Cabo de Sâo Vicente, un Paraíso Terrenal intacto.
Si, amigos, no lo habéis leido mal. Al contemplar por primera vez este lugar fantástico uno tiene la sensación de que allí se acaba Europa. Es una larga punta de tierra, un descomunal cuchillo de roca, que se adentra en el Océano Atlántico para morir entre sus aguas de un intenso azul marino bajo un maravilloso e inmaculado cielo celeste.
Si, amigos, no lo habéis leido mal. Al contemplar por primera vez este lugar fantástico uno tiene la sensación de que allí se acaba Europa. Es una larga punta de tierra, un descomunal cuchillo de roca, que se adentra en el Océano Atlántico para morir entre sus aguas de un intenso azul marino bajo un maravilloso e inmaculado cielo celeste.
Vertiginosos y espectaculares acantilados del Cabo de Sâo Vicente, la punta de Europa, con sus estratos rocosos erosionados durante millones de años por las olas atlánticas, que de tanto en cuanto se embravecen y roen cientos de toneladas de tierra europea, que el océano se traga para siempre. (Recomiendo ampliar ésta y las siguientes fotos con un doble click para apreciar mejor toda su belleza).
Tuve que parar en la cuneta. Mi afición, mejor dicho, mi pasión por las plantas me obligó a hacerlo. Aquella vegetación exuberante, aquel mar verde salpicado de flores, aquella concentración brutal de biodiversidad peinada por un fuerte viento persistente era como una inmensa alfombra multicolor que me atrajo como un imán. Acababa de llegar al último tramo de la carretera que lleva al Faro de Sâo Vicente, el más occidental del Continente Europeo. Tras parar en el último cruce después de un largo viaje a través del Algarve, desde la ciudad de Faro hasta Sagres, giré hacia la derecha y allí, a cada lado de la carretera, empezó una de las vegetaciones naturales más exuberantes, antiguas e intactas que he visto en mi vida.
Tuve la sensación de encontrarme ante algo muy primitivo, un fósil viviente verde que había permanecido invariable durante millones de años, una especie de tundra ártica relicta sin ningún árbol. Los arbustos más altos eran los lentiscos, Pistacia lentiscus. En la imagen se aprecia la exuberancia de esta vegetación antediluviana, cuyas plantas ocupan el suelo con avaricia sin dejar ni un milímetro sin aprovechar, exceptuando las zonas con poca tierra con las rocas a flor del suelo. Se pueden ver los bellísimos cojinetes de monja de la leguminosa endémica Ulex erinaceus, rodeados de inflorescencias amarillas de Helichrysum stoechas y alguna matita cubierta de florecillas rosadas del también endémico Thymus camphoratus. (Los endemismos están resaltados en azul).
Este lentisco me pareció la planta más alta. El azote incesante del viento le había dado una forma aplanada, como si lo hubiera recortado un jardinero. Abajo se ve un Thymus camphoratus, las flores amarillas de varias Pulicaria odora y un cojinete de monja de Ulex erinaceus.
Las coscojas, Quercus coccifera, también alcanzaban hasta un metro de altura.
Tuve la sensación de encontrarme ante algo muy primitivo, un fósil viviente verde que había permanecido invariable durante millones de años, una especie de tundra ártica relicta sin ningún árbol. Los arbustos más altos eran los lentiscos, Pistacia lentiscus. En la imagen se aprecia la exuberancia de esta vegetación antediluviana, cuyas plantas ocupan el suelo con avaricia sin dejar ni un milímetro sin aprovechar, exceptuando las zonas con poca tierra con las rocas a flor del suelo. Se pueden ver los bellísimos cojinetes de monja de la leguminosa endémica Ulex erinaceus, rodeados de inflorescencias amarillas de Helichrysum stoechas y alguna matita cubierta de florecillas rosadas del también endémico Thymus camphoratus. (Los endemismos están resaltados en azul).
Este lentisco me pareció la planta más alta. El azote incesante del viento le había dado una forma aplanada, como si lo hubiera recortado un jardinero. Abajo se ve un Thymus camphoratus, las flores amarillas de varias Pulicaria odora y un cojinete de monja de Ulex erinaceus.
Las coscojas, Quercus coccifera, también alcanzaban hasta un metro de altura.
Aquí vemos una zona con muy poca tierra sobre la que sólo crecen algunos Asteriscus maritimus diminutos con sus florecillas amarillas, algunos Thymus camphoratus y unos cuantos Helichrysum stoechas, rodeados de cojinetes de monja de Ulex erinaceus y al fondo un par de ejemplares de la cistácea endémica Cistus palhinhae con sus llamativas flores blancas.
Magnífico cojinete de monja de Ulex erinaceus que en su crecimiento ha ido empujando y cubriendo parcialmente un ejemplar de Thymus camphoratus, que estaba cubierto de flores de un intenso color rosado.
Espinas de Ulex erinaceus que lo defienden de la depredación de los animales herbívoros.
Espinas de Ulex erinaceus que lo defienden de la depredación de los animales herbívoros.
Una de las últimas flores de Ulex erinaceus, que florece a principios de la primavera y a mediados de mayo ya estaba finalizando la floración.
Bellísima fotografía llena de color en la que se ve en primer plano un ejemplar florido de Cistus crispus y unos cuantos cojinetes de Ulex erinaceus rodeados de Thymus camphoratus.
Magnífico Thymus camphoratus en plena floración. Toda la planta desprende un delicioso aroma a tomillo. Mientras hacía las fotos paró un coche en la cuneta del que se bajó un joven con unas tijeras de podar. Sin importarle lo más mínimo mi presencia cortó a ras del suelo varios Thymus camphoratus y se los llevó. Este endemismo algarvense está protegido por la ley en el ámbito de la Red Natura 2000.
Florecillas de Thymus camphoratus vistas de cerca. Abajo a la derecha se distinguen las espinas de un cojinete de Ulex erinaceus.
Helichrysum stoechas con sus inflorescencias amarillas.
Cistus palhinhae endémico del Algarve, muy parecido al Cistus ladanifer.
Joven Cistus palhinhae con su primera flor.
Bellísima flor de un blanco inmaculado de Cistus palhinhae con la parte proximal de los pétalos manchada de amarillo.
Otra flor de Cistus palhinhae con un diminuto insecto de la familia Oedemeridae. (Clasificado por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual).
Hojas brillantes y muy pegajosas de Cistus palhinhae con algunos frutos a medio madurar.
Imagen en la que se ve un Juniperus phoenicea subsp. turbinata creciendo pegado al suelo para resistir el incesante viento que sopla en este remoto lugar de la Península Ibérica. Entre sus ramas crece un Helichrysum stoechas, a su izquierda dos ejemplares de Cistus palhinhae y a su alrededor numerosos Asteriscus maritimus con sus flores amarillas mirando al sol que les da la vida.
Acantilado con numerosos Juniperus phoenicea subsp. turbinata aplastados contra el suelo para resistir al pertinaz viento. Llama la atención la mancha azul turquesa del agua que podría ser una zona rocosa de poca profundidad.
Continuación del acantilado anterior.
Misma mancha azul turquesa anterior y los Juniperus phoenicea subsp. turbinata.
Varios Asteriscus maritimus con sus tallos leñosos.
Otro ejemplar de Asteriscus maritimus con sus hojas pilosas y su flor amarilla con arañitas rojas del género Leptus de la familia Erythraeidae. (Identificadas por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual).
Detalle de las hojas y la flor con las arañitas rojas del Asteriscus maritimus anterior.
Cistus crispus con flores de un intenso color rosado, rodeado de Thymus camphoratus, Ulex erinaceus y unas cuantas Pulicaria odora con sus flores amarillas.
Flor de Cistus crispus con un ejemplar de Helichrysum stoechas en su parte posterior y hojas de Cistus palhinhae arriba a la izquierda.
Luminosa flor de Cistus crispus.
Tallo de Cistus crispus con sus hojas onduladas y una flor en su extremo vista de lado.
Detalle de las hojas onduladas de Cistus crispus.
Estas florecillas de Anagallis monelli eran como manchitas de cielo sobre el suelo arenoso. Me llamó la atención su gran tamaño pues son más grandes que las de la Anagallis arvensis.
Esta Anagallis monelli crecía emparejada con una Iberis procumbens subsp. microcarpa. La combinación de ambas flores era de una estética insuperable, como una joya viva, un broche de lujo para el mejor de los vestidos de una colección de alta costura.
Iberis procumbens subsp. microcarpa magullada por el azote incesante del viento.
Las inflorescencias blancas con un ligero tinte rosado de la Iberis procumbens subsp. microcarpa son muy llamativas. Desde lejos parecen copos de nieve.
Detalle de una inflorescencia de Iberis procumbens subsp. microcarpa.
Cistus salviifolius con sus hojas aplicadas al suelo para poder soportar el fuerte viento.
Flor de Cistus salviifolius con su escarabajito polinizador del género Chasmatopterus. (Identificado por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual).
Hojas de Cistus salviifolius que en este lugar tan seco y soleado batido por un incesante viento son más pequeñas, redondeadas y velludas que en hábitats más sombreados y menos ventosos.
¡Uauuuu!, exclamé al ver estas extrañas inflorescencias casi negras de la especie Orobanche foetida. Esta planta parásita fue tal vez la que más me impactó de la flora de la Costa Vicentina. Algunas de sus inflorescencias superan los 40 centímetros de altura.
Crecen principalmente en las pendientes rocosas más iluminadas de los acantilados donde vive su huesped o víctima parasitada, la leguminosa Ononis ramosissima..
Grupo de Ononis ramosissima parasitadas por Orobanche foetida en el acantilado anterior.
Mi vértigo insuperable y el fuerte viento que me empujaba hacia el acantilado no me permitieron acercarme, pero con el maravilloso invento del Zoom logré sacar esta fotografía.
A ambos lados de la carretera también había numerosas Orobanche foetida, siempre asociadas a su huesped Ononis ramosissima.
Magnífica estampa con Ononis ramosissima, Orobanche foetida, Thymus camphoratus, Cistus salviifolius y la variedad de flores amarillas de Bartsia trixago.
Varias inflorescencias de Orobanche foetida.
Flores densamente dispuestas sobre el tallo de la larga inflorescencia.
Otra inflorescencia de Orobanche foetida.
Joven Cistus palhinhae con su primera flor.
Bellísima flor de un blanco inmaculado de Cistus palhinhae con la parte proximal de los pétalos manchada de amarillo.
Otra flor de Cistus palhinhae con un diminuto insecto de la familia Oedemeridae. (Clasificado por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual).
Hojas brillantes y muy pegajosas de Cistus palhinhae con algunos frutos a medio madurar.
Imagen en la que se ve un Juniperus phoenicea subsp. turbinata creciendo pegado al suelo para resistir el incesante viento que sopla en este remoto lugar de la Península Ibérica. Entre sus ramas crece un Helichrysum stoechas, a su izquierda dos ejemplares de Cistus palhinhae y a su alrededor numerosos Asteriscus maritimus con sus flores amarillas mirando al sol que les da la vida.
Acantilado con numerosos Juniperus phoenicea subsp. turbinata aplastados contra el suelo para resistir al pertinaz viento. Llama la atención la mancha azul turquesa del agua que podría ser una zona rocosa de poca profundidad.
Continuación del acantilado anterior.
Misma mancha azul turquesa anterior y los Juniperus phoenicea subsp. turbinata.
Varios Asteriscus maritimus con sus tallos leñosos.
Otro ejemplar de Asteriscus maritimus con sus hojas pilosas y su flor amarilla con arañitas rojas del género Leptus de la familia Erythraeidae. (Identificadas por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual).
Cistus crispus con flores de un intenso color rosado, rodeado de Thymus camphoratus, Ulex erinaceus y unas cuantas Pulicaria odora con sus flores amarillas.
Flor de Cistus crispus con un ejemplar de Helichrysum stoechas en su parte posterior y hojas de Cistus palhinhae arriba a la izquierda.
Luminosa flor de Cistus crispus.
Tallo de Cistus crispus con sus hojas onduladas y una flor en su extremo vista de lado.
Detalle de las hojas onduladas de Cistus crispus.
Esta Anagallis monelli crecía emparejada con una Iberis procumbens subsp. microcarpa. La combinación de ambas flores era de una estética insuperable, como una joya viva, un broche de lujo para el mejor de los vestidos de una colección de alta costura.
Iberis procumbens subsp. microcarpa magullada por el azote incesante del viento.
Las inflorescencias blancas con un ligero tinte rosado de la Iberis procumbens subsp. microcarpa son muy llamativas. Desde lejos parecen copos de nieve.
Detalle de una inflorescencia de Iberis procumbens subsp. microcarpa.
Flor de Cistus salviifolius con su escarabajito polinizador del género Chasmatopterus. (Identificado por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual).
Hojas de Cistus salviifolius que en este lugar tan seco y soleado batido por un incesante viento son más pequeñas, redondeadas y velludas que en hábitats más sombreados y menos ventosos.
¡Uauuuu!, exclamé al ver estas extrañas inflorescencias casi negras de la especie Orobanche foetida. Esta planta parásita fue tal vez la que más me impactó de la flora de la Costa Vicentina. Algunas de sus inflorescencias superan los 40 centímetros de altura.
Grupo de Ononis ramosissima parasitadas por Orobanche foetida en el acantilado anterior.
Mi vértigo insuperable y el fuerte viento que me empujaba hacia el acantilado no me permitieron acercarme, pero con el maravilloso invento del Zoom logré sacar esta fotografía.
A ambos lados de la carretera también había numerosas Orobanche foetida, siempre asociadas a su huesped Ononis ramosissima.
Magnífica estampa con Ononis ramosissima, Orobanche foetida, Thymus camphoratus, Cistus salviifolius y la variedad de flores amarillas de Bartsia trixago.
Varias inflorescencias de Orobanche foetida.
Otra inflorescencia de Orobanche foetida.
Detalle de las flores de Orobanche foetida.
Llegada al Faro del Cabo de Sâo Vicente. A la derecha había
tenderetes de venta de bebidas, café, miel, higos secos, almendras
tostadas y garrapiñadas, perritos calientes, souvenirs, camisetas,
etc... Yo compré 100 gramos de almendras tostadas por 1 €, un agua
mineral fresquita por 75 céntimos, un perrito caliente alemán por 2'50 €
y un café corto por 80 céntimos. Este fue mi almuerzo, que compartí con un perro abandonado que tenía una pata rota, al que le tiré un trozo de perrito caliente y un poco de pan, pero sólo se comió el trozo de salchicha. El pan se lo llevó volando una especie de grajo negro que no supe identificar.
Interior del recinto del faro a cuya torre sólo se puede subir los
miércoles (la "quarta feira" me dijo una chica que estaba en una especie
de oficina de información).
Placa informativa del faro.
Centaurea fraylensis, endémica de la Costa Vicentina del Algarve, creciendo entre los tallos de una Ononis ramosissima.
Bellísima flor de Centaurea fraylensis, también llamada Centaurea vicentina y Rhaponticoides fraylensis..
Hojas y capítulo con las bracteas espinosas de Centaurea fraylensis.
Armeria pungens con sus flores de color rosado pálido y sus hojas erectas.
Delicada inflorescencia de Armeria pungens.
Hojas erectas acabadas en punta fina que le dan el nombre a la especie: "pungens" = punzante.
Esta diminuta umbellífera, Eryngium dilatatum, crece sobre los suelos más pedregosos y secos donde casi no hay tierra y las rocas asoman a flor del suelo. Para su identificación necesité la ayuda de los botánicos de eFlora. Muchas gracias Manuel Becerra, José Luís Benitez y Guillermo Benitez.
Otro Eryngium dilatatum a punto de iniciar la floración a mediados de mayo.
Hojas anchas de Eryngium dilatatum.
La compuesta Pulicaria odora estaba en su momento álgido de la floración. A su lado crece un cojinete de monja de Ulex erinaceus.
Espectacular inflorescencia de Pulicaria odora con su insecto polinizador de la familia Alleculinae. (Clasificado por los expertos del Insectarium de Biodiversidad Virtual)
Esta leguminosa tiene unas flores que impresionan por su diseño y su belleza cuando se ven de cerca. Se trata de la Onobrychis humilis.
Si ampliais la foto con un doble click, me daréis la razón. Sus flores son bellísimas.
Frutos espinosos de la Onobrychis humilis.
Otra leguminosa que comparte el hábitat costero, ventoso y soleado de la Costa Vicentina es la Anthyllis vulneraria subsp. maura con sus grandes hojas y sus flores rosadas tan bonitas como las de la leguminosa anterior.
Inflorescencia de Anthyllis vulneraria subsp. maura.
Inflorescencia de Anthyllis vulneraria subsp. maura.
¡Qué bonitas!, ¿verdad?
Otra leguminosa que no había visto nunca es esta Erophaca baetica subsp. baetica, sinónimo de Astragalus lusitanicus, con sus enormes frutos que contienen tres o cuatro semillas como altramuces. Tanto las hojas como los frutos son muy venenosos para el ganado y también para el hombre. En la imagen, rodeando esta leguminosa, se pueden distinguir abajo un Cistus salviifolius, a la izquierda un Thymus camphoratus y varios Sedum sediforme, arriba un Helichrysum stoechas y a la derecha un joven Cistus palhinhae y una Ononis ramosissima.
Hojas y frutos de la Erophaca baetica subsp. baetica. A mediados de mayo, cuando hice estas fotos, esta leguminosa ya había finalizado la floración. Sus flores son blancas.
Detalle de los frutos cubiertos por una pilosidad marronácea.
Una planta realmente extraña es esta boraginácea llamada Cerinthe gymnandra subsp. gymnandra.
El fuerte viento me impedía sacarle una buena foto a la flor y tuve que sujetarla. A sólo dos metros había un terrorífico acantilado con una pequeña playa virgen de arena blanquísima y un agua de un fantástico color azul turquesa. Tenía la sensación de que el viento me empujaba hacia el vacío, y mi vértigo me hizo pasar un mal rato. Curiosamente era allí donde había las plantas más bonitas y nuevas para mí.
Acantilado con una riquísima flora en su parte superior.
Detalle de la flor de Cerinthe gymnandra subsp. gymnandra.
Sobre uno de los acantilados había un viejo castillo medio derruido. Entre las piedras de sus muros crecian numerosos Sedum mucizonia como el de la imagen.
Flores y hojas de Sedum mucizonia.
Junto al camino que llevaba al castillo crecía esta gigantesca Bartsia trixago de más de 60 centímetros de altura, ramificada en su parte media. Nunca había visto una Bartsia de flores amarillas, sólo rosadas y albinas. Me pareció una planta espectacular.
Las flores son muy bonitas con un diseño y unos contundentes colores por su intensidad que les confieren una gran belleza.
Esta espectacular umbellífera estaba en plena floración. Se trata de la Thapsia transtagana.
Flores de Thapsia transtagana.
Esta era la hoja más sana de la Thapsia transtagana anterior.
Esta otra umbellífera, la Thapsia villosa, estaba más adelantada y ya tenía los frutos prácticamente maduros. La había visto unos días antes en plena floración en lo alto del Cerro da Cabeça, cerca de la ciudad de Faro.
Esta era la hoja más sana de la Thapsia villosa anterior.
Sus semillas aladas son muy bonitas vistas de cerca.
El sol era tan intenso que no conseguí sacar una buena foto a las numerosas Fumana thymifolia que crecían pegadas al suelo reseco.
Aquí y allá, sobre los montículos de arena formados por el viento, llamaban la atención las diminutas flores de la Silene colorata con su bellísimo diseño.
Las flores de la trepadora Lonicera implexa cubrían de color las coscojas y las sabinas.
Flores de Lonicera implexa.
Este bellísimo Antirrhinum cirrhigerum se protegía del viento del norte creciendo en la grieta de esta roca. A su alrededor se pueden ver Asteriscus maritimus, Sedum sediforme, Pistacia lentiscus, Helichrysum stoechas y Ononis ramosissima.
Este otro ejemplar aprovechaba la protección de una frondosa sabina.
Luminosas y coloridas flores de Antirrhinum cirrhigerum.
Numerosas Malcolmia littorea crecían sobre los montículos de arena fijándolos con sus raíces.
¡Qué bonitas sus flores!, ¿verdad?.
Las luminosas flores azules del Xiphion vulgare se asomaban por encima de esta Stipa tenacissima, cuyas hojas filiformes bailaban sin cesar siguiendo el ritmo que les marcaba el viento.
El espectacular color azul entre marino y turquesa de la flor del Xiphion vulgare con su típica mancha amarilla completaba el mosaico de colores de aquel paraíso.
Especies botánicas nombradas en este artículo:
-Anagallis monelli
-Anthyllis vulneraria subsp. maura
-Antirrhinum cirrhigerum
-Armeria pungens
-Asteriscus maritimus
-Bartsia trixago
-Centaurea fraylensis
-Cerinthe gymnandra subsp. gymnandra
-Cistus crispus
-Cistus palhinhae
-Cistus salviifolius
-Erophaca baetica subsp. baetica
-Eryngium dilatatum
-Fumana thymifolia
-Iberis procumbens subsp. microcarpa
-Juniperus phoenicea subsp. turbinata
-Lonicera implexa
-Malcolmia littorea
-Onobrychis humilis
-Ononis ramosissima
-Orobanche foetida
-Pistacia lentiscus
-Pulicaria odora
-Quercus coccifera
-Sedum mucizonia
-Sedum sediforme
-Silene colorata
-Stipa tenacissima
-Thapsia transtagana
-Thapsia villosa
-Thymus camphoratus
-Ulex erinaceus
-Xiphion vulgare
Fuentes para la identificación: (Mi más sincero agradecimiento por su ayuda)
Flora Ibérica
Flora silvestre del Mediterráneo
Flora Vicentina
Forum de botánica eFlora
Herbario Virtual del Mediterráneo Occidental
Herbarium de Biodiversidad Virtual
Insectarium de Biodiversidad Virtual
Jardim Botânico da Universidade de Trás-os-Montes e Alto Douro
Mural de Flora Ibérica de Valter Jacinto
Plantas e Flores do Areal
Plants and Fruits of Algarve
Sociedade portuguesa de Botánica
Una autentica maravilla, un "diccionario visual" deidactizandome la vida, un poema en imágenes.
ResponderEliminar¡¡ Mil gracias Juan.!!
Un trabajo que me deja absorta.
Lo guardaré siempre conmigo.
Desde La Palma i cap a la Roqueta una abraçada molt i molt agraïda.
Muchas gracias, Esperança. Me alegra saber que te ha gustado.
ResponderEliminarUna forta abraçada des de Sa Roqueta.
Esplendido paseo visual por tan lindo lugar, que envidia no disfrutarlo en directo.
ResponderEliminarUna riqueza florística increíble.
Juniperus phoenicea, capaces de resistir vientos constantes, me hizo recordar las sabinas retorcidas del Hierro.
El Orobanche densiflora visto de lejos recuerda a los tajinastes rojos del Teide (están en flor ahora).
Gracias, no dejes de compartir bellezas y conocimientos.
Un abrazo chicharrero.
Un plaer llegir el post es com viatjar amb Joan Bibiloni
ResponderEliminarMuchas gracias, Jesús y Fani.
ResponderEliminarJesús, efectivamente, en cuanto las ví me acordé de los tajinastes rojos del Teide. Me entra la morriña con sólo pensar que ahora están en flor.
Un abrazo mallorquín a ambos.
Veo este espléndido reportaje y me entran ganas de dar una vueltecita por ahí. ¡Impresionante!.
ResponderEliminarsaludos.
Gracias, César. Pues te lo recomiendo. Yo volé en vuelo directo con Air Berlin desde Palma hasta la ciudad portuguesa de Faro en algo más de una hora. En esta ciudad tienes el maravilloso Parque Natural da Ria Formosa con varias excursiones en barca cada dia (ver los dos artículos que escribí hace unos días sobre esta Ria en este mismo Blog) y luego puedes alquilar un coche y en menos de dos horas estás en Sagres y de ahí al Cabo de Sâo Vicente. Te aseguro que no te arrepentirás. Un cordial saludo.
ResponderEliminarEnhorabuena por el trabajo. Saludos
ResponderEliminarGracias, Manuel. Saludos.
ResponderEliminarJuan, que bien me lo habría yo pasado por esos montes y caminos, viendo todas esas plantas, pero te doy las gracias por esas bellezas que nos has traído. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Teresa. Seguro que te lo habrías pasado muy bien con lo que te gustan las plantas. Un abrazo.
ResponderEliminarY me encantan tus fotos. Genial
ResponderEliminarMuchas gracias, Tetraclinis. He visto la ficha de la Erophaca murciana. Para vosotros es como un pequeño tesoro botánico. En el Cabo de San Vicente también es muy escasa. Sólo encontré el ejemplar de la foto. La ví también en el Cerro da Cabeça y en un camino de Moncarapacho. Un abrazo.
ResponderEliminarImpresionante artículo!!! Cada día me sorprende más la naturaleza con todas estas especies silvestres que nos muestras!!
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias, Kumquat. Esto es lo más bonito de la naturaleza, que nunca deja de sorprendernos. Un cordial saludo.
ResponderEliminarme he vuelto a encontrar esta entrada y te felicito por ella.
ResponderEliminarMuchas gracias, J.R. Un abrazo.
ResponderEliminarImpresionante reportaje, con muchas flores que veo por primera vez. ¡Felicidades!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ana. Un abrazo.
ResponderEliminarHe estado varias veces por el cabo de San Vicente y en mi blog tengo varias entradas dedicadas a este paraíso. Comparto contigo la admiración por este lugar.
ResponderEliminarHe leído por encima tu entrada y pienso retomarla con más calma más adelante. Qué bien sabes ver las plantas...
Saludos desde el norte.
Muchas gracias, Ars Natura.
EliminarUn cordial saludo.
Vaya reportaje, estupendo. Un abrazo desde Monzón
ResponderEliminarMuchas gracias, José Vicente. Un abrazo desde Mallorca.
Eliminar¡Fantástico! Tan solo se me ocurre hacer una pequeña precisión: esas parásitas de Ononis son formas robustas de Orobanche foetida. La auténtica Orobanche densiflora, parásita de Lotus creticus, no consta que viva en Portugal, y parece que no sale de las costas atlánticas de Marruecos y del entorno inmediato del Estrecho. Un afectuoso saludo.
ResponderEliminarDe acuerdo, Luís. Voy a cambiar el nombre científico, pues. Muchas gracias por avisarme del error. Un cordial saludo.
EliminarYo creo que tu confusión no merece la calificación de error: ha hecho falta mucha guerrilla en el campo y hasta el despliegue de la artillería molecular para vencer a ese formidable enredo taxonómico, en que todavía nos perdemos a veces hasta quienes hemos tenido la oportunidad de estudiar detenidamente estas plantas tan especiales. Muchas gracias por aceptar mi sugerencia, y muchas felicidades otra vez por este fenomenal trabajo y por todos los otros que lo acompañan.
ResponderEliminarMagnífico reportaje, felicidades
ResponderEliminarMuchas gracias, Rafael.
EliminarUn cordial saludo.
Me ha encantado.
ResponderEliminarMuchas de esas plantas las tenemos por Galicia. Otras son absolutamente nuevas, la mayoría.
Enhorabuena .
Saludos.
Muchas gracias, marcelo.
EliminarUn cordial saludo.
Excelente trabajo recopilatorio. Muchas gracias
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Unknown.
Eliminar