramidal, Populus nigra var. italica, iniciando la floración primaveral, previa a la brotación de las hojas.  Esta variedad de chopo o álamo negro, profusamente cultivado por su belleza y su rusticidad tanto en calles y jardines como en repoblaciones forestales, se supone originario de la región italiana de Lombardía, fruto de la selección de un clon masculino mutante, que se ha ido reproduciendo desde entonces de forma vegetativa, dada la facilidad de sus esquejes para echar raíces. Los chopos lombardos sembrados en todo el mundo serían pues todos masculinos e idénticos genéticamente, es decir, clones del mutante original. Los nuevos chopos que crecen en los bosques y riberas alrededor de los viejos ejemplares no proceden pues de semillas germinadas, sino de rebrotes de raíz o de ramas caídas por la acción del viento que en contacto con el suelo echan raíces.


Copa de un chopo negro lombardo con sus ramas fastigiadas recortándose contra el cielo nublado del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.


Bellísimas inflorescencias masculinas con su intenso color rojo sangre por su riqueza en antocianos que les protegen de las heladas primaverales.


Acabábamos de comer, había llegado la hora de despedirnos. Las hermanas Álvarez y Adrià quisieron hacerse una foto conmigo como recuerdo de la Asamblea. Nos la hizo Matilde. De derecha a izquierda, Adrià Miralles, Marián Álvarez, Piluca Álvarez y un servidor.

Tanto Matilde como yo no queremos acabar este largo relato sin mencionar y dar las gracias a Teresa Ajenjo, que organizó magnificamente el encuentro sin que tuviéramos el menor problema y a Ricardo Laorga, que nos llevó en su coche desde Atocha hasta La Cristalera y al finalizar la asamblea tuvo la amabilidad de llevarnos directamente al aeropuerto, ahorrándonos una larga hora de metro.

 Video de la foto de los biodiversos participantes en la asamblea de Miraflores de la Sierra grabado por Matilde.

 ¡¡¡Muchas gracias a todos!!!