domingo, 4 de diciembre de 2011

Adoran al dios Sol

Saben que les da la vida

Cada amanecer le esperan ansiosas, hambrientas de luz. Como antenas parabólicas especialmente diseñadas para captar el máximo de rayos solares, las plantas dirigen las hojas y las flores hacia su dios sol, el que les da la vida, y le siguen en su movimiento hasta el atardecer, siempre mirándolo de cara.

 Tal vez el mejor ejemplo sería un campo de girasoles. La belleza de estas plantas en plena floración es extraordinaria. Todas las flores miran a su dios con veneración, con humildad, con respeto, ligeramente inclinadas, pero sin perderlo de vista ni un momento. Sus tallos se retuercen para seguirlo desde que se asoma en el horizonte por el este, hasta que se pone también en el horizonte por el oeste. Las hojas están dispuestas en un plano ligeramente inclinado de norte a sur y giran al mismo ritmo que las flores, de manera que consiguen captar los rayos solares con una eficiencia imposible de superar.

Os preguntaréis a qué viene que las flores tengan tanta avidez por el sol si no realizan la fotosíntesis. La respuesta la tenéis en esta inflorescencia de girasol. Arriba a la izquierda está el motivo de su exagerada heliofilia, una abeja polinizadora libando el néctar de las flores recién abiertas y polinizándolas con el polen pegado a su cuerpo procedente de otras flores. Las abejas y los demás insectos que se alimentan de néctar tienen una visión muy especial, son capaces de ver los colores, pero en un espectro cromático diferente al nuestro. Pueden percibir con claridad los colores ultravioletas, invisibles a nuestros ojos. Las plantas lo saben y dirigen las flores hacia la luz del sol, para que los insectos las puedan ver con nitidez. Muchas de ellas tienen marcas especiales en sus pétalos, que nosotros no podemos ver, para indicarles a los polinizadores el lugar exacto donde está el néctar. (Recomiendo ampliar las fotos con un doble click).

Las flores de la Merendera filifolia adoptan la forma de pequeñas antenas parabólicas orientadas hacia el sol. A diferencia de nosotros las abejas no ven su bellísimo color rosado, sino un color ultravioleta que se va aclarando desde el extremo de los pétalos hacia el centro de la flor, donde están los estambres y el pistilo con el néctar como reclamo o recompensa.

 La violeta endémica de Córcega, Viola corsica, tiene unas flores con un diseño muy inteligente cuya finalidad no es precisamente la estética, sino atraer a los insectos hacia el centro de la flor. Para ello tiene dibujadas unas rayas que dirigen a los polinizadores hacia el néctar. Los insectos especializados en polinizar la Viola corsica saben reconocer de una manera instintiva estas rayas y estos gradientes de color. Lo llevan grabado en su genoma. Es una simbiosis perfecta, néctar a cambio de polen.

Este Crocus cambessedesii, endémico de las islas Baleares, crece en la grieta de una roca calcárea orientada hacia el oeste muy cerca del mar. Para conseguir que los insectos vean su única flor ha tenido que gastar mucha energía para sortear la roca que le tapa los rayos solares y, en lugar de crecer erecta hacia arriba, se ha visto obligada a crecer hacia abajo y después rotar hacia el suroeste, para lograr que los últimos rayos solares del atardecer iluminen sus pétalos. Solo así puede ser vista por los insectos.

Nunca había visto una Fuchsia creciendo silvestre, siempre en maceta. Hace tres años disfruté de un espectáculo inolvidable. Me encontraba en la isla de Faial del Archipiélago de las Azores. Hacía una hora escasa que había salido el sol y las plantas estaban cubiertas por el rocío de la lluvia horizontal, que se había condensado sobre sus hojas durante la madrugada. Las gotas de agua brillaban como pequeños diamantes iluminadas por los rayos del amanecer. Me hallaba en la falda del Monte Carneiro buscando el mítico helecho endémico Asplenium azoricum. Estaba escaneando con la vista unas rocas orientadas hacia el norte que bordeaban un camino. Había un silencio casi mágico y de pronto escuché a lo lejos el motor de un coche que se acercaba y di media vuelta para verlo. Ante mis ojos, sobre la pared del otro lado del camino, apareció un espectáculo bellísimo. Altísimas fuchsias con sus ramas cargadas de flores y orientadas hacia el sol del amanecer brillaban por las gotas del rocío y se recortaban sobre los campos de labranza. Ni en el más cuidado de los jardines hubiera podido ver unas fuchsias tan hermosas. Supe enseguida que se trataba de la alóctona asilvestrada Fuchsia magellanica de América del Sur, que en las Azores vive muy feliz y llega a alcanzar cerca de los dos metros de altura.

No hace falta preguntarle cuál es su dios, ¿verdad? Este Tragopogon prorrifolius subsp. australis crece sobre la grava volcánica del Puerto de Izaña  en la isla de Tenerife a 2300 msnm.

Esta flor vista de cerca tiene un diseño de una belleza cromática y una estructura tan sofisticadas que parece haber sido diseñada expresamente para agradar al dios que le da la vida.

La amapola blanca de California, de nombre científico Romneya coulteri, es otra adoradora del sol. Su blancura perlada tiene una pureza que impresiona. ¿De qué color la verán las abejas?

Esta diminuta labiada de hábito rastrero, el Teucrium chamaedrys subsp. pinnatifidum, dirige sus bellísimas flores hacia el sol del mediodía. Crece en un brezal situado en la falda de una montaña de la Serra de Tramuntana de Mallorca.

En el mismo brezal se puede ver algún ejemplar de flores albinas, siempre orientadas hacia la luz solar.

Las flores de la jara de Láudano, Cistus ladanifer, tienen una curiosa mancha roja muy oscura en los pétalos, los cuales se tiñen de amarillo entre la mancha y el centro de la flor para dirigir a los polinizadores hacia sus llamativos órganos reproductores. Para que los insectos puedan ver estas manchas la flor debe estar orientada hacia la luz. La belleza de su diseño es insuperable.

Las flores del guayabo del Brasil, Feijoa sellowiana, tienen unos estambres de un vivo color rojo sangre y unos pétalos rosados con el borde revoluto hacia arriba dejando ver su parte inferior blanca. Cuando sale el sol estas flores son un reclamo irresistible para las abejas.


La bellísima Malva hispanica tiene tanta necesidad de sol que sólo crece en lugares bien iluminados. Las rayas rosadas de sus pétalos convergen hacia los órganos sexuales para indicar a los insectos dónde pueden encontrar una gotita de néctar. La fotografié cerca de la ciudad de Faro en el Algarve portugués.


 Las flores de la alcaparrera vistas de cerca son todo un espectáculo de fuegos artificiales. Sus pétalos de un blanco inmaculado brillan con luz propia. Tienen un diseño perfecto para atraer a sus polinizadores: las abejas, abejorros, avispas y otro insectos, que acuden golosos a libar el abundante néctar del fondo de la flor. También ellos son utilizados a cambio de la golosina del néctar. Sin ser conscientes de ello, mientras se dan el atracón, los granos de polen de las anteras de sus largos estambres se pegan a sus cuerpos y son transportados hasta otra flor, donde uno de los granos de polen se pegará al estigma del pistilo y fertilizará al ovario. A la izquierda de la imagen se ve un estigma ya fecundado iniciando el crecimiento del fruto o alcaparrón.

Las flores de Malfurada, Hypericum grandifolium, endemismo macaronésico, tienen un vivo color dorado que resalta sobre el verde intenso de las hojas. La planta de la foto crece en el bosque de laurisilva del Sendero largo del Pijaral en pleno Parque Rural de Anaga en la isla de Tenerife. La numerosas flores amarillas parecen pequeñas estrellas brillando en el firmamento.

Impresionante vista general del extraordinario Jardín Botánico de Funchal de la isla de Madeira. Está inteligentemente situado en la falda de una montaña volcánica orientada hacia el sur. De esta manera las plantas reciben todo el sol del mediodía, el cual, junto con la elevada humedad de esta isla, es el responsable de la exuberancia de la vegetación del jardín. En primer plano se puede ver la bellísima flor de una Strelitzia reginae con su curioso diseño en cresta de gallo. Ampliando la imagen se aprecia como la mayoría de plantas están ligeramente inclinadas hacia el sol, detalle que se aprecia mejor en la palmera del fondo.

Los helechos no tienen flores, pero algunos también presentan una llamativa heliofilia, como este vigoroso híbrido alotetraploide endémico de Mallorca, el Asplenium X tubalense. Para captar el máximo de energía solar extiende sus largas frondes hacia la luz.

También los helechos arbóreos adoran al dios sol. En la imagen vemos varias Cyathea cooperi asilvestradas en un claro de un bosque de cryptomerias de la Caldeira do Faial que es un enorme cráter volcánico situado en el centro de la isla azoriana del mismo nombre. Su diseño en forma de antena parabólica les permite captar el máximo de rayos solares.

Algunas plantas dependen tanto de los rayos ultravioletas que sólo abren las flores si brilla el sol. Los días nublados mantienen cerrados los pétalos y, si persiste el mal tiempo, esperan pacientemente durante días a que mejore. Saben que sin los rayos ultravioleta del sol incidiendo sobre los pétalos de sus flores sus polinizadores no las verán. Estas plantas también suelen cerrar las flores por la noche y las abren de nuevo por la mañana. Es una manera muy inteligente de asegurar la polinización, ya que sus polinizadores son diurnos y no tiene ningún sentido mantener abiertas las flores durante la noche.

 La Gazania splendens es un claro ejemplo. Cada mañana abre sus flores mirando al sol con sus dibujos especiales en los pétalos, para decirles a las abejas dónde pueden encontrar unos sorbitos de rico néctar. Nosotros las vemos con su bellísimo color fuego, pero las abejas son ciegas para el color rojo y las ven en distintas tonalidades ultravioletas. Al atardecer se cierran sus pétalos y se vuelven a abrir con los primeros rayos del amanecer. Sabe que por la noche sus polinizadores no verán sus flores y además, al ser muy sensible al frío, cerrando sus pétalos protege los órganos reproductores de una posible helada nocturna.

La Paeonia cambessedesii es quizás la planta endémica de las islas Baleares con las flores más grandes y más bonitas. Sus pétalos de un luminoso color rosado y una textura de papel de seda aterciopelado, junto con sus llamativos órganos reproductores, le confieren una belleza impactante.  En la imagen vemos como mira hacia la luz del sol para que este escarabajito, un coleóptero de la familia Scarabaeidae de nombre Oxythyrea funesta, que es su polinizador, la pueda ver bien y acuda goloso a libar su néctar. A su lado, arriba a la izquierda, vemos varias flores amarillas de la planta invasora sudafricana Oxalys pes-caprae, que también dirige sus flores hacia el sol que le da la vida.

La diminuta Romulea assumptionis, endémica de las islas Baleares, es otro ejemplo de heliofilia extrema. La polinización de su única flor depende tanto de los insectos diurnos, que sólo abre los pétalos si sus sensores de luz detectan suficientes rayos ultravioleta incidiendo sobre ella. Durante todo el año va acumulando nutrientes y energía en su pequeño bulbo subterráneo, con la única finalidad de producir una sola flor y asegurar así la supervivencia de la especie. No puede malgastar energía inutilmente ni puede poner en peligro a su descendencia. Suele crecer en los claros de las garrigas mediterráneas con su pequeña flor orientada hacia el mediodía. Si cerca de ella crecen pinos carrascos, acebuches o encinas que le hacen sombra durante la mañana, su flor espera pacientemente a los rayos solares del mediodía para abrir sus pétalos. Los días nublados su flor permanece cerrada hasta que mejora el tiempo. Si consigue ser fecundada el primer día, por la tarde se cierra y ya no vuelve a abrirse. En caso contrario, se abre varios días seguidos hasta lograr su objetivo.


Estas dos bellísimas flores de Trichocereus terscheskii están inteligentemente situadas sobre el tallo, para recibir el máximo de luz solar directa durante las horas centrales del dia, o sea, están dirigidas hacia el sureste, sur, suroeste. En la imagen vemos varias abejas volando hacia la zona central de las flores, donde se encuentran los órganos reproductores de la flor con el néctar en el fondo. Las flores de este cactus despiden un delicioso aroma que atrae a las abejas que buscan con la vista la fuente del olor. Se abren por la mañana y se cierran al atardecer durante varios días seguidos. El frío nocturno del desierto donde crecen podría dañar sus delicados órganos reproductores, y no serviría de nada todo el esfuerzo de la planta por asegurar la siguiente generación.

Las estrategias de las plantas para sobrevivir y perpetuar su especie son infinitas. Hoy os he hablado de las adoradoras del dios Sol, pero también las hay que adoran a la diosa Luna. Sus flores se abren al ponerse el sol y se cierran con los primeros rayos del amanecer. De ellas os hablaré en otro artículo.


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