sábado, 1 de diciembre de 2018

Las especies alóctonas, mutantes, híbridas, es decir, las más adaptables, ¿son el futuro?

 ¿Las autóctonas y especialmente las endémicas están condenadas a la extinción?

Sé que este tema crea mucha polémica. Es una herejía para el ecologismo más ortodoxo, pero és una verdad real y tangible, no solamente ahora con la globalización de la flora y la fauna a nivel mundial causada por el hombre (invasoras, introducidas, asilvestradas, aclimatadas, transgénicas, hibridadas, alóctonas de jardín, frutales, forestales, hortalizas, etc...), sino que en realidad, aunque de una forma mucho más lenta (miles de años, millones de años...), ha sido una constante de la evolución de los seres vivos que habitan en cada uno de los rincones de nuestro planeta.

 Tupido bosque de gigantescos ejemplares de Cryptomeria japonica, perfectamente adaptadas, asilvestradas y naturalizadas en las Islas Azores. Fueron introducidas por los portugueses como árbol maderero, sustituyendo el ancestral bosque de Laurisilva macaronésica, que fue arrasado. Este bellísimo árbol japonés se sintió tan a gusto en su nuevo hogar, que en pocas décadas se asilvestró y cubrió de un nuevo verdor las montañas volcánicas azorianas.

Sotobosque de las cryptomerias azorianas con una gruesa capa de hojarasca  rica en resinas, tóxicas para las plantas autóctonas de estas paradisíacas islas atlánticas, salvo para los helechos azorianos, que viven encantados y crecen bien lozanos sobre este mantillo en descomposición extremadamente ácido.

La diferencia actual es la velocidad con que se produce la transformación de la naturaleza. El hombre, visto desde el punto de vista extríctamente animal, es una de las plagas mas destrutivas que ha existido jamás. No sólo es una plaga en si mismo, sino que con su actividad invasora-explotadora de la naturaleza provoca que otros seres vivos se transformen a su vez en plagas. Y al mismo tiempo que unas especies son transformadas en plagas, otras más débiles o demasiado adaptadas a unas condiciones muy concretas ven acelerada su extinción.

 Bellísimo y vigoroso ejemplar del mítico helecho antediluviano Asplenium anceps, fotografiado en la cima del Monte Poíso de la Isla de Madeira, que sobrevive a duras penas bajo las copas de los tupidos bosques monoespecíficos de pinos alóctonos, introducidos como árboles madereros en la pequeña isla portuguesa.

Todos sabemos que en la naturaleza lo normal es la extinción y lo excepcional es la supervivencia. Basta con preguntar a los paleontólogos. Ellos más que nadie, con el estudio de los fósiles, nos pueden explicar este axioma. La historia de la vida es una sucesión constante de extinciones. Cada extinción, sin embargo, siempre deja unos pocos seres vivos que perpetúan la vida en la Tierra. Son los más fuertes, los más adaptables, los más agresivos, los mutantes, los híbridos. Tenemos el ejemplo de las aves que, según los paleornitólogos y genetistas, son las descendientes actuales miniaturizadas de los dinosaurios. Las mutaciones que calentaron su sangre y transformaron las duras escamas de su piel reptiliana, deshilachándolas en forma de suaves y cálidas plumas, les permitieron sobrevivir a los períodos fríos que siguieron a la extinción de los grandes dinosaurios. 

 Joven ejemplar de Ginkgo biloba con su bellísimas hojas otoñales, viviendo feliz en la isla de Mallorca, muy lejos de su Japón ancestral.

En el mundo vegetal tenemos verdaderos fósiles vivientes como el Ginkgo biloba, que lleva millones de años sobre la Tierra sin cambiar prácticamente en nada. Es tan fuerte, tan adaptable, tiene una combinación genética tan perfecta, un ADN tan estable y resistente a los efectos mutágenos de la radiactividad, que ni las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki lo pudieron matar, ni siquiera alterar mínimamente su genoma. Muy cerca del epicentro donde cayeron las bombas, donde todos los seres vivos habían muerto fulminados por la radiación y/o quemados por las altas temperaturas, había unos ginkgos centenarios que aparentemente también habían muerto. La gran sorpresa fue que en la primavera siguiente, bajo la corteza chamuscada de su tronco y ramas principales, se formaron nuevas yemas meristemáticas a partir del cambium subcortical y brotaron de nuevo como si nada o casi nada hubiera pasado. ¿A cuántas extinciones masivas habrán conseguido sobrevivir a lo largo de millones de años? 

 Las hojas del ginkgo són únicas, extrañas, bellísimas. Con su forma en abanico Pay-pay recuerdan a las frondes de los helechos de la familia de las Adiantaceae. ¿Son sus descendientes evolutivos?

Sorprende el extraordinario parecido de las hojas de los ginkgos con las pinnas abanicadas del helecho Adiantum capillus-veneris.

¿La flora y la fauna actuales de las Islas Baleares, por ejemplo, son las mismas de hace 5.000 años? Es evidente que no. Ya no existe el mítico antilope enano Myotragus balearicus ni los lirones gigantes Hypnomys morphaeus e Hypnomys mahonensis ni las musarañas baleares Nesiotites hidalgo. 

Impresionante esqueleto completo de Myotragus balearicus, expuesto en el fantástico Museu Balear de Ciències Naturals de Sóller (Mallorca).

 Con sus dos incisivos inferiores de rata y sus potentes mandíbulas ramoneó durante milenios en completa paz las correosas hierbas y arbustos, que vestían de verde las entonces paradisíacas islas de Mallorca y Menorca. Unas pocas décadas bastaron para acabar, hace unos 3.000 ó 4.000 años,  con todos los ejemplares de este extraordinario antílope enano, a manos de los nuevos invasores humanos, mis talayóticos antepasados alóctonos.

Los pocos tejos que sobreviven en la actualidad en las cimas más inaccesibles de la Serra de Tramuntana son un triste espectro de las extensas y bellísimas tejedas, que un día cubrieron nuestras montañas mallorquinas de un maravilloso manto verde. 

 El dulce arilo rojo de los frutos de los tejos hembra sirvieron de alimento a las pequeñas y abundantes aves frugívoras, que entonces llenaban de alegría con sus bellísimos gorjeos aquellos parajes de ensueño que bullían de vida.

Las ginetas y las comadrejas, consideradas como bien nuestras y bien integradas en nuestro ecosistema natural, en realidad fueron introducidas, después asilvestradas y finalmente naturalizadas. Hace 5.000 años en las Islas Baleares tampoco había algarrobos, higueras, almendros ni albaricoqueros, y en la actualidad a nadie se le ocurriría erradicarlos de nuestras tierras de secano por ser alóctonos. Forman parte inseparable del alma de las islas y de todo el Mediterráneo.

 Algarrobo centenario en un campo de secano del centro de la Isla de Mallorca. Lo sembró mi tatarabuelo hacia el año 1850. El algarrobo, Ceratonia siliqua, es originario de Oriente próximo. Es, pues, una especie alóctona que ha sido introducida con éxito en todas las regiones de clima mediterráneo de la Tierra.

Otro algarrobo centenario dando sombra a un tramo de este camino rural del municipio portugués de Moncarapacho, situado en el Algarve.

Imponente tronco del algarrobo algarvense anterior de un metro de diámetro.

 Terreno aterrazado con una cuidada plantación de almendros en la ladera de una montaña del municipio alicantino de Tárbena. El almendro es un frutal alóctono, originario del Asia Central.

En Mallorca los campos de almendros floridos, que con sus flores intensamente blancas parecen cubiertos de nieve, forman parte de las postales más bonitas y entrañables de la isla. ¿Quien se atrevería a negarles la existencia por ser alóctonos? Los mallorquines consideramos los almendros tan nuestros, que a Mallorca sin ellos parecería faltarle el alma.

Y qué decir de las higueras, tan mediterráneas, tan nuestras, tan entrañables y queridas. Gracias a sus deliciosos y nutritivos frutos pudieron sobrevivir a las terribles y mortíferas sequías, que asolan de tanto en cuanto las islas, desde nuestros antepasados fenicios que hace varios milenios trajeron en sus barcos mercantes las primeras higueras, pasando por nuestros otros antepasados andalusíes, que adoraban a las higueras y expandieron sus cultivo por todo el Mediterráneo, hasta los nuevos repobladores catalano-aragoneses, que hace 800 años mezclaron su sangre con los andalusíes isleños supervivientes del genocidio y continuaron con la adoración de la higuera como un árbol totémico que da identidad e idiosincrasia a las islas. 

Pulpa dulce y jugosa de los higos de la imagen anterior. Pertenecen a la variedad bereber norteafricana "Argelina", muy cultivada desde la antigüedad en todo el Magreb, las Islas Baleares y las Canarias. Hace veinticinco años me traje un par de ramitas del Pico del Teide, que enraizaron enseguida, y ahora tengo varias higueras de esta antiquísima variedad africana. 

Y el albaricoque, otro tesoro delicioso, tan nuestro que hasta tiene unas cuantas variedades baleares, seleccionadas por los tenaces, sufridos y avispados payeses isleños. Como la mayoría de frutales cultivados es alóctono. Lo dice su nombre científico, Prunus armeniaca, es decir, ciruelo de Armenia.

 Y no nos olvidemos de nosotros mismos, los humanos. Hace 590.000 años en Eurasia no había ningún animal del género Homo. Entonces salieron de África los primeros humanos erguidos, que posteriormente evolucionaron hacia la especie Homo neanderthalensis y poblaron toda Europa y Asia, mientras en África continuaban evolucionando otras especies Homo con no pocas extinciones, es decir, ensayos de supervivencia a través de continuas mutaciones adaptativas, unas exitosas y otras nefastas. Varios cientos de miles de años después hubo una nueva salida de humanos africanos hacia Eurasia, esta vez del evolucionado Homo sapiens, de piel, cabellos y ojos oscuros, adaptado a la intensa insolación y al clima tropical del continente africano. En su expansión, en primer lugar hacia Oriente próximo y posteriormente hacia Europa y el resto de Asia, se encontraron con ejemplares de Homo neanderthalensis y se hibridaron con ellos. Los genes de los neandertales, con su piel blanca, sus ojos verdes, azules o grises y su cabello rubio o pelirrojo, adaptados a la escasa insolación y al gélido clima de Eurasia, quedaron integrados en el nuevo genoma híbrido de los descendientes de aquella coyunda interespecífica y les permitieron soportar las espantosas y con frecuencia letales glaciaciones, que se fueron sucediendo a lo largo de los siguientes milenios. Nosotros, pues, los actuales humanos europeos y asiáticos, junto con los indios americanos, a excepción de los africanos del centro y sur del continente negro que no se hibridaron, llevamos genes neandertales en nuestro genoma. No somos, por tanto, Homo sapiens puros, como sí lo siguen siendo los africanos, sino híbridos, mestizos, mulatos interpecíficos, una mezcolanza genética extraordinaria, que nos ha permitido poblar hasta el último rincón de la Tierra y adaptarnos a todos los climas. Somos, pues, una hibridación exitosa, tanto que en sólo un milenio nos hemos convertido en una plaga infernal para las demás especies y corremos el peligro de autodestruirnos en nuestro irrefrenable afan por progresar sin límites, consumiendo los escasos y limitados recursos del planeta Tierra, el único hogar que tenemos.

Entonces me vuelvo a hacer la misma pregunta inicial: ¿La naturaleza es estática o dinámica? ¿És correcto demonizar todo lo que no sea extríctamente autóctono? Ninguno de nosotros, a excepción de los africanos que continuan habitando en su continente ancestral, lo somos, aunque nos cueste aceptarlo o reconocerlo, dado nuestro orgullo y prepotencia de especie dominante. Sí, efectivamente, somos una especie alóctona, invasora, extranjera, inmigrante, abocada a la extinción por nuestra codicia e insensatez. 

Y hablando de extinciones, ¿no es cierto que muchas especies, consideradas actualmente como alóctonas, hace miles o millones de años formaban parte de nuestra flora y fauna autóctonas? 

 Bellísimo ejemplar del gigantesco helecho Woodwardia radicans, creciendo en un claro de un bosque en las afueras de la ciudad de Funchal de la Isla de Madeira.

Un ejemplo son los bosques relictos de laurisilva subtropical, que perviven a duras penas en el sur de la Península Ibérica y en la costa cantábrica, con los bellísimos helechos, algunos gigantescos, Woodwardia radicans, Diplazium caudatum y Osmunda regalis, el helecho cosmopolita tropical Christella dentata, que fue salvado de la extinción en Andalucía cultivando las esporas que quedaban en la tierra donde antes había vivido y luego fue reintroducido en su antiguo hábitat, los helechos macaronésicos Davallia canariensis y Asplenium hemionitis, etc..


Christella dentata rodeada de Tradescantia fluminensis, creciendo juntas en las laderas del Monte Carneiro de la Isla de Faial del Archipiélago de las Azores. Ambas especies, tanto el helecho como la planta rastrera, son alóctonas invasoras, introducidas con inusitado éxito por el hombre en las islas azorianas.

Todos esos helechos, hace miles de años, cuando Europa gozaba de un clima subtropical, poblaban las vastas tierras, entonces vírgenes, del sur de Europa, la Cuenca Mediterránea y el Norte de Africa. Ahora, si alguien los introdujese en los hábitats que antes fueron bien suyos, el acto sería considerado imperdonable, una blasfemia ecológica, un grave delito perseguido y duramente castigado por la ley.

¿Qué derecho tenemos los humanos, al fin y al cabo una especie animal más, a decidir lo que debe sobrevivir y lo que debe ser eliminado, cuando los máximos responsables (culpables) de la introducción de especies exóticas invasoras somos precisamente nosotros mismos? 

¿Servirán realmente los esfuerzos de los naturalistas, que tanto amamos la vida silvestre, para evitar la extinción de nuestros más preciados y escasos endemismos? ¿Es su destino inexorable la extinción?
 
Diminuta Naufraga balearica, una plantita endémica de Mallorca que corre un gravísimo peligro de extinción.

 Otro endémica diminuta, la tirrénica Arenaria balearica, tan menuda como bonita.

Es tan pequeñita y frágil que mueve a la ternura. En su indefensión, con su inmaculada florecita blanca que se abre sobre un tallito de no más de dos centímetros, parece mirarnos temblorosa, como si para ella fuéramos despiadados gigantes sin corazón: "¡Déjeme vivir, señor ogro. Se lo suplico, no me pisotee, no destruya mi hogar. Yo soy muy buena y no le hago daño a nadie. Soy una hierbita tan vulnerable y ocupo tan poco espacio...!" —nos ruega, como pidiéndonos clemencia, con su inaudible y dulce vocecita llena de inocencia.

¿Qué opinais sobre todo eso?

14 comentarios:

  1. Magnífico artículo.Es un tema, que da para innumerables e interminables debates.Yo, personalmente no soy de los radicales antialóctonos, pues hay infinidad de casos en los que los seres alóctonos no han desplazado a los autóctonos ( por ejemplo, la Gineta ) .El problema surge cuando esos seres alóctonos se comportan de forma "agresiva ",en su nuevo entorno, provocando la extinción de las especies autóctonas ( caso del cangrejo americano ) o provocan serios problemas naturales ( caso del camalote en el Guadiana ).
    Soy de la opinión de que la inmensa mayoría de los seres vivos, bien por medios naturales y casuales , o bien, de forma intencionada por el hombre, en la historia o evolución de nuestro planeta hemos sido, somos y seremos alóctonos, para bien y para mal.
    Saludos cordiales

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  2. Juan, tu artículo de hoy es, además de instructivo y excelente, apasionante y que nos hace reflexionar más allá de la flora, ya que incluyes ese mestizaje humano que solemos olvidar.
    Yo creo que las especies evolucionan, por tanto considero casi inevitable la hibridación y que las aloctonas acaben imponiéndose sencillamente por la selección natural.
    Un abrazo enorme!

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    1. Efectivamente, Montse. Tú lo has dicho: la clave es la selección natural.
      Un fuerte abrazo.

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  3. otro exelente documental de Bibiloni Geografic, saludos desde Lima -Peru

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  4. Como siempre, una entrada muy interesante.

    Saludos

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  5. Juan, yo creo que la clave está en no perder lo que aún tenemos. Evidentemente, si sólo nos dedicamos a destrozar la naturaleza sin control, todas esas especies frágiles desaparecerán. Pero también somos capaces de proteger la naturaleza mediante leyes y educación. Sería como ver arder el museo del Prado y no hacer nada para salvarlo.

    Un abrazo

    José Angel

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  6. El hombre es un simio con problemas de ego, en general simplifica las cosas demasiado y mal, hablamos como si hubieses un reino animal, un reino vegetal, uno protisto y el humano, como si el humano fuera otro totalmente distinto al animal, y usamos la palabra "animal" como algo despectivo, algo alejado, algo que no somos y sin relación alguna, pues somos solo un experimento más de la naturaleza y como bien dices, en la naturaleza lo normal es la extinción no la supervivencia, ojalá entendamos que para lo bueno y malo solo somos unos más en este planeta, y actuemos como unos guardianes creados por y para la tierra y no como un cáncer que muere al consumir su anfitrión. muy bien artículo, un placer leerte como siempre!!!

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  7. Juan . Leerte es un puro gozar, un aprender, un disfrute. De pronto haces que una tome conciencia de cuanta riqueza tenemos a mano. Es decir consciencia de ser consciente, consciencia de reparar en lo visto y mirado. Una nunca da por sabido. Me giusta aprender. Moltissimes gràcies Juan. Una abraçada.

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