La naturaleza es obstinada, tiene muchos recursos y es sorprendentemente sabia. Las especies, para no extinguirse, mutan, se hibridan, se adaptan a nuestras agresiones, hibernan, estivan, las mejores y las más fuertes sobreviven. No todo está perdido.
Pistacho, Pimentero
del Brasil, Mango, Anacardo, Lentisco, Falso pimentero, Ciruelo del Kaffir, Cornicabra, Zumaque americano, Árbol de las pelucas...
Las
Anacardiáceas son una de las familias de plantas más extendidas en todo el mundo. A
excepción de los casquetes polares y anillos prepolares, ocupan todos los nichos ecológicos posibles, desde las regiones tropicales y subtropicales, hasta las mediterráneas, templadas y predesérticas.
El pistacho,Pistacia vera, produce uno de los frutos secos más apreciados a nivel mundial. Los pistachos se pueden consumir simplemente asados como si fueran almendras, cacahuetes o avellanas o bien en forma de helados, pasteles y turrón. En Turquía, Siria y el Líbano se elaboran verdaderas exquisiteces con pistachos molidos, como la famosa Baklava, cuyo origen se remonta a la antigua Mesopotamia. Existen muchas variantes regionales de este dulce. Unas llevan nueces, otras avellanas, otras almendras o pistachos o bien una mezcla de varios de ellos. Recuerdo un documental sobre la cocina libanesa en la que se mostraba paso a paso todo el proceso de la complicada elaboración de este delicioso pastel varias veces milenario con sus 33 finísimas hojas de masa filo, entre las cuales se intercalan capas de pistachos enteros y molidos, todo regado con jarabe de miel y horneado sólo unos minutos a fuego vivo. Os aseguro que mi estómago rugió famélico en mi vientre y mis glándulas salivares segregaron varios cientos de mililitros de saliva ante la visión de aquel manjar de dioses oriental, que crujía y humeaba al cortarlo en porciones romboidales recién sacado del horno. Casi pude oler su aroma embriagador a través de la pantalla del televisor.
Los pistachos, cuando están maduros, parecen agigantados frutos de lentisco o bien pequeños mangos erguidos. Su color rojo y amarillo es muy llamativo.
La
capa externa o exocarpio es ligeramente carnosa y fácil de despegar. Bajo ella hay una cáscara dura y blanquecina, el mesocarpio, formada por dos valvas que se separan al madurar y dejan asomarse la almendra o semilla, rodeada a su vez por una fina membrana roja, el endocarpio.
Aquí podemos ver las tres membranas o capas protectoras de un fruto de pistacho.
Todas las anacardiáceas sintetizan resinas aromáticas con un olor muy característico similar a la trementina.
Una resina famosa es el mastic o mastique de la isla de Quíos, que se extrae por incisiones en la corteza del lentisco, Pistacia lentiscus. Su nombre viene del verbo masticar, por el uso como chicle que se hace de esta resina.
El lentisco es tal vez la anacardiácea más conocida y más abundante en la Cuenca Mediterránea. Sus frutostienen exactamentela misma estructura queun frutodepistacho aunque mucho más pequeños.
Frutos del lentisco hembra fotografiados en la localidad de S'Estanyol situada en la costa sur de la isla de Mallorca. Sus frutos son unexcelentealimento para lospájaros,que luegodefecanlos huesosy facilitan la dispersiónde las semillas, ayudando así a la perpetuación de la especie.
Sotobosque de un tupido pinar costero del sur de Mallorca cubierto de un espeso matorral de lestiscos.
Lentiscos en el Cabo de Sâo Vicente en Portugal.
Los lirones caretos mediterráneos son felices entre las tupidas ramas de los lenticos. Aquí vemos un nido de lirón en una garriga del centro de la isla de Mallorca.
Los frutos de algunas anacardiáceas son muy ricos en taninos (desde un 13% hasta un 28%) y han sido utilizados desde la antigüedad para curtir pieles de animales. Hay anacardiáceas con hojas y frutos fuertemente urticantes que provocan reacciones alérgicas severas a las personas que las tocan.
La cornicabra o terebinto, Pistacia terebinthus, se parece mucho al lentisco y se hibrida con él con relativa facilidad.
El falso pimentero, Schinus molle, originario de Sudamérica, ha sido plantado como árbol ornamental en las calles y jardines de todas las regiones del mundo con un clima mediterráneo. En sus paises de origen se le llama gualeguay o anacahuita, a excepción del Río de la Plata donde se le denomina aguaribay o aguaraibá.
Los llamativos frutos rojos del falso pimentero tienen un sabor
picante y se utilizan como condimento con el nombre de pimienta rosa.
Otro racimo de falso pimentero.
Las
sustancias volátiles muy aromáticas de las hojas de las anacardiáceas
son un excelente repelente para los insectos. Los nativos de ciertas
regiones se las colocan sobre la cabeza para evitar las picaduras de los
mosquitos. La decocción de las hojas y los frutos se utiliza como un excelente
fungicida para eliminar los hongos de la tierra de los tiestos y los jardines. Los
pequeños frutos rojos de algunas anacardiáceas se usan como condimento
culinario solos o combinados con otras especias, en especial en la
cocina de los países del Mediterráneo oriental y norte de África. Los
frutos del pimentero del Brasil (Schinus terebinthifolius), del lentisco (Pistacia lentiscus), de la cornicabra (Pistacia
terebinthus) y del falso pimentero (Schinus molle) una vez desecados
reciben el nombre de pimienta rosa y son utilizados como un sustituto de la verdadera pimienta negra.
El Schinus terebinthifolius, llamado terebinto de Sudamérica, fotografiado en el Botanicactus de Ses Salines en el sur de Mallorca.
El ciruelo cafre o ciruelo del Kaffir de Sudáfrica, Harpephyllum caffrum, es un árbol dióico que se suele plantar en las calles y jardines de la región Mediterránea. Los ejemplares femeninos producen unos frutos rojizos parecidos a pequeños mangos.
Frutos del ciruelo del Kaffir.
Detalle de la pulpa blanquecina y el exocarpio rojo de un fruto de ciruelo del Kaffir.
El
género Rhus contiene numerosas especies, todas ellas muy ricas en taninos y altamente urticantes. Los bellísimos frutos rojos y aterciopelados de la imagen pertenecen a la especie Rhus aromatica de América del Norte donde recibe el nombre de Zumaque oloroso. Los frutos, del tamaño de un guisante, contienen un 27% de taninos y son muy astringentes y diuréticos. No se recomienda su uso en medicina natural por su toxicidad.
Inflorescencia de Rhus aromatica, cultivado en el fantástico Jardín botánico de Sóller, situado en plena Serra de Tramuntana de Mallorca.
Los frutos de otra especie, Rhus coriaria, llamado Zumaque, son utilizados como especia desde la antiguedad reducidos a un polvo rojo en la cocina de los paises del Mediterráneo Oriental. Son el principal ingrediente de la salsa
Lahmacun de Turquía e Iraq, la salsazahtar o zaatar de la cocina de Siria,
Turquía, Líbano, Israel, Jordania, Palestina y los países del Magreb y
la salsa Dukka de la cocina de Egipto. Es uno de los condimentos clásicos del Kebab. En la imagen se ve un racimo de frutos muy maduros de Rhus coriaria asilvestrado, fotografiado en la localidad de Puntallana en la isla de la Palma.
El mango, Mangifera indica, es originario de Asia y se cultiva en todas las regiones tropicales y subtropicales de la Tierra. En la imagen se ve un bellísimo ejemplar florido, como si fuera un bonsai gigante, cultivado en un jardín de la localidad de Tigalate en la isla de la Palma.
Detalle del mango anterior con sus llamativas inflorescencias a principios de mayo.
Rama de mango cargada de frutos fotografiada en la localidad de Tazacorte en la isla de la Palma. El mango es uno de los frutos más consumidos y apreciados en todo el mundo. Su deliciosa pulpa anaranjada, muy rica en vitaminas y antioxidantes, es dulce y jugosa con un ligero aroma a trementina.
Las inflorescencias de todas las anacardiáceas, como la del mango de la imagen, tienen forma de uva erguida. Fotografía tomada a un joven ejemplar cultivado en la isla de Mallorca.
Su reproducción por estacas enraizadas ha mantenido intacto su genoma a lo largo de los siglos
Cuando la vi tan imponente, tan sana, tan vigorosa, tan feliz, con aquellas brevas negras tan grandes y aquellas hojas tan verdes de casi dos palmos de anchura, no pude resistir el deseo de acercarme a ella para verla mejor. Brillaba un sol africano cegador y soplaba una agradable brisa con aroma a mar que venía del cercano Océano Atlántico, que se encontraba a sólo diez pasos. La habían plantado en medio de un jardín rectangular del Paseo Marítimo de Puerto de la Cruz en Tenerife como un árbol ornamental más. Bien regada, a sus anchas y sin la competencia cercana de otros árboles, ya no podía ser más feliz en aquel paraíso. Me moría de ganas de encontrarle una breva madura para probarla.
Breva de higuera Blava cogida del árbol el dia 19 de junio. Esta variedad de higuera es bífera, produce dos cosechas de frutos. Las brevas son alargadas y bastante grandes.
Pulpa muy oscura de la breva anterior.
Detalle de la pulpa que es dulce y jugosa.
Pulpa de otra breva Blava tras darle un mordisco.
Cesta de mimbre llena de brevas Blava fotografiada el día de San Juan, 24 de junio de 2015.
Misma cesta anterior.
Higos de la segunda cosecha con su típica asimetría, más panzudos hacia uno de los lados.
Los higos son uno de mis frutos predilectos. Me acostumbraron a su sabor desde muy pequeño y siempre me han gustado. Recuerdo con mucho cariño como mi abuela paterna Margalida componía las brevas en un canasto bien forrado por dentro con hojas de higuera con sus manitas deformadas por la artrosis, cubiertas por mangotes postizos para no volverse morena, comuna decía ella (vulgar, campesina, de clase inferior) y para evitar las gotas de látex de la higuera que le quemaban la piel. Estaba sorda como una tapia y era la bondad hecha mujer. Me quería con delirio y yo a ella. Siempre que los nietos íbamos a verla nos preparaba en la sartén unas galletas de manteca y azúcar absolutamente deliciosas. Era una artista para conseguir que cupieran muchas brevas en el canasto. Aprovechaba hasta el último rinconcito y con ellas dibujaba una espiral de brevas que era todo un espectáculo.
Ostíolo de los higos anteriores. Fijaos en la negritud intensa de la piel que bajo los rayos del sol se ve azulada. Despues de hacerles esta foto, me los comí con la piel incluida. Por si no lo sabéis, justo debajo de la piel hay una altísima concentración de vitaminas y antioxidantes anticancerígenos. Si los higos no han sido fumigados con pesticidas, se pueden comer tranquilamente sin pelar, tal cual, a mordiscos.
Se me han humedecido los ojos recordando aquellos momentos tan entrañables de mi infancia. Yo tendría entonces 8 ó 9 años. Recuerdo que me sentaba sobre un bloque de arenisca que había delante de la casita de aperos de la finca. A media mañana la abuela me daba la merienda: dos rebanadas de pan moreno con una rodaja de sobrasada vieja. Yo la observaba como hechizado sin perder ningún detalle de todo cuanto hacía con sus manos de artista. Las brevas eran para vender a un mercader del pueblo, que con las primeras luces del alba las llevaba al mercado del Olivar de Palma, y en un santiamén se las quitaban de las manos. Me imagino a los palmesanos que al ver aquellas brevas tan hermosas y tan bien compuestas no podían resistir la tentación de comprarle una docena. La superficie del bloque de arenisca me picaba en los muslos. Hace 50 años los pantalones de verano de los niños eran tan cortos que dejaban los muslos totalmente descubiertos. Me levanté, puse un saco de esparto sobre el bloque y vaya diferencia. Entonces si que daba gusto estar sentado junto a mi abuela.
Es muy llamativa la asimetría de los higos de la variedad Blava. Si os fijáis, madura primero la panza y después la espalda. La pulpa es muy dulce y jugosa y la piel muy fina.
Solíamos llenar seis o siete canastos que cargábamos en el carro tirado por Margarita, una burrita de raza mallorquina, menuda, mansa y muy peluda. El abuelo, que también me quería con delirio, a veces me daba las riendas y me la dejaba conducir. Ella se sabía de memoria el camino, pero yo en mi inocencia creía que la hacía ir por donde yo quería y me sentía poderoso. Margarita murió dos años después que el abuelo de pura tristeza. Tenía 25 años. Yo la quería mucho pero en aquellos años estaba estudiando en Barcelona y no podía sacarla a pasear. Un dia mi madre me llamó para decirme que la había encontrado muerta en el establo. Sentí una puñalada en el corazón. El recuerdo de aquel animalito tan dulce formará parte de mi vida para siempre. A ella también le gustaban mucho los higos.
Como muchos ya sabéis, los higos mediterráneos son polinizados por la avispilla Blastophaga psenes que vive dentro de los higos de las
higueras bordes, higueras macho, cabrahigos o cabrahigueras con
flores masculinas dentro de los higos de la segunda cosecha llamados prohigos. En las Islas Baleares la mayoría de las higueras cultivadas son hembras
partenocárpicas. Son capaces de madurar los higos sin necesidad de ser
fecundadas, pero, si son visitadas por la avispilla con su
cuerpo impregnado de polen procedente de las flores masculinas de un
cabrahigo, entonces las flores femeninas partenocárpicas quedan
polinizadas y fecundadas y los higos tienen muchas semillas amarillas
mezcladas con la pulpa. Éstas son las responsables del
delicioso bouquet a almendras o a avellanas tostadas que sentimos dentro
de la boca cuando comemos un higo y chafamos las semillas entre los
dientes.
Me lo estaba comiendo y pensé que a lo mejor os gustaría ver la pulpa de este higo Blava, que adquiere un color carne intenso cuando está totalmente maduro, y se vuelve casi negro cuando el higo ya está medio seco. Entonces su dulzor, su aroma y su sabor se intensifican y es un verdadero bombón dentro de la boca.
En California estaban desesperados por conseguir
higos como los nuestros. Las higueras llevadas allí por los colonizadores
españoles producían higos que maduraban bien, pero no contenían semillas y eran
muy sosos, sin alma, sin bouquet. Entonces descubrieron el secreto y vinieron a buscar semillas de higuera, las sembraron y de ellas
nacieron cabrahigos, semicabrahigos, higueras femeninas
partenocárpicas e higueras femeninas perfectas de tipo Esmirna. Ya tenían el árbol silvestre, la cabrahiguera
ancestral, pero les faltaba la avispilla. Se subieron de nuevo a un avión y
vinieron a buscar ramas de cabrahiguera mediterránea con la esperanza
de que dentro de los higos sin madurar habría avispillas. Y efectivamente, las había.
Ahora cuidan más a los cabrahigos que a las higueras y sus higos
tienen por fin alma y bouquet a almendras tostadas.
Así pues, como os iba diciendo, tras inspeccionar rama por rama aquella vigorosa higuera canaria de Tenerife logré encontrarle dos brevas maduras. Era a medianos del mes de mayo. Me las comí, mejor dicho, las devoré con dos mordiscos y se me antojaron deliciosas, como un bombón. ¿Y
qué creéis que me vino entonces a la cabeza? Pues arrancarle una ramita, mojarla bien con el agua del grifo de la habitación del hotel, meterla en una bolsa de plástico y acomodarla entre la ropa dentro de la maleta. Cuando llegué a
Mallorca el mismo día la planté en una maceta. Me agarró enseguida y un año
después la trasplanté al huerto. Ahora es una higuera preciosa de casi cinco
metros de altura y otros tantos de anchura y cada año me da una buena cosecha de brevas y otra de higos tardíos.
Aquí
tenéis el motivo por el que le dieron su nombre. Cuando el sol del mediodía ilumina el higo, su piel brilla con un color azul-grisáceo muy llamativo. Por ese detalle y por su pulpa oscura los mallorquines de hace cinco siglos la bautizaron con el nombre de Blava (Azul).
Seguramente os preguntaréis cómo puñetas logré saber el nombre de esta variedad. La respuesta ya no puede ser más sencilla. Me lo dijo mi madre nada más ver los primeros higos. Los reconoció enseguida. Yo no había sido capaz de darles un nombre. Creía que era una higuera canaria o norteafricana y resulta que es bien mallorquina. Los colonizadores mallorquines, que fueron a repoblar las Islas Canarias tras el genocidio de los guanches hace ahora más de 500 años, se llevaron ramas de higueras mallorquinas. Una de ellas era de la antiquísima variedad Blava. Medio milenio después yo hice lo mismo a la inversa y ahora tengo una preciosa higuera Blava, la más sana, vigorosa y productiva de mi huerto-jardín.
Ha sido catalogado en peligro crítico de extinción por la rápida regresión de sus escasísimas poblaciones naturales y las dificultades en su reproducción.
Hasta el año 2002 no se conocía ninguna planta natural del género Cotoneaster en las Islas Baleares. Fue en este año cuando fueron descubiertos varios ejemplares en la cima del Puig Major, creciendo en los rellanos y grietas rocosas más inaccesibles, sombrías y frescas, orientadas hacia el norte a una altitud entre 1170 y 1400 msnm.
Allí reciben con regularidad la humedad de la brisa marina, que asciende en forma de niebla o de nubes desde el cercano mar Mediterráneo, se condensa como un agua dulcísima sobre las hojitas y también bajo ellas gracias a su abundante pilosidad y cae gota a gota sobre el sustrato calcáreo-arcilloso, regando las sedientas raíces de esta pequeña reliquia del Cuaternario, testigo de lejanos tiempos más frescos y húmedos, como lo son también numerosas hierbas, lianas, arbustos y árboles que comparten su hábitat, también en clara regresión, tales como Taxus baccata, Sorbus aria, Amelanchier ovalis, Ilex aquifolium, Agrostis barceloi, Lonicera pyrenaica subsp. majoricensis, Pimpinella tragium, Cystopteris fragilis subsp. fragilis, Polystichum aculeatum, etc, etc...
Se realizó entonces una inspección concienzuda de las cimas de todas las montañas de la Serra de Tramuntana de Mallorca, consiguiendo encontrar otra pequeña población en la Serra des Teixos en el Macizo de Massanella.
Tras estudiar la nueva especie con las técnicas más modernas y sofisticadas, incluido su genoma comparándolo con el de especies emparentadas, los prestigiosos botánicos Llorenç Sáez y Josep Antoni Rosselló, la describieron y registraron para la ciencia en el año 2012.
Hace algo más de dos años a mi amigo Xavier Manzano, técnico de protección de especies de la Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente y Territorio del Gobierno Balear, se le ocurrió la idea de proponerme un reto casi imposible: germinar semillas de Cotoneaster majoricensis, pues ni ellos ni nadie lo había conseguido hasta entonces. Glups, me dije, ¿quién soy yo para hacer milagros? Le advertí que no me hacía responsable si fracasaba y se perdían inutilmente las valiosas semillas. Acepté con un miedo atroz a fallar.
A finales de septiembre del año 2013 varios técnicos de la Conselleria subieron a la cima del Puig Major y consiguieron recolectar once frutos de un único ejemplar. Pocos días después mi amigo y también técnico de protección de especies Rafel Mas me los trajo una tarde al salir del trabajo.
Al ser un experimento oficial sobre una especie en grave peligro de extinción y no ser yo ni biólogo ni ingeniero agrónomo especialista en reproducción vegetal, mi amiga y también técnico de protección de especies, Eva Moragues, me consiguió el permiso del Conseller para que pudiera cultivar legalmente las semillas.
Ya tenía los frutos y el permiso. Empezaba entonces el reto. Os debo confesar que me gustan los retos, me estimulan, me motivan y me obligan a espabilarme para no fallar a las personas que confian en mí. También me cuesta mucho tirar la toalla y darme por vencido. Así pues lo primero que hice fue investigar la mejor manera de obligar a las perezosas semillas de esta plantita amante de las alturas a despertar de su largo sueño, como si para ello me tuviera que transformar en una especie de príncipe azul que besa a la bella durmiente y la despierta de su sueño eterno. Me fue de gran utilidad un libro, al que guardo como un tesoro, que me regaló mi amigo Antoni Font, titulado "Semillas de Árboles y Arbustos Forestales" de Gabriel Catalán Bachiller. En él se explica la mejor manera de germinar las semillas de las plantas forestales más reacias a hacerlo. Por supuesto no está el Cotoneaster majoricensis, pero sí especies emparentadas.
Metí los once frutos en un vaso de agua con dos gotas de lejía para reblandecer su reseco y endurecido pericarpio y, tras 24 horas de maceración, procedí a retirar la piel y la pulpa a los pequeños pomos, que así se llaman en botánica, y limpiar bien las diminutas semillas, metiéndolas en un coladorcito bajo el chorro del grifo de la cocina. De los once frutos obtuve 23 semillas, una de ellas muy pequeña y probablemente no viable.
Pensando en cómo podía evitar perder las diminutas semillas entre la tierra de
estratificación miré a mi alrededor y se me iluminó la mente al ver unas
cabezas de ajos en un saquito de malla de plástico.
Saqué los ajos, limpié bien el saquito bajo el grifo y metí dentro las semillas.
Detalle de las semillas en el saquito de ajos.
Una pequeña fiambrera redonda se me antojó perfecta para el cometido.
La llené de tierra vegetal tipo Composana, la humedecí sin encharcarla, enterré en ella el saquito y tapé la fiambrera.
La metí en la nevera en el fondo del estante para verduras a una temperatura entre 6 - 7ºC y me olvidé de ella por un tiempo. Era día 28 de septiembre de 2013.
Esta estratificación en frío durante 3 - 5 meses persigue desbloquear el llamado letargo interno de las semillas. El frío intenso equivale a la hibernación en los mamíferos, pues simula el largo invierno bajo la nieve que soportan los frutos del Cotoneaster en las cimas más altas de la Serra de Tramuntana. Al empezar la primavera y aumentar las temperaturas, las semillas notan el calor y el pequeño embrión que contienen despierta de su letargo, como despiertan los lirones y los osos de la hibernación.
Unos cuatro meses después, día 25 de enero de 2014, llené 23 compartimentos de un semillero con tierra vegetal tipo Composana, una marca que siempre me ha dado muy buenos resultados.
Saqué la fiambrerita de la nevera y pude comprobar que las semillas habían sido micorrizadas por el micelio de un hongo micorriza.
Detalle de la maraña de filamentos blancos del micelio de micorriza.
En este momento es muy importante no quitar la cubierta de micelio de las semillas. Como sabéis, las raíces de todas las plantas, especialmente las forestales y en general todas las silvestres, viven en simbiosis con un hongo micorriza, a veces específico y exclusivo de una determinada planta y otras veces inespecífico, pudiendo micorrizar el mismo hongo diferentes especies.
Aquí tenéis las 23 semillas, ya estratificadas y con los dos letargos superados. El letargo interno lo superan con largos meses de frío intenso. El letargo externo, el que les confiere la dura e impermeable cutícula que rodea el embrión e impide que éste se hidrate y pueda germinar, se supera también con la estratificación por la acción de las bacterias y hongos de la tierra, incluido el hongo micorriza, que corroen o escarifican la cubierta más dura de la cutícula y la hacen permeable a la entrada de agua en el interior de la semilla.
En la naturaleza la escarificación es mucho más rápida, pues la planta aprovecha los jugos digestivos de las aves y roedores que se alimentan de sus frutos, de manera que al defecar esparcen las semillas con sus excrementos con la cutícula ya perfectamente escarificada y permeabilizada a la hidratación. El paso por el tubo digestivo les permite superar con rapidez el letargo externo y ya sólo les queda por superar el letargo interno soportando durante unos meses las bajísimas temperaturas de las cimas de las montañas.
Con un palito procedí a hacer un agujero en la tierra de cada compartimento.
Y eché en cada uno de ellos una única semilla, cubriéndola con medio centímetro de tierra.
Tras un riego generoso cubrí el semillero con una rejilla de plástico, para protegerlo de los mirlos que adoran escarbar en la tierra húmeda de las macetas en busca de lombrices, perdiéndose así las semillas.
Ahora empezaba lo más delicado del proceso. Los pequeños fragmentos de micelio de micorriza que cada semilla llevaba pegados debían crecer en la tierra de cada compartimento y estimular así la germinación. Una vez producida ésta, sus filamentos blancos rodean las raicillas de la diminuta planta y empieza la simbiosis, la asociación mutualista que durará toda la vida del Cotoneaster. El hongo micorriza absorbe agua y nutrientes minerales de la tierra y, mediante unas pequeñas anastomosis entre los filamentos del micelio y las raíces, los transfiere a la planta micorrizada. Ésta le devuelve el favor transfiriéndole a cambio azúcares, proteinas y otros nutrientes sintetizados en las hojas mediante la fotosíntesis. Tu me das, yo te doy. Así funciona la vida en la naturaleza. La simbiosis es un mutualismo positivo perfecto. La otra simbiosis en la que una de las partes es explotada sin recibir nada a cambio se llama parasitismo.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando el día 19 de abril de 2015 vi que habían nacido dos pequeños Cotoneaster a los 15 meses de la siembra de las semillas. Fue tan grande mi alegría que casi me puse a saltar como un niño. ¡Lo había conseguido! ¡Había superado el reto! Enseguida escribí un email a Eva, Xavier y Rafel y otro a Josep Antoni Rosselló i Llorenç Sáez comunicándoles la buena noticia, y después publiqué esta misma foto en mi facebook. A los pocos días nacieron otros dos ejemplares y unas semanas después se asomó al mundo el quinto que por desgracia no logró sobrevivir.
Y aquí tenéis el resultado a los 619 días de la siembra, o lo que es lo mismo, a los 738 días de iniciado el proceso de la estratificación en frío. Las semillas que no han germinado lo pueden hacer en las próximas primaveras, ya que a veces tardan hasta 5 años en germinar.
Hace unos días me llamó Xavier Manzano para preguntarme si podía venir a buscar los Cotoneaster, y ayer por la mañana, día 6 de octubre de 2015, vino a primera hora acompañado por Eva Moragues. Se los llevaron directamente a la cima del Puig Major para plantarlos en su hábitat natural y reforzar así la exígua población existente.
Eva Moragues y Xavier Manzano posando con tres de los cuatro Cotoneaster majoricensis que plantarán cerca de su madre.
Con un servidor.
Dos de los Cotoneaster, tal vez los más sanos, vistos desde arriba.
Los mismos ejemplares vistos de lado.
Uno de los Cotoneaster visto de cerca.
Este es el tercer ejemplar que pasará el resto de sus días plantado en su hábitat natural cerca de su madre.
Visión cercana de uno de los Cotoneaster majoricensis en el que se aprecia la abundante pilosidad que cubre las hojas, sobre todo por el envés, los pecíolos y los brotes tiernos.
Los pelos son muy largos.
Xavier llevaba una lupa de botánico y nos hizo ver la abundante pilosidad.
Me hace mucha ilusión que estos tres pequeñajos de sólo cinco meses, que he cuidado con paciencia regándolos cada día durante el largo, tórrido y reseco verano mallorquín, ayuden a salvar la especie de la extinción. En esta imagen todavía estaban en mi huerto.
Y aquí los tenéis tras el viaje, primero por carretera y después a pie salvando desniveles vertiginosos, que les ha llevado a las altas cumbres de la Serra de Tramuntana, donde crecen los escasos ejemplares que logran sobrevivir a la depredación despiadada de la plaga de cabras asilvestradas, que curiosamente ningún político de ningún partido se ha atrevido jamás a controlar de verdad, pues parecen impedírselo poderosos intereses cinegéticos de "caza mayor" que mueven miles de euros, abonados generosamente por cazadores europeos multimillonarios que pagan cantidades astronómicas a los propietarios privados de las montañas por abatir los machos cabríos más hermosos y reducir así el estres que les ocasionan sus importantes negocios en sus impecables, pulcros y perfectos países del centro y norte de Europa.
Este escarpado desfiladero con una gran pendiente, orientado hacia el norte, es decir, hacia el cercano mar Mediterráneo que les va a aportar con regularidad la preciada humedad marina que tanto necesitan para sobrevivir, va a ser su hogar a partir de ahora. Eva y Xavier lo han elegido por estar cercado con tela metálica a prueba de cabras, por la abundante tierra calcárea que se acumula entre las rocas y por su orientación norte, que les asegurará un ambiente fresco y sombrío.
Me llena de orgullo y satisfacción ver a mis pequeñajos ya plantados en su hábitat.
Otro ejemplar recién plantado por Eva y Xavier. Ojalá sobrevivan los tres, logren alcanzar la madurez dentro de 6 ó 7 años y produzcan muchas semillas viables que faciliten su supervivencia.
La Consellería me ha autorizado a quedarme con el cuarto ejemplar, para que lo plante en mi huerto-jardín y sirva en el futuro como fuente de semillas para la reproducción y la repoblación.
Es el único que presenta una ligera clorosis. Se ve que la tierra vegetal es demasiado ácida para él, pues está adaptado a la tierra calcárea y arcillosa de las montañas mallorquinas.
En esta imagen se aprecia mejor la clorosis de las hojas.
Para darle un ambiente más acorde con sus gustos, he mezclado 4/5 partes de tierra calcárea de mi jardín con 1/5 parte de tierra vegetal.
Antes de rellenar la maceta con la mezcla de tierras he cubierto el fondo con piedrecillas del mismo huerto como drenaje.
Y aquí tenéis a mi pequeñajo que se ha quedado con papá.
Espero y confío en que la tierra caliza con un ph aproximado de 7'5 sea de su agrado y supere rápidamente la clorosis. Si todo va bien, dentro de unos años medirá alrededor de un metro y entonces empezará a producir ramilletes de florecillas blancas y sus primeros frutos piriformes.
A diferencia de la mayoría de rosáceas, el Cotoneaster majoricensis es capaz de madurar sus frutos por partenocarpia y producir semillas viables por partenogénesis sin necesidad de polinización cruzada. Ello es debido a una mutación relativamente frecuente en las plantas y especialmente en los helechos llamada Apogamia o Apomixis gametofítica, en la que queda bloqueada la meiosis durante la formación de las células germinales femeninas y en lugar de producir gametos haploides con la mitad de cromosomas, se produce una mitosis dando lugar a ovulos diploides con una dotación genética idéntica a su madre, que se convertirán en semillas viables y si germinan, nacerán de ellas plantas clónicas todas ellas con el mismo genoma que sus hermanas y su madre partenogenética. Así eran pues las 23 semillas que sembré y así son los cuatro ejemplares que han conseguido germinar. Mi pequeño Cotoneaster, a pesar de estar solo en el huerto y a muchos kilómetros de los ejemplares más cercanos, podrá producir frutos y semillas viables gracias a la apomixis gametófítica. ¡Benditas mutaciones!
Edito esta entrada tras siete meses, día 7 de mayo de 2016, para mostraros mi diminuto Cotoneaster, que ha superado sin problemas el largo invierno y ahora está brotando vigorosamente. Le creía muerto y ahí lo tenéis, más hermoso y lozano que nunca.
Lo más sorprendente es la revitalización súbita de sus hojas "muertas" tras las lluvias de estos días. Habían permanecido caídas hacia abajo, mustias, resecas, marrón-grisáceas, es decir, muertas, durante los meses de invierno y en un par de días, nada más empezar a brotar la hermosa hoja nueva del ápice, las hojas viejas se han levantado, enderezado, rehidratado, expandido, reverdecido, con la misma clorosis que presentaban antes del invierno, como si nada hubiera pasado. Por suerte la nueva brotación no presenta ningún síntoma de clorosis, como podéis comprobar por su intenso color verde.
Esta curiosa forma de hibernación es una sorprendente adaptación para sobrevivir al frío intenso de las altas montañas mallorquinas, que son su hábitat natural, y a la sequía que a veces tortura a los seres vivos de la isla algún que otro invierno. Ignoro si los ejemplares que viven en las cimas de las montañas se comportan como caducos, perdiendo las hojas en otoño. Lo que si queda demostrado es que mi pequeño Cotoneaster no es caduco, sino más bien marcescente y reverdeciente: las hojas se secan, pero no se caen, permanecen todo el invierno péndulas y casi pegadas al tallo, rodeándolo como si de un abrigo se tratase, exactamente igual que las hojas de los robles marcescentes, pero, al contrario que en éstos, en que las hojas viejas se caen con la nueva brotación primaveral, en el caso del Cotoneaster majoricensis, no sólo no se caen, sino que reverdecen.
Yo alucino, ¿y vosotros? Edito este artículo el día 28 de agosto de 2016 para que veais lo magnífico que se ha puesto mi pequeño Cotoneaster majoricensis.
En menos de cuatro meses desde la última foto ha triplicado su tamaño y ahora, a finales de agosto, está brotando vigorosamente. Edito
de nuevo este artículo el día 17 de noviembre de 2016 para mostraros su evolución en dos meses y medio.
El brote de la derecha se ha desarrollado bastante, superando al de la izquierda que en agosto era el más vigoroso. Edito esta entrada el día 2 de marzo de 2017 para mostraros su estado tras superar los peores meses de invierno.
A primera vista su aspecto es deplorable con sus hojas caídas, algunas de ellas aparentemente secas, es decir, en su peculiar estrategia de semi-marcescencia para poder sobrevivir al invierno mallorquín. Edito
de nuevo esta entrada el día 29 de junio de 2017, unos cuatro meses después de la anterior fotografía, para mostraros su vigorosa brotación primaveral.
La yema apical de una de sus dos ramillas, la que se ve a la izquierda de la imagen anterior, ha brotado con un vigor inusitado y se ha alargado cerca de 20 centímetros. Como podéis apreciar, las hojas caídas y medio secas de la imagen anterior se han erguido y reverdecido como si nada hubiera pasado. Intentando imitar su hábitat natural húmedo y sombrío en la alta montaña mallorquina lo riego cada dos días y lo mantengo a la semisombra de la espléndida copa de una encina de bellotas dulces de 33 años de edad, que sembró mi madre en una maceta en el otoño de 1983 y luego me la regaló para que la plantase en mi jardín. Al cotoneaster sólo le llegan los primeros rayos de la mañana y la luz que logra filtrarse a través de la tupida copa del imponente árbol que tiene en su cara suroeste.
Se ve hermoso, ¿verdad? Edito
de nuevo esta entrada el día 8 de julio de 2018, un año
después de la fotografía anterior, para mostraros su excelente aspecto.
Ya tiene tres años, dos meses y veinte días. Se ha ramificado en dos brazos principales.
Sus hojas son grandes, sanas, lustrosas, sin clorosis. Edito
de nuevo esta entrada el día 28 de diciembre de 2019, diecisiete meses
después de la fotografía anterior, para mostraros su aspecto tras la caída de las hojas.
Ya tiene cuatro años, siete meses y quince días y como se puede ver en la imagen, tras los primeros años comportándose como marcescente, al entrar en la "adolescencia" definitivamente se comporta como caduco. Mide 90 centímetros desde la base del tallo hasta la punta de la ramilla más alta.
Si os fijáis, sus hojas "infantiles" del año pasado, sí se comportan como marcescentes.
Edito
de nuevo esta entrada el día 21 de septiembre de 2021, veintiún meses
después de la fotografía anterior, para que veáis el video que he grabado este mediodía con mi teléfono.
El Cotoneaster ya tiene seis años y medio y mide 170 centímetros. Está magnífico. Hace un par de meses presentaba una severa clorosis con las hojas nuevas blancas y requemadas por el sol. Era evidente que sus raíces no podían absorber el hierro por el bloqueo de la cal del agua de riego. Cuando nació ya presentaba una ligera clorosis. Entonces lo atribuí al ph ácido de la turba de la maceta, pero me equivocaba. Mi Cotoneaster, al contrario que sus tres hermanos que fueron trasplantados en su hábitat natural, no ama la tierra caliza ni el agua con cal de la fuente de montaña con la que riego los árboles, sino más bien todo lo contrario. En teoría tiene un genoma idéntico a su madre y sus hermanos, pero se ve que el ADN del embrión de la semilla sufrió una mutación que lo hace sensible a la cal. Así que viendo su estado deplorable le eché 1/3 de un sobre de Quelato de hierro y a los pocos días sus hojas cloróticas se llenaron de clorófila. El tratamiento contra su clorosis o anemia vegetal le sentó de maravilla y dos semanas después brotó vigorosamente echando unos brotes de unos 30 cms. con una hojas grandes e intensamente verdes, como se ve en el video. Espero que la próxima primavera florezca por primera vez.
Os seguiré informando.
Edito
de nuevo esta entrada el día 1 de mayo de 2022 para mostraros la primera floración del Cotoneaster majoricensis al cumplir exactamente los siete años de edad.
Primeros capullos florales fotografiados el día 10 de abril de 2022.
Apertura de la primera flor día 14 de abril de 2022. Fijáos en su diminuto tamaño comparada con la yema de mi dedo.
Como todos los cotoneaster, éste también florece en corimbos de flores.
Cada florecilla tiene cinco sépalos triangulares más cortos que los cinco pétalos, los cuales son obovados y de un blanco inmaculado.
Los estambres, entre 10 y 15 y más largos que el pistilo,también son blancos, al igual que las anteras.
Según los dos botánicos que lo describieron para la ciencia, en la naturaleza este endemismo suele cuajar muy pocos frutos. Ojalá cultivado sea más productivo. Os mantendré informados.
Ya empiezan a cuajar algunos frutos y efectivamente, son muy escasos. La mayoría de flores se secan, a pesar de haber sido visitadas por numerosos insectos muy variados: abejorros, avispillas, escarabajitos. No he visto, sin embargo, ninguna abeja libando su néctar.
También ha visitado sus florecillas esta malvada Tropinota hirta, una devoradora de pétalos y anteras, lo cual provoca el secado de la flor y por tanto su inviabilidad para cuajar un fruto. Por suerte, desde que el Cotoneaster empezó a abrir sus flores, sólo le he visto esta única tropinota, por lo que el daño ha sido mínimo.
Otros tres frutos engordando, rodeados de otros doce que se están secando. La proporción de flores cuajadas sería del 20% hasta el momento. Fotografía tomada el día 13 de mayo de 2022.
Corimbos de frutos engordando a buen ritmo. Los brotes tiernos y las inflorescencias del cotoneaster han sido severamente atacados por pulgones chupadores de savia. Para no hacerle daño no le he aplicado ningún pesticida. Me he limitado a eliminar el máximo de pulgones manualmente. Fotografía tomada el día 29 de mayo de 2022.
Día 7 de julio de 2022 ya empiezan a coger color.
Día 9 de agosto de 2022 ya están casi maduros.
Mismos frutos once días después, el 20 de agosto de 2022.
Frutos maduros, fotografiados el día 17 de septiembre de 2022, justo antes de proceder a su recolección dado que ya están cayendo por si mismos.
Y aquí tenéis toda la producción del primer año que ha florecido. Han pasado exactamente 9 años desde que recibí los 11 frutos recogidos en su hábitat. Suman un total de 86 frutos con buen aspecto y otros 20 muy pequeños, dañados o resecos. Como podéis apreciar en el deterioro de las hojas, mi Cotoneaster majoricensis lo ha pasado muy mal este verano extremadamente tórrido y seco, en el que le he tenido que dar un riego generoso cada dos días.
Detalle de la pulpa y el hueso o semilla de un fruto.
Como yo no soy el propietario de este endemismo en peligro de extinción, le he pasado estas dos últimas fotos a la Consellería de Agricultura, Medio Ambiente y Territorio del Govern Balear, para que sus técnicos decidan qué hacer con los frutos.
Edito día 7 de abril de 2023
Al final no recibí respuesta alguna de la consellería. Decidí actuar por mi cuenta y, a principios de noviembre pasado, estratifiqué 30 semillas de mi cotoneaster en una fiambrerita con tierra vegetal mezclada con tierra del macetón donde está plantada su madre, que contiene las esporas de la micorriza simbionte, y la metí en la nevera en la parte baja destinada a las verduras. Pasados cinco meses, saqué la bolsita de malla para ajos donde había metido las diminutas semillas para que no se perdieran en la tierra y efectivamente, estaban rodeadas del blanco micelio de la micorriza simbionte. Llené 14 compartimentos de un semillero de plástico con tierra vegetal mezclada con tierra del huerto y procedí a sembrar las semillas metiendo dos o tres semillas en cada compartimento. Pasado un més, ayer nació el primer cotoneaster hijo de mi Cotoneaster majoricensis.
Aquí lo tenéis mirando extasiado al sol que le da la vida. ¿Llegará a adulto como su padre-madre? ¿Germinarán más semillas durante los próximos días? Os mantendré informados.
De momento mi cotoneaster de 8 años ya ha brotado vigorosamente y se está preparando para florecer profusamente como lo hizo el año pasado.
Edito el día 23 de agosto de 2024 para mostraros lo que yo considero un milagro
El pasado día 18 de junio de 2024 me decidí a probar un experimento: injertar dos púas de Cotoneaster majoricensis sobre un Cotoneaster tomentosus de jardín de dos metros de altura que me regaló un amigo hace unos años.
Dado el grosor como un lápiz del patrón y como una mina de bolígrafo de las púas, escogí el método de Hendidura lateral subcortical como el más viable. Se realiza como si de un escudete se tratase con un corte en forma de cruz alargada en la corteza, en el cual, en lugar de un escudete, se inserta una púa rebajada en bisel por el lado que va a entrar en contacto con el cambium del patrón.
Una vez realizados los dos injertos, procedí a rodearlos con film de cocina y un par de estípulas foliares de la Bambusa vulgaris que crece al lado, para evitar que acabasen literalmente cocidos por el sol tórrido de este loco verano del cambio climático.
Treinta y cinco días después, el día 23 de julio, les quité la protección con escasa esperanza de que hubieran agarrado. Esperaba encontrarme con dos palitos secos y mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que seguían bien verdes y turgentes. Aquí los tenèis:
El primer injerto, al que llamaré A, tras retirarle la protección de film y estípulas.
El injerto B. Fijáos que no les he retirado la atadura con cinta plástica de injertar. Lo haré cuando broten vigorosamente.
Han permanecido sin variación durante un mes entero. Ayer, día 22 de agosto, me llevé una gran alegría. Las yemas empezaban a brotar.
El injerto A.
El injerto B.
Cuando los brotes midan unos 10 centímetros, antes de que el patrón pierda las hojas y entre en hibernación, procederé a cortarle las ramas por encima de los injertos. Y así permanecerá hasta la próxima primavera. Entonces tendrá sus ramas normales de Cotoneaster tomentosus y dos ramas injertadas de Cotoneaster majoricensis, con lo que habré comprobado que esta reliquia del cuaternario en peligro crítico de extinción puede reproducirse por injerto sobre un vigoroso cotoneaster de jardín, facilitando así su supervivencia.