sábado, 2 de julio de 2011

La corona de espinas de Medina Sidonia

Hace 24 años visité por primera vez la pequeña ciudad andaluza de Medina Sidonia situada sobre un cerro en la provincia de Cádiz. Lo que más me llamó la atención fue la extrema pobreza de sus casas, el polvo y el silencio sepulcral de sus calles sin asfaltar, la ausencia de coches, la abundancia de golondrinas revoloteando y cantando felices bajo un cielo de un azul luminoso y la sequía de sus tierras blancas. Sin embargo algo en ella me cautivó. No sé explicarlo, pero me sentí a gusto. Tuve la sensación de estar en un lugar mágico cargado de energía positiva, antiguo, sagrado, acogedor, eterno, como si se hubiera acumulado en él la energía de los espíritus de los cientos de miles de personas que allí nacieron, vivieron y murieron a lo largo de su dilatada historia de más de tres milenios. 
  
 Dehesa en las afueras de Medina Sidonia. Llama la atención el seto de chumberas espinosas alineadas con los olivos del fondo que impiden que el ganado se escape. Hice esta foto hace 3 años en mi segundo viaje a Cádiz. Había llovido en abundancia y la vegetación estaba magnífica.

La ocupación del cerro empezó con los primeros asentamientos tartésicos a finales de la Edad de Bronce, pasando por la colonización de los fenicios procedentes de la lejana Sidón que le dieron el mismo nombre a la nueva ciudad, seguidos por los romanos que la llamaron Asida Caesarina Augusta. En la posterior dominación visigoda fue elevada a la categoría de capital de provincia con el nombre de Asidona. En el año 712, tras la conquista musulmana, recibió el nombre definitivo de Medina Sidonia y fue capital de la Cora del mismo nombre durante más de 550 años. Finalmente, en el año 1264 fue reconquistada por las tropas cristianas del Rey Alfonso X el Sabio y sirvió como base militar para la conquista del Reino nazarí de Granada. En 1440 pasó a ser propiedad del señorío de los Duques de Medina Sidonia. El duque actual es el número XXII de la saga. 

Camino rural de Medina Sidonia con la tierra blanca como la nieve y el exuberante seto de chumberas espinosas de la derecha que sirve para contener al ganado. La foto está hecha en el mes de mayo del 2008. Se ven las flores amarillas coronando las palas de las chumberas que pertenecen a la especie mexicana Opuntia amyclaea.

Hace 24 años en las afueras de Medina Sidonia, cuando ya me iba, encontré un pequeño cactus parecido a la típica chumbera Opuntia ficus-indica pero mucho más espinoso. Tendría como mucho una docena de palas claramente deshidratadas por la extrema sequía que soportaban aquel año las tierras gaditanas. No ví más chumberas. Supongo que hacía pocos años que habían empezado a sembrarlas como seto y todavía no se habían convertido en la incontrolable plaga actual.

Tengo la costumbre de llevarme un recuerdo vivo de todos los lugares que me han impactado. Así que paré el coche de alquiler, cogí unas hojas de periódico para no pincharme y le arranqué una pala pequeña para llevármela como recuerdo. Eran otros tiempos y en los aeropuertos no había los controles actuales del equipaje. Hoy en día sería una temeridad llevar una hoja de chumbera espinosa dentro de la maleta. Podría acabar ante un juez por atentado contra la autoridad si se pinchase en la mano el guardia del control de equipajes.

 Peligrosas espinas de una pala o penca de la tunera, nopal o chumbera Opuntia amyclaea. Tras el doloroso pinchazo de las espinas largas se clavan las pequeñas que son muy frágiles y con pequeños ganchos invertidos que actúan como un anzuelo. Al intentar extraerlas se rompen con facilidad y quedan clavadas dentro de la epidermis, pudiendo causar una infección. Se entiende pues que estas tuneras sean utilizadas como setos para contener al ganado que pasta en las dehesas.

Impresionante seto de chumberas a la vera de un camino. Muchas plantas silvestres aprovechan la protección de las espinas de este cactus americano para vivir tranquilas a salvo de las fauces de las vacas, ovejas y cabras.

Una de estas plantas es la bellísima Aristolochia boetica. Sus extrañas flores se asoman entre las espinas para atraer a los insectos polinizadores.

Otra planta que crece junto a las chumberas es la venenosa Solanum linnaeanum (sinónimo de Solanum sodomeum). Esta planta sudafricana que ha colonizado toda la cuenca mediterránea no necesita la protección de las chumberas, pues los animales saben por instinto que es muy tóxica. 

Hermosa flor y fruto maduro de la sudafricana Solanum linnaeanum, muy frecuente junto a las chumberas de los caminos rurales.

Bellísima flor de Opuntia amyclaea en el momento de abrirse. Su bonito color salmón pasa a un vivo amarillo limón cuando la flor está completamente abierta.

Las abejas acuden golosas a libar el rico y abundante néctar de los nectarios del fondo de la flor.

Tras la fecundación por el polen transportado por las abejas, el ovario se convierte en un apetitoso fruto amarillo.

La pequeña hoja deshidratada que cogí en Medina Sidonia voló conmigo hasta Mallorca. La planté enseguida y en pocos días echó raíces, se rehidrató, brotó pencas nuevas y a los dos años me dió el primer fruto, el que veis en la foto. Mi exagerada curiosidad por probar cosas nuevas me llevó a pelarlo y comérmelo. Os aseguro que me supo a gloria. Su dulce y jugosa pulpa verdosa no tiene nada que envidiar a la deliciosa pulpa de la chumbera Opuntia ficus-indica.

Pelar un higochumbo requiere una técnica especial para evitar las irritantes espinitas. Mi abuelo materno sabía bien como hacerlo. Siempre que los nietos íbamos a ver a los padres de mi madre que vivían en el campo, mi abuelo nos regalaba con un atracón de higochumbos. Los tenía de color naranja, morados y blancos.

 Tenía unas largas tenazas hechas con dos ramas de acebuche unidas en un punto por un clavo a modo de tijeras. En el extremo de las tenazas las dos ramas habían sido ahuecadas en forma de cucharones y con ellas cogía los higochumbos uno a uno, los metía en un cubo con agua y los removía con un palo para que las espinitas se desprendieran y al mismo tiempo se reblandecieran las que no se habían desprendido. 

 Luego echaba el agua llena de espinas a un joven nogal y pelaba los higochumbos sobre un bloque de arenisca. Era feliz viéndonos disfrutar con aquellos deliciosos frutos venidos de allende los mares del lejano México.

Tenía tal maestría pelándolos que se daba más prisa que nosotros comiéndolos y pronto teníamos un higochumbo en cada mano y no dábamos abasto.

Cuando ya no podíamos comer más, se pelaba uno para él y echaba las pieles a los cerdos. Era todo un espectáculo verlos comer encaramado sobre la pared de la pocilga. Las espinas no parecían importarles en absoluto. Tenía varios cerdos de raza negra mallorquina y unos cuantos de raza blanca norteamericana.

La pulpa de los frutos de la Opuntia amyclaea de Medina Sidonia tiene un bonito color verde claro casi blanco. Para mi gusto estos higochumbos son más refrescantes que los de la Opuntia ficus-indica de mi abuelo materno.

Todos los frutos de los cactus del género Opuntia son comestibles, ninguno es venenoso, aunque algunos son muy insípidos o muy ácidos. Los de la Opuntia linguiformis son muy llamativos por su intenso color granate y son ideales para decorar una ensalada de frutas exóticas, aunque son muy ácidos y con escaso dulzor.

Frutos de Opuntia linguiformis tras lavarlos con agua para retirar las espinas.

Su intenso color granate tiñe los dedos durante varios días. Los frutos saben mejor bien fríos, por lo que conviene meterlos un rato dentro del frigorífico antes de consumirlos. Se pueden comer al natural o con un poco de azúcar por encima.

Higochumbos pelados de Opuntia ficus-indica. El de la izquierda de color naranja es la variedad más frecuente. La variedad morada es más difícil de encontrar. Ambos saben igual.

Los cactus del género Opuntia se han convertido en verdaderas plagas incontrolables en todas las regiones del mundo con clima mediterráneo y semiárido. Los animales frugívoros y en especial las aves dispersan las semillas con sus excrementos lejos de la planta madre. Les gusta mucho colonizar las pendientes rocosas orientadas al sur.

Aquí vemos una Opuntia ficus-indica nacida de una semilla llevada por un pájaro sobre estas rocas quemadas por el sol en la costa noroeste de Mallorca.

En Medina Sidonia la Opuntia amyclaea se ha asilvestrado a partir de las plantas de los setos y ha rodeado la ciudad de una verdadera corona de espinas en menos de tres décadas. Es prácticamente imposible controlarla y mucho menos erradicarla. Ya forma parte de la flora asidonense. En mi última visita hace tres años la ciudad había cambiado drásticamente, se habia modernizado y embellecido. El campo circundante seguía igual que hace 24 años excepto en los linderos de las fincas y en los bordes de los caminos rurales donde las Opuntias se han hecho las dueñas absolutas.

Uno se pregunta quién sirve a quién y la respuesta es muy sencilla. Las Opuntias, al igual que otras muchas plantas cultivadas, utilizan al hombre para proliferar y colonizar nuevos territorios, en definitiva, para sobrevivir y perpetuar su especie. Creemos aprovecharnos de ellas, las llamamos útiles por sus frutos, sus granos, sus hermosas flores, sus fibras, su madera, sus tubérculos y en realidad son ellas que de una manera muy inteligente y sutil nos utilizan descaradamente en su propio beneficio.



4 comentarios:

  1. Saludos Juan
    Es increíble, pero yo tengo un recuerdo casi idéntico e igual de entrañable al tuyo con los “Higos de Pico” con la diferencia de que a mí no me dejaban comer hasta que no quisiera más, pues decía mi abuelo que podía “trancarme”, (estreñirme) y luego yo a escondidas seguía comiendo utilizando una caña rasgada a modo de pinza para cogerlos, unas hierbas para pelarlos y un trozo de la misma caña a modo de cuchillo para pelarlos. Que recuerdos, no se cuales me gustaban más si los que me daba mi abuelo o los que pillaba yo por mi cuenta.

    ResponderEliminar
  2. Estos artículos tienen un valor añadido, el contacto directo de quien escribe. Vivir la naturaleza dia a día.
    Saludos.

    ResponderEliminar