Tengo la costumbre de cogerme unos días de vacaciones en mayo y este año me decidí por Alicante. Quería conocer el sudeste español. Era una asignatura pendiente para mí desde hacía mucho tiempo. Nada más llegar mi decepción fue mayúscula. Esperaba encontrar un paisaje mediterráneo semejante al de Mallorca, pero ante mis ojos, de camino hacia el hotel, apareció una atormentada vegetación esteparia casi predesértica. Pensé con tristeza que me había equivocado, que debía haber elegido una zona de España más húmeda, más fresca. Vaya panorama me esperaba: ocho días fotografiando hierbajos resecos. Entonces no sabía que aquellas tierras son engañosas y esconden verdaderos paraísos para un amante de la naturaleza.
Tres flores de Erinacea anthyllis, el llamado cojín de monja, cojín de pastor o simplemente erizón, protegidas por una espina temible. Recomiendo ampliar ésta y las siguientes fotos para apreciar mejor los detalles.
Vigoroso ejemplar de Erinacea anthyllis creciendo sobre unas rocas calcáreas en un claro de un encinar.
Había llegado al aeropuerto de Alicante a media mañana. Allí mismo alquilé un coche Fiat 500 negro descapotable matrícula alemana con el capó forrado con una llamativa tela morado-rojiza: 183 € por 8 días con un seguro a todo riesgo. "El más pequeño que tengan", le dije a la chica del rent-a-car. Nada más verlo me gustó su diseño, morado sobre negro combina muy bien, es muy estético, aunque no pude evitar pensar que son los mismos colores que usan los curas en sus casullas para celebrar los funerales, o así vestían hace 40 y tantos años en mi época de monaguillo.
El coche de alquiler aparcado ante el acceso peatonal al bosque que circunda el
Castillo de Sax. La vegetación de este lugar es exuberante con una gran riqueza en plantas rupícolas. Me gustó tanto que volví a visitarlo dos dias después. Allí pude ver y fotografiar numerosas plantas que no conocía.
Como os decía al principio, el sudeste español esconde pequeños paraísos naturales y este peñasco alicantino es uno de ellos. Me llenó de alegría y dejó un recuerdo imborrable en mi memoria. Os lo recomiendo. Al día siguiente visité otro castillo, el de Almansa, donde también dí gracias al destino por haberme llevado a aquellas tierras. Aquí tenéis el enlace al artículo que escribí sobre este castillo albaceteño.
El Castillo de Almansa: un cóctel de historia y biodiversidad
Cojín de monja cubierto de flores azules.
Siguiendo con el relato de mi viaje, el tercer día quise conocer la vegetación de Murcia. Me levanté muy temprano y me metí en la carretera con la idea de visitar el Parque regional El Valle y Carrascoy. Hice una parada en Alcantarilla para descansar unos minutos y en la misma cuneta encontré varias plantas desconocidas para mí. Al igual que en el sur de Alicante, la vegetación era esteparia, casi diría angustiosa, por la extrema aridez de aquellas tierras quemadas por el sol. Volví a emprender mi viaje y me metí en la autopista. Tras muchos kilómetros empecé a ponerme nervioso, pues no veía nada que me indicase que iba por el camino correcto. En una curva a la izquierda el arcén se ensanchaba mucho gracias a los restos de la antigua carretera y decidí parar un rato para estudiar la poca información que me ofrecía el GPS.
A veces parece que es verdad que todos tenemos un destino, una mano invisible que dirige nuestras vidas y nos lleva donde quiere, un angel de la guarda, un hada madrina, los espíritus de nuestros antepasados, lo que sea. La cuestión es que sin saberlo había aparcado justo al lado de la entrada del Parque de El Valle y Carrascoy. No se veía nada, ningún letrero, ninguna indicación, sólo la autopista bordeada por un contundente guardarraíl metálico y tras él un bosque de pinos carrascos. Tenía el cuerpo entumecido tras varias horas de conducción y me apeteció entrar en aquel espeso pinar con su agradable aroma a resina que me recordaba a mi querida isla natal. Cogí mi vieja cámara Canon y bajé por una pendiente que me llevó hasta el lecho de un torrente seco. Para no perderme y encontrar luego el camino de vuelta pensé que lo mejor sería seguir el cauce del torrente. Desde niño tengo la costumbre de caminar mirando al suelo. Una bocanada de aire fresco con olor a cueva me hizo levantar la vista y me encontré con un largo túnel que atravesaba la autopista. Me daba un poco de miedo meterme en aquel lugar tan oscuro sin ver la salida, pero mi curiosidad fue más fuerte y cuando me dí cuenta estaba en el otro lado.
¡Vaya sorpresa! Ante mis ojos apareció el letrero del parque junto a unos enormes eucaliptus que flanqueaban el camino. El Parque Regional El Valle y Carrascoy es impresionante, agreste, virgen, salvaje, con una rica vegetación natural no manipulada por el hombre, que viste de verde y gris sus empinadas laderas rocosas. Predominan los pinos carrascos, muchos de ellos con alguna rama infectada por el plásmido Candidatus Phytoplasma pini que provoca la deformidad llamada
injerto de brujas o escoba de brujas. Bajo la copa de los pinos crece un exuberante sotobosque de arbustos, hierbas y lianas, todas ellas adaptadas al árido y caluroso clima mediterráneo de Murcia.
Numerosos deportistas aficionados al ciclismo de montaña me acompañaron en el trayecto hasta la parte más elevada del parque. Para un viajero solitario como yo resulta agradable y hasta tranquilizador poder compartir el paseo con otros amantes de la naturaleza y la vida sana.
Otro vigoroso ejemplar en un claro de un encinar.
Os preguntaréis por qué me enrollo tanto en temas no relacionados con el título del artículo. Tranquilos, ya estoy llegando. Esta larga introducción viene a cuento para que entendáis mis aventuras botánicas de los siguientes días. Resulta que tengo una buena amiga, Matilde, valenciana ella, absolutamente enamorada de la naturaleza. Al no conocer nada de Alicante y alrededores, se me ocurrió escribirle cada dia un correo contándole mis aventuras. En mis primeras cyber-misivas le expliqué la extrema sequía de aquellas tierras, que no encontraba helechos, que iba a volver a Mallorca sin ninguna foto de estas plantas a las que soy tan aficionado. Ella no sabía decirme ningún lugar donde pudiera encontrarlos. Le conté del Castillo de Sax, del Castillo de Almansa, del agreste parque de Murcia, de lo mucho que había disfrutado descubriendo su vegetación xerófila y rupícola, pero que seguía con la frustración de no haber visto ni un solo helecho. Matilde para echarme una mano me dijo que el lugar más húmedo y fresco que conocía en Alicante eran Les Fonts de l'Algar y que seguro que allí encontraría helechos.
Y tenía razón, estas fuentes son un verdadero vergel, un oasis, un paraíso, con sus impresionantes cascadas, su vegetación lacustre de un verde exultante y sus helechos. Sí, por fin pude ver estas plantas que tanto ansiaba encontrar: Asplenium petrarchae subsp. petrarchae, Asplenium trichomanes subsp. quadrivalens, Adiantum capillus-veneris, Ceterach officinarum, Pteris vittata, Selaginella denticulata, Equisetum telmateia...
Adiantum capillus-veneris.
Por la noche escribí a Matilde dándole las gracias. Aquel día había sido uno de los mejores y más completos de mi viaje. Había dedicado toda la mañana a Les Fonts de l'Algar y ya que estaba tan cerca de Tárbena quise visitarla para comprobar por mi mismo que en este pueblo alicantino, que hace 400 años fue repoblado por mallorquines, todavía hoy siguen hablando en la "salada", entrañable y primitiva habla de sus antepasados, la forma más auténtica, pura y antigua del idioma catalán, que en las islas se ha mantenido casi sin cambios durante 800 años. Aquí tenéis el artículo escrito en "mallorquín" que dediqué a Tárbena, publicado en un blog en catalán sobre árboles donde a veces colaboro con alguna entrada:
Un trosset de Mallorca empeltat a València.
Flores azules de Erinacea anthyllis protegidas por largas espinas.
Si, tranquilos, ya estoy llegando al maravilloso hábitat de la leguminosa Erinacea anthyllis, el cojín de monja azul. Dos días antes de acabar mis vacaciones Matilde se acordó de un lugar impresionante, virgen, auténtico, paradisíaco, un bosque de cuento de hadas exultante de vida y biodiversidad, el
Parque Natural del Carrascar de la Font Roja. Fue el mejor regalo que pudo hacerme.
Flores de la umbellifera Orlaya daucoides.
Nada más llegar empecé a alucinar. Por primera vez en mi vida pude ver en directo unas plantas maravillosas que conocía sólo de haberlas visto en libros e internet: Digitalis obscura, Phlomis lichnitis, Ophrys scopolax, Iberis carnosa subsp. hegelmaieri, Fraxinus ornus, Vicia cracca, Saxifraga corsica, Asphodelus ramosus, Orlaya daucoides, Polygonatum odoratum, Hornungia petraea, Helianthemum hirtum, Teucrium homotrichum, Amelanchier ovalis, Hormathophylla spinosa.... y por supuesto una numerosa población de hermosas Erinacea anthyllis en plena floración.
Phlomis lichnitis con dos insectos polinizadores diferentes.
Digitalis obscura en un claro de un pinar.
Vicia cracca, una planta rastrera insignificante pero con unas inflorescencias muy llamativas.
La orquídea Ophrys scolopax es muy pequeña, pero sus colores son tan vivos que llama la atención desde lejos.
Pude disfrutar también de los inmensos encinares cuyo verdor se pierde en el horizonte y les hace parecer infinitos y, como no, de los abundantes helechos que crecen en las zonas más frescas y sombrías del parque, como el Asplenium fontanum, que en Mallorca está a punto de extinguirse.
Mezclados con las encinas aquí y allá llaman la atención los fresnos de flor, Fraxinus ornus.
Viejo ejemplar de Asplenium fontanum creciendo en una roca calcárea en la ruta al Barranc de l'Infern.
Visión lateral de las espinas de Erinacea anthyllis. Se trata de espinas tiernas de la brotación primaveral. Cuando se lignifican se endurecen y adquieren un color grisáceo pulverulento. En realidad son tallos modificados en forma de espinas que la protegen de la depredación de los herbívoros, una adaptación para poder sobrevivir compartida por numerosas plantas cubiertas de espinas, llamadas
cojinetes de monja, todas ellas con un aspecto muy parecido por el curioso fenómeno de la evolución convergente.
Hojas diminutas de Erinacea anthyllis que no superan los 13 milímetros de longitud, con un pecíolo muy corto y plateadas por ambas caras.
Flores con la corola azulada y el cáliz abultado.
Flores y hojas anteriores en detalle.
Curiosas flores de Erinacea anthyllis con la corola casi albina.
Muchísimas
gracias, amiga Matilde. Ahora sí que ya puedo llamarte amiga en
mayúsculas, pues solamente un amigo de verdad sabe hacer estos regalos
tan hermosos. Sin tu ayuda jamás hubiera podido disfrutar de tanta
belleza, tanta vida en plena floración, tanta esperanza. Ojalá la locura
humana no destruya nunca estos paraísos, para que las generaciones que
nos seguirán en la administración de nuestro planeta puedan emocionarse y
llorar como niños, como lo hice yo ante tanta exuberancia.