lunes, 25 de diciembre de 2023

Suncus etruscus, la musaraña más pequeña de Mallorca

La musaraña enana, Suncus  etruscus, comparte su diminuto tamaño con el murciélago-mariposa endémico de Cuba, Nyctiellus lepidus. Con un peso de entre 2 y 3 gramos ambos son considerados los dos mamíferos más pequeños que habitan la Tierra. También comparten su alimentación, que es 100% carnívora.

Musaraña enana encontrada muerta el día 17 de abril de 2014 en la falda de una montaña de Sóller, en plena Serra de Tramuntana de Mallorca. Fijaos en su diminuto tamaño comparado con mi mano. Su color es pardo-grisáceo, para mimetizarse con el medio.
 
Se sospecha que fue introducida en Mallorca el siglo pasado, pero no hay evidencias científicas de ello. También cabría la posibilidad de que fuera autóctona. En todo caso sería una introducción intencionada, dada su imperiosa necesidad de alimento. Sólo podría llegar viva a la isla siendo alimentada constantemente durante el largo viaje.

Su cuerpo mide 6'8 cms. del hocico hasta la punta de la cola.

Al ser tan pequeña y tener una superfície corporal muy grande con respecto a su tamaño gasta mucha energía para mantenerse caliente. Tiene un metabolismo tan elevado que su corazón llega a los 1200 latidos por minuto, lo que hace que su cuerpo tiemble cuando se pasea en busca de alimento. 

Su apetito es voraz. Precisa tenerlo, ya que si está más de tres horas sin comer, muere literalmente de inanición.

Presenta un largo hocico puntiagudo con una nariz extremadamente sensible, tanto en el olfato como en el tacto, todo ello complementado con largas vibrisas muy sensibles a la más pequeña vibración de sus presas: insectos, arácnidos y gusanos, que son su principal alimento.

Su parte ventral con un color blanco-grisáceo es más clara que el dorso. Presenta unas patitas diminutas de roedor.

Su colita de 3 cms. es casi tan larga como su cuerpo.

Y aquí tenéis otro ejemplar de Suncus etruscus encontrado nueve años y medio después, el día 19 de noviembre de 2023, en un huerto de naranjos de Sóller a unos escasos 50 metros del anterior.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Crataegus ruscinonensis, un híbrido natural que crece espontáneo en todo el Mediterráneo

 
La rosácea silvestre Crataegus ruscinonensis es un híbrido natural entre el acerolo cultivado, Crataegus azarolus y el espino albar, Crataegus monogyna.
 
Hace algo más de 33 años, en febrero de 1990, recorriendo en coche el trayecto que une los municipios mallorquines de Valldemossa y Banyalbufar, situados en la Serra de Tramuntana, de pronto me llamó la atención un arbolito de unos 4 metros de altura cargado de frutillas rojas que crecía silvestre en la cuneta izquierda de la carretera. Enseguida supe que se trataba del rarísimo híbrido natural entre un acerolo y un espino albar, que ya había visto en foto en blanco y negro en uno de los cuatro tomos de la Flora de Mallorca del botánico Francesc Bonafé. Tenía un aspecto arbustivo con muchos hijuelos brotando de la base del tronco protegidos por una espinas temibles y se veía a las claras que había sido ramoneado multitud de veces por las cabras y las ovejas.
 
No pude resistir la tentación de llevarme un par de aquellos hijuelos y, como no llevaba nada para cavar, los arranqué con la mano. Ninguno de los dos tenía raíces, lo cual me frustró bastante, pues supuse que no me agarrarían.
 
Al llegar a mi huerto, que acababa de adquirir unos meses atrás, planté los dos hijuelos juntos en el mismo hoyo con el convencimiento de que no agarrarían. Medían entonces unos dos palmos con un grosor de tallo de unos 4 milímetros. Un par de meses después, a principios de primavera, contra todo pronóstico uno de los hijuelos brotó vigorosamente, mientras el otro se secaba sin brotar. Al cabo de 18 años, el día 24 de marzo de 2008, mi Crataegus ruscinonensis lucía esplendoroso lleno de vida cargado de fragantes flores blancas, como podéis comprobar en la imagen anterior. Medía entonces 5 metros con un grosor de tronco en la base de uno 20 centímetros.
 

Ahora, con 33 años, se acerca a los 7 metros de altura y su tronco en la base mide 30 centímetros.
 
 
 Está magnífico y en nada se parece a su arbustiva madre clónica de la carretera de Banyalbufar. 

Para conseguir que creciera como un árbol le tuve que ir podando las ramitas laterales del tallo y los hijuelos de la base, que se obstinaban en brotar, y hoy en día tiene un tronco recto libre de brotes que se ramifica a la altura de dos metros. 
 
La corteza es ligeramente rugosa de color marrón-grisáceo. Las raíces en la base se abren en pata de garza para dar estabilidad al árbol.
 
Ramificación algo anárquica que, sin embargo, en su conjunto es bastante simétrica, equilibrada y bella. Prueba de ello es que el a veces huracanado viento del sureste, el cálido sirocco procedente del Sáhara, que suele soplar con frecuencia en mi huerto, nunca le ha arrancado, desgajado o quebrado ninguna rama, ni siquiera una ramilla, como he podido comprobar estos días tras soplar el sirocco a más de 100 kms. por hora.
 
Las ramillas cercanas al tronco, herencia de su progenitor espino albar, están cubiertas de espinas temibles, como si el árbol quisiera impedir que algún animal se encarame a su copa. En cambio, al igual que ocurre en su progenitor acerolo, el resto de ramas y ramillas carecen de espinas.

Sus abundanres flores se abren en corimbos. Lucen un blanco inmaculado y desprenden un aroma delicioso.

Como en todas las rosáceas sus flores tienen 5 pétalos redondeados. Sus 20 estambres son bastante largos y en su extremo acaban en una antera anaranjado-marronosa. Su único pistilo, ligeramente más corto que los estambres, en su extremo acaba en un estigma amarillo-verdoso. El tamaño de las flores está a medio camino entre las de sus dos progenitores.
 
Sus hojas son trilobadas con dos profundas escotaduras.

En esta imagen combinada se pueden ver las diferencias entre sus hojas y las de sus dos progenitores.

Y en esta otra imagen se puede apreciar la diferencia en el tamaño de sus frutos.
 
Y finalmente aquí tenéis la pulpa. Tiene exactamente un sabor y una textura a medio camino entre la dulce, jugosa y ligeramente ácida de una acerola y la más harinosa y menos ácida de los pomos del espino albar. Yo me meto media docena en la boca y os aseguro que son una explosión de sabor y jugosidad. Cada fruto tiene entre una y tres semillas rodeadas por la pulpa.



sábado, 12 de agosto de 2023

Theniet El Had, una variedad argelina de higos blancos de una calidad extraordinaria

Grandes, jugosos, cremosos, dulces como la miel, con su llamativa y apetitosa pulpa carnosa aprovechando todo el espacio interior del gran sicono. Su calidad nada tiene que envidiarles a los famosos higos turcos Bursa Siyahi, considerados los mejores del mundo.

Hace diez años mi amigo argelino Tiaret Azizi Zohir me pidió unas ramitas de caviar vegetal para injertarlas sobre varios cítricos de su finca ubicada en Theniet El Had, situada al norte de Argelia en la costa mediterránea. A cambio, él me mandó varias estacas de una higuera argelina que, según me dijo, producía unos higos blancos muy grandes y muy sabrosos.

Me agarraron dos estacas. Una de ellas se la regalé a mi amigo Montserrat Pons Boscana para aumentar su enorme colección de higueras, tal vez la mayor del mundo, que cultiva en su inmensa y cuidada finca llamada Son Mut Nou.
 
La otra estaca enraizada la planté en mi huerto al año siguiente. Le ha costado mucho aclimatarse al clima, la pluviometría y la tierra calcárea de Mallorca. El año pasado intentó producir varios higos, pero acabó echándolos todos sin madurar. Este año ha vuelto a intentarlo y de una docena de higos ha conseguido madurar sólo dos, pero vaya dos. El mayor de ellos ha pesado 90 gramos. 
 
La higuera ha tardado nueve largos años en alcanzar 170 cms. Sus hojas trilobadas y pentalobadas lucen un intenso color verde.

Los higos son amarillo-verdosos y muy achatados, con un pequeño ostíolo rojizo ligeramente abierto y rodeado de pequeñas escamas. La piel es muy tierna y fina.

Aquí podéis ver los dos primeros higos de mi higuera Theniet El Had. Casi no me han cabido en la mano.

En esta imagen se aprecia bien su forma achatada y su cortísimo pecíolo de sólo uno o dos milímetros.

Corte transversal del higo más grande. La pulpa pide a gritos «¡cómeme!». La piel o exocarpio es tan fina y tierna que los higos se pueden comer sin pelar, a mordiscos, tal como me los he comido yo. Si os fijáis, en la parte superior se pueden apreciar los restos de una avispilla Blastophaga psenes medio descompuesta. Se distingue muy bien su largo ovipositor. No cabe duda que esta extraordinaria higuera norteafricana pertenece al grupo de higueras hembras estrictas tipo Esmirna, que sólo maduran los higos si son polinizados con el polen de un cabrahigo silvestre llevado hasta su interior por las avispillas, que una vez cumplida su misión mueren dentro del sicono y son parcialmente reabsorbidas por la pulpa.
 
En la pulpa de la mitad inferior del corte transversal se aprecian muy bien pequeñas zonas más oscuras que se corresponden con las avispillas muertas y parcialmente digeridas por los jugos de la pulpa. Es su destino. No malogran en absoluto la calidad del fruto, más bien todo lo contrario, le aportan una pequeñísima cantidad de proteinas que enriquecen su valor nutritivo.

Corte longitudinal del higo más pequeño. Llama la atención el jugoso pericarpio blanco que rodea las infrutescencias rojas y el gran ostíolo abierto.

Detalle del ostíolo rodeado de pequeñísimas escamas a modo de pelillos. También se pueden ver numerosas semillas o aquenios, uno en el extremo de cada pequeña infrutescencia, que confieren a la pulpa un delicioso bouquet a almendras tostadas cuando son aplastados entre los dientes. El fruto es tan dulce y jugoso que he tenido la sensación de comerme bocados de almíbar gelatinoso de higo.

Dado que la higuera Theniet El Had es del tipo Esmirna, al igual que la Bursa Siyahi, hace unos años planté varias estacas enraizadas de cabrahigo macho no muy lejos de ambas higueras hembras y a partir de ahora, dado que ya han empezado a producir prohigos repletos de avispillas, ya no tendré que hacer la caprificación manual con prohigos silvestres recolectados en las montañas circundantes. Mis cabrahigos  harán la caprificación de manera natural, como ha ocurrido con los dos higos argelinos que hoy he tenido el placer de probar por primera vez.


domingo, 8 de enero de 2023

MI PEQUEÑA ENCINA DULCE INJERTADA

 Hoy hace exactamente 392 días, el 12 de diciembre de 2021, que compré una encina injertada de la variedad "castanyenca", es decir, productora de bellotas dulces parecidas a una castaña, en el mercado dominical del pueblo mallorquín de Santa Maria del Camí. Me costó 30 euros. Estaba mirando las paradas de plantas del mercado y de pronto la vi como una manchita gris junto a las demás plantas. Medía entonces 40 centímetros y sus hojas presentaban una intensa pilosidad blanca que le daba un llamativo aspecto ceniciento. Me acerqué curioso para verla mejor y, en cuanto comprobé que estaba injertada, no lo dudé ni un segundo y decidí comprarla. Teniendo en cuenta lo difícil que es injertar una encina —yo nunca he logrado que me agarre ninguno de los cientos de injertos que he hecho— y lo difícil que es encontrar encinas injertadas en los viveros, me pareció barata.

Y para asegurar su agarre en la pedregosa, arcillosa y calcárea tierra de mi huerto, en el fondo del hoyo y alrededor del pan de raíces le eché varios puñados de hojarasca descompuesta con filamentos del micelio blanco de la micorriza que vive en simbiosis con las raíces de la más vigorosa de mis dos encinas semidulces, que sembró de bellota en una maceta mi madre en paz descanse hace 41 años, híbridas de una encina dulce que aportó la flor femenina y una encina silvestre que aportó el polen, de ahí que sus bellotas no sean 100% dulces.

Detalle de las hojas de un color verde-grisáceo por la vellosidad protectora del frío. Me imagino que procede de un vivero de Cataluña, donde los inviernos son más crudos.

El injerto parece hecho por el método de Injerto lateral subcortical con una ramita de encina dulce. Vendría a ser parecido a un injerto de chip, pero con una estaquita en lugar de un escudete de corteza con una yema. Los restos de masilla de injertar, que se ven arriba en el punto de brotación de las nuevas ramas, indican que tras injertar la estaquita embadurnaron su extremo para evitar su deshidratación mientras se iba formando la unión.

El grueso callo de la unión injerto-pie hace suponer que la encina dulce, en general muy vigorosa, crece más rápido que el patrón amargo, por lo que existe el peligro que con el viento se separen y me quede sin encina dulce. Para evitarlo la planté enterrando el punto de unión. Así, además, si quiere, el callo puede echar raíces, afianzando la supervivencia del injerto. En caso de rotura por un viento huracanado —en mi huerto suele soplar varias veces al año el sirocco, el tórrido viento del Sáhara que tantas ramas ha desgarrado de la copa de mi árboles—,  la encina dulce sobrevivirá con sus propias raíces.

Y ante mi sorpresa al cabo de solo un año mi pequeñaja ya estaba madurando sus primeras cinco bellotas. Fotografía hecha el día 21 de diciembre de 2022, exactamente 374 días después de plantarla. Para darle fuerza, justo antes de hacerle la foto, le eché un saquito de cinco litros de humus de lombriz, que aporta muchos nutrientes y favorece la emisión de raíces.
 
Una de las cinco bellotas casi madura.
 
Esta otra bellota estaba germinando unas semanas antes de su completa maduración. Esta curiosa estrategia de las encinas favorece el rápido enraizamiento de las bellotas pregerminadas en cuanto caen al suelo, de manera que en primavera ya están profundamente enraizadas y brotan vigorosamente en cuanto aumentan las temperaturas.

Misma bellota pregerminada anterior dieciocho días después, ya completamente madura y a punto de desprenderse de su jovencísima madre.

Y aquí tenéis la cosecha de bellotas de su primer año. Dos de ellas están pregerminadas. Las he sembrado juntas en una maceta. Lógicamente no las veré adultas, pero si el destino quiere, tal vez las vea ya crecidas con dos o tres metros de altura. Las encinas dulces de bellota crecen muy vigorosas. Las plantaré juntas en cuanto quede un hueco libre. Así crecerán como si fueran gemelas, como si de una encina con dos troncos se tratase.

No he podido resistirme y me he zampado las tres restantes. Os aseguro que me han sabido a gloria. Son exageradamente dulces. Con razón son de la variedad "castanyenca". Me imagino que en cuanto mi pequeña encina se convierta en un árbol gigantesco producirá unas bellotas mucho más grandes. Os mantendré informados.
 
Y aquí la tenéis después de recolectar sus primeras cinco bellotas. Mide ya 60 centímetros. Resulta curioso que sus hojas ya no se ven cenicientas. Debe ser que con el clima cálido de Mallorca ya no necesita cubrirlas de vellosidad para protegerse del frío.