sábado, 9 de julio de 2011

Notholaena marantae subsp. subcordata, sacerdotisa del dios Sol

Su querencia por el sol es quizás la característica que mejor define a la Notholaena marantae, un extraño helecho velludo adaptado a soportar los largos meses de sequía pertinaz del verano macaronésico, la irradiación directa e intensa del sol del mediodía y el calor tórrido abrasador de las rocas orientadas al sur de las Islas Canarias, la Isla de Madeira y las Islas de Cabo Verde. La Notholaena marantae que vive en la Macaronesia pertenece a la subespecie subcordata. Forma parte de la família de las Sinopteridaceae junto a Cheilanthes y Pellaea. En Canarias se la llama Doradilla acanelada, por el llamativo vello color canela que recubre el envés de las frondes. Su dotación cromosómica diploide es 2n =58, n = 29.

Acababa de dejar atrás la preciosa villa de Santiago del Teide y me disponía a subir hacia el Pico del Teide por una empinada carretera llena de curvas, construida sobre un antiguo río de lava negra. Serían las 10 horas de la mañana y la insolación era cegadora. Tras una curva, a cada lado de la carretera, apareció ante mis ojos de amante de los helechos una numerosa población de Notholaena, Cosentinia y Cheilanthes, todos ellos adoradores del sol y el calor, la antítesis de la idea que solemos tener de los helechos, pues al contrario que la inmensa mayoría de ellos, éstos tres géneros necesitan vivir a pleno sol, con muy poca humedad, mucho calor y mucha luz. Disfruté como un niño al que le acaban de regalar el juguete que más le gusta. Aparqué en un pequeño rellano de  la cuneta, saqué mi vieja cámara compacta que me ha acompañado en tantos viajes y me dispuse a darme un atracón de helechos. Al principio sólo veía Notholaenas con sus llamativas frondes erectas de más de 35 cms., pero al acercarme y mirar entre las rocas y piedras negras aparecieron numerosas Cosentinia vellea con su abrigo de vello blanco y pequeñas Cheilanthes pulchella, todas ellas con las frondes bien frescas y turgentes a pesar de la aparente sequedad y el calor abrasador.

Vigorosas Cosentinia vellea subsp. bivalens compartiendo el hábitat con las Notholaena marantae subsp. subcordata. Ampliando las fotos con un doble click se ven mejor los detalles.

Vieja Cheilanthes pulchella, que guarda un cierto parecido con la Notholaena, aunque sus dimensiones son mucho más modestas y carece de la típica vellosidad ferrugínea en el envés de sus frondes. Crece en el mismo hábitat, pero prefiere situaciones más sombreadas. Es un endemismo macaronésico que vive en las Islas Canarias y en Madeira.

Tal vez fué en la Isla de La Palma donde pude ver las Notholaenas más vigorosas con frondes de casi 40 cms., creciendo en la parte baja de este muro de contención construído para retener la grava y arena volcánicas de una pequeña loma cercana al Volcán Teneguía situado en el extremo sur de la isla. El sol era cegador y la temperatura a las 13 horas del mediodía debía rondar los 40ºC y sin embargo las Notholaenas y Cosentinias que allí crecían se veían bien turgentes y frescas. Arrodillado sobre la grava para hacerles buenas fotos descubrí su secreto. La arena negra basáltica que había detrás del muro estaba húmeda, muy húmeda, hasta el extremo de crecer sobre ella musgos y hepáticas. Entonces me pregunté de dónde podía venir aquella humedad en un lugar tan espantosamente seco e inhóspito, más parecido a un desierto que a una isla macaronésica. Levanté los ojos hacia la loma de grava volcánica y sin dejar de pensar me dí la vuelta y escaneé con la vista la falda del Volcán Teneguía que baja hacia el mar y entonces comprendí el secreto de aquel misterio al ver las curiosas plantaciones de viña que los palmeros tan inteligentemente siembran en pequeños agujeros excavados en la grava volcánica. La humedad venía de la brisa marina que cada mañana sube desde el mar cargada de humedad, choca contra la grava basáltica muy porosa que absorbe las gotas de rocío como una esponja y un agua dulcísima poco a poco, gota a gota, se va filtrando hacia el subsuelo y humedece las raíces de los helechos y las viñas, dándoles la vida.

Junto a esta bellísima Cosentinia vellea que crece en la falda del Volcán Teneguía, a la izquierda de la foto, se pueden ver pequeños talos de hepática y un poco de musgo sobre una arena llamativamente húmeda. Esta condensación de la humedad de la brisa marina sigue el mismo proceso que la lluvia horizontal, tan típica de la Macaronesia, sustituyendo las copas de los árboles de la Laurisilva por la porosa grava volcánica. 

Volcán Teneguía en la costa sur de la Isla de La Palma. En él tuvo lugar la última erupción volcánica en territorio español en 1971. Forma parte de un volcán mayor llamado Cumbre Vieja que fue declarado Parque Natural en 1987.  Justo detrás del Volcán Teneguía está el Océano Atlántico, cuya brisa cargada de humedad cada mañana cubre de rocío la negra lava basáltica. En primer plano se ven varios arbustos de Vinagrera, un endemismo canario de nombre científico Rumex lunaria.

Falda del Volcán Teneguía que desciende suavemente hacia el océano con un impresionante y exuberante viñedo que cubre la negrísima lava de una alfombra verde llena de vida. El vino que se obtiene de estos viñedos tiene una calidad extraordinaria con un bouquet magmático muy especial.

En la Isla de Madeira también crece la Notholaena marantae subsp. subcordata. Aquí vemos un bellísimo ejemplar cerca de la ciudad de Funchal.

Paseando por el Sendero largo del Pijaral, en pleno Macizo de Anaga, me encontré con este ejemplar de frondes péndulas, que al principio no supe qué era, pues en nada se parecía a una Notholaena. Cuando le dí la vuelta a una fronde para fotografiar los soros y ví la pilosidad ferrugínea, supe enseguida que se trataba de una solitaria Notholaena nacida en un hábitat poco adecuado para su especie, tal vez de una espora llevada por el viento. Sus frondes crecían hacia abajo en un desesperado intento de captar el máximo de luz solar, pues justo encima había un frondoso bosque de fayal-brezal que le daba sombra la mayor parte del día.

Este helecho amante del sol no siempre crece en lugares con aporte constante de agua durante todo el año. Estos dos ejemplares que viven entre las rocas de la falda sur del Pico del Teide, lejos del mar, tienen que soportar los largos meses de sequía del verano tinerfeño sin el aporte de la humedad de la brisa marina. Pero no temais, aunque aparentemente parecen muertos y resecos, su aspecto es pura adaptación. Cuando la tierra donde están enraizados se queda sin agua, el rizoma reabsorbe la savia de las frondes, las cuales se enrollan sobre si mismas y adquieren el aspecto de hierbajos resecos. Es tal su grado de deshidratación que si se estruja una fronde con la mano se deshace entre los dedos y sin embargo no está muerta. Con las primeras lluvias del otoño canario, a las pocas horas las frondes se rehidratan, se expanden, se desenrollan, reverdecen llenas de vida como si nada hubiera pasado. A este mecanismo adaptativo se le llama estivación.

Fronde de Notholaena marantae subsp. subcordata con la lámina bipinnada, ovado-lanceolada, el raquis rojizo y las pínnulas enteras o lobuladas en la base con el envés cubierto de páleas de un vivo color ferrugíneo o color canela.

Detalle de las pínnas y las pínnulas de un vivo color verde más o menos oscuro y unos curiosos pelos pluricelulares blanquecinos que surgen del raquis y el haz de las pinnas. Al igual que las paráfisis del Polypodium cambricum, estos pelos tendrían la función de sensores de la humedad ambiental e indicarían al helecho el momento óptimo para abrir los esporangios y dispersar las esporas.

Detalle de los pelos blancos pluricelulares.

Bellísimo color canela de las páleas que cubren el envés de las pinnas y el raquis.

Detalle de las páleas de la Notholaena marantae, más largas en el raquis, que cubren totalmente los soros con un abrigo protector. Entre las páleas también crecen pelos blancos pluricelulares, que como los del haz de la fronde, tendrían la misma función de detectar el grado de humedad ambiental, para dispersar las esporas en el momento más adecuado para su germinación.

Imagen microscópica de una pálea de Notholaena marantae.

Estructura de una pálea vista a 400 aumentos. Está formada por las carcasas de células muertas y vacías.

 Esporangio de gran tamaño con un anillo de células estrechas y muy juntas.

Esporas negras muy grandes y redondas con el perisporio crestado-reticulado.




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